Ciudadanos ha renovado a su equipo, incluyendo en la Dirección Nacional a personas afines a Albert Rivera como Edmundo Bal, Marcos de Quinto o Sara Giménez. Se consuma el viraje a la derecha de un partido en horas bajas en el que las voces críticas se suceden. Fernando de la Torre, responsable fiscal del partido, renunció a su plaza en la Ejecutiva naranja criticando duramente, como ya hicieron Francesc de Carreras, Toni Roldán o Manuel Valls antes que él.

Pero Rivera no cesa en su hoja de ruta. Con el ‘no es no’ por bandera, no duda en defenestrar o diluir entre fichajes de última hora a los díscolos con el rumbo adoptado. La crítica, sin embargo, renace y se hace fuerte. También Europa ha criticado la política de pactos adoptada por la cúpula naranja, acercándose a la extrema derecha y traspasando todos los límites que sus homólogos europeos defienden hasta la extenuación.

Ahora es la ciudadanía quien da la espalda al partido. Las elecciones sonrieron a los intereses de Rivera, obteniendo más impacto tanto a nivel nacional como autonómico y local. La red territorial se amplió, la capacidad ejecutiva también y la sensación de poder encabezar la oposición y ser el partido más fuerte de la derecha también.

En su lucha por encabezar la derecha, la estructura ha optado por reunirse y dar mando en plaza a Vox a costa del tan argumentario de centro otrora abanderado. Tras las elecciones, las encuestas sonrieron. Ciudadanos superó a un Partido Popular en horas bajas tanto en mayo como en junio. En mayo logró un 16,3% de intención de voto en el CIS, superando por cerca de cinco puntos porcentuales a los azules. En junio, la brecha ya empezó a estrecharse: 15,8% frente al 13,7% de los populares.

Ahora, la hecatombe es sonora. Más allá de los improperios que lanzan contra José Félix Tezanos y de poner en duda que la demoscopia española está al servicio de los intereses de Pedro Sánchez, Ciudadanos cae hasta la cuarta posición. Tanto PP (13,7%) como Unidas Podemos (13,1%) superan el 12,3% cosechado por los de Rivera.

La formación se ha escorado. De erigirse como garantes del espíritu de la Transición han pasado a calificar como “banda” a la mayoría de la Cámara Baja, de las peticiones de diálogo a rechazar reuniones, de pedir regeneración a otorgar el poder al PP en auténticos feudos de corrupción contrastada.

 La sociedad española lo sabe. Pudiendo coger el testigo de un Pablo Casado dañado, Rivera ha optado por ejercer de salvavidas popular. Una muleta que, teniendo en cuenta el informe demoscópico, lo aleja del anhelo de liderar la derecha y lo convierte, una vez más, en muleta de su homólogo.