El oportunismo en política resulta moralmente obsceno, por eso quiero dar las gracias a tantas asociaciones de vecinos que confiaron en el Grupo Municipal Socialista en la pasada legislatura, gracias al apoyo orgánico de la FRAVM (Federación Regional de Asociaciones Vecinales de Madrid), gracias a nuestro cuerpo técnico en el ayuntamiento por trabajar sin descanso, gracias a esos ciudadanos desesperados que me abrieron literalmente las puertas de sus casas para que pasara con ellos las noches y pudiera sentir en primera persona el calvario que vivían, gracias a concejales socialistas, como Álvaro Vidal, que vieron claro entonces que había que luchar por la gente y no por las estadísticas económicas. La calle es de todos y para todos. Villacís y Almeida quisieron arrebatársela a los madrileños para dársela a los bares. Nadie debe olvidar esto. Ellos apostaron por el negocio de unos pocos a costa del descanso de muchos.


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No lo tuvimos fácil, no estuvimos todos (aunque ahora parezca que sí), pero supimos que era un momento de doble importancia: primero, se trataba de estar a la altura de la confianza ciudadana. Fueron miles de familias las que acudieron a los socialistas para que lucháramos por ellos. Segundo, era una ocasión única para demostrar que desde la oposición también se puede cambiar la vida de la gente para bien. La grandeza de la democracia estriba en que la oposición tiene la oportunidad de realizar no solo una labor fiscalizadora, sino transformadora. Es lo que siempre he llamado la política de las pequeñas cosas.

La justicia da la razón jurídicamente a nuestra demanda, pero hay algo más importante aún: la justicia fortalece el sentir comunitario de barrio, impide la depredación de los espacios públicos y garantiza que las calles de Madrid seguirán siendo calles y no un laberíntico zoco de cañitas y libertad ayusista. Bien saben los hosteleros que nos escucharon (otros hubo que nos enviaron amenazas personales muy duras) que no sentíamos por ellos ningún desprecio, que no pretendíamos torpedear el funcionamiento de sus negocios. Simplemente se trataba de hacerles comprender que, de la misma manera que otros comercios no podían apoderarse de la calle, ellos tenían que asumir algo fundamental: no se puede prosperar a través de la invasión.

La oposición tiene la oportunidad de realizar no solo una labor fiscalizadora, sino transformadora. Es lo que siempre he llamado la política de las pequeñas cosas

Una pareja, por ejemplo, tenía que poder pasear el carrito de su bebé sin esquivar obstáculos, y un anciano y un grupo de amigos y una pandilla de niños. La calle es un espacio para el tránsito, no un huerto donde plantar sillas y mesas. Las actuaciones que se tomaron en la coyuntura del COVID servían para unas circunstancias, dramáticas y concretas, de emergencia ciudadana. Una vez superada aquella pesadilla, no había razones, ni lógica ni solidarias, que permitiesen continuar con un trato privilegiado. Ahí fue cuando algunos enseñaron la patita de la mala voluntad, ese lado oscuro que trae el liberalismo del PP, el “ande yo caliente y ríase la gente”.

Hoy me siento feliz por haber tenido a mi lado a gente que merecía la pena, por haber demostrado, todos juntos, que, cuando las cosas se hacen pensando en el bien común, nada es imposible, pero, sobre todo, por haber estado a la altura de lo que los vecinos esperaban. Suyo es el mérito, no de otros, no de otras.

Mar Espinar, diputada del PSOE en la Asamblea de Madrid.