España vive de espaldas a Portugal. Muy a menudo los españoles no prestamos la suficiente atención a lo que ocurre en nuestro país vecino. Y no lo digo como entusiasta lusófilo y convencido iberista que soy sino por las veces en la historias en las que los vientos lusitanos nos ha marcado el camino.

España debe mucho a Portugal de la misma forma que el mundo debe mucho a Iberia. La era de los descubrimientos inició en nuestro país vecino antes que en España de la misma forma que la Revolução dos Cravos (Revolución de los Claveles) antecedió a la caída de la Dictadura española.

Hoy, a febrero de 2022, no hay que perder de vista las señales que se emiten en Portugal. Si la jerigonça fue el espejo donde se miró Pedro Sánchez para fundamentar su legislatura, esa pastilla roja que le permitió dormir tranquilo en su renovado colchón de La Moncloa, el resultado de las elecciones en nuestro país vecino nos puede mostrar lecciones que debemos aprender ara analizar la actual situación de nuestro país.

Los resultados de Portugal son una victoria personal de António Costa. La épica con la que ha ganado, contra sus socios de gobierno y contra la demoscopia, le consolidan como una figura clave de la historia política portuguesa, ya que puede igualar los diez años de mandato de Aníbal Cavaco Silva y superar en años y estabilidad a los gobiernos de António Guterres y José Sócrates.

Pero ¿qué mensaje han lanzado los portugueses? Creo que hay dos misivas fundamentales que hay que remarcar. Por una parte los ciudadanos han buscado un cambio de Parlamento y no de Gobierno. Aquí lo importante a retener es lo fundamental de entender el concepto de cambio.

Por otra parte, los portugueses han votado en contra de la jerigonça de izquierdas y se han movilizado contra una posible jerigonça de derechas. Estabilidad es la palabra mágica. Los votantes han fortalecido al PS expulsando del Gobierno al Bloco y a los comunistas del PCP pero, a su vez, han taponado la llegada de la extrema derecha de la Chega aupando un poco a los liberales de Iniciativa y restando poder al PSD.

De aquí extraigamos una tercera lección. Las encuestas trabajan mejor las tendencias que los pronósticos. Los indecisos hablan, los abstencionistas hablan, la volatibilidad habla, incluso los no sabe / no contesta, hablan (¿A qué suena el silencio?). Por tanto, hay que analizar de manera dinámica, nunca estática, la demoscopia para analizar las tendencias electorales para, con ellos, entender los drivers de voto, los ejes de decisión y dibujar, con todo ello, escenarios de futuro.

¿Cómo podemos aplicar estas lecciones a España?

Primero, entendiendo el marco de la competición política. En España, éste, se visualiza mediante una competición política entre bloques ideológicos. La fotografía de la 'poll of polls', que realizamos mensualmente en 7-50, nos muestra, en enero, un resultado de 40-46 para la derecha (en eso nuestro análisis coincide con ‘La Madre de todas las encuestas’ que publica El Plural). En diciembre de 2019 tras las elecciones generales, estábamos ante un empate 43-43.

Pero veamos la fotografía completa. Si analizamos matrices de transferencias de voto como la del CIS o la de 40dB, el panorama es parecido aunque algo más ajustado: 41-45 para la derecha.

Pocos ciudadanos cruzan la pasarela entre los bloques, 300.000 de izquierda a derecha y 200.000 de derecha a izquierda, prácticamente se neutralizan.

Profundicemos un poco más: considerando que la izquierda tiene muchos más partidos en los que apoyarse, la competencia estará en los indecisos de cada bloque: dos millones para cada uno de ellos y en la disputa interna dentro de cada bloque.

En este punto no interesa tanto la comparativa entre bloques sino el comportamiento dentro de los bloques. Y ahí comenzamos a ver diferencias importantes. Entre PSOE e Izquierda Unida se están jugando 700.000 votos, entre PP y Vox, 900.000, entre PP y Ciudadanos, 500.000 y entre Ciudadanos y Vox, 100.000. La conclusión es obvia: 0,7 a 1,5 millones de votos moviéndose en cada uno de los bloques. Con los otros elementos en empate técnico, es en la derecha en donde el juego está absolutamente abierto, en donde hay partido: todo dependerá de la capacidad de los populares de concentrar todo ese voto para poder ser competitivos frente a Pedro Sánchez.

Este es el marco de la competición política. Un doble juego de movilización y de distribución en el seno de cada uno de los bloques.

Ahora solo hace falta entender cuáles serán las reglas del juego, los drivers o ejes de voto que motivarán la decisión de los españoles.

Nuevamente analizando las encuestas vemos tres motivaciones fundamentales: el bolsillo, los principios y la desafección, es decir, la economía, los valores y el deseo de cambio.

Es la economía, querid@, pero también los valores. No vamos a ser ni tan explícitos como Carville ni tan materialistas como Marx, pero en esta campaña tan importante será la economía como los valores. Uno es un eje exógeno. Depende de muchos factores. La lucha será la del relato. El otro es la lucha por la definición de  los valores principales en medio de una 'guerra cultural'. La lucha será en la mente de los electores. Una lucha por su visión del mundo y de la sociedad.

La economía marcará el escenario a partir de septiembre de este año. Si tras agosto viene la ansiada recuperación económica, la inflación se sitúa a niveles aceptables, continua recuperándose el empleo, se reduce la temporalidad y los fondos europeos dan sus frutos se habrá realizado la Utopía soñada por Sánchez. Si los elementos coyunturales como la inflación devienen en estructurales Casado tendrá un as en la manga en uno de los temas fuertes de la derecha.

De momento los dos principales partidos están en el terreno de las apuestas. El pensamiento mágico de Sánchez frente al negacionismo económico de Casado. El cielo o el infierno. Los dos relatos chocarán en septiembre. Nada será blanco o negro. Este choque se realizará en la percepción y la experiencia vital de los españoles. El juego se realiza en la vida cotidiana.

El segundo eje, el de los valores. Una guerra cultural que hemos visto en la Comunidad de Madrid. Comunismo o libertad. Esta guerra se libra en varios planos. Sánchez necesita sacar adelante una agenda netamente progresista con algún tinte liberal, Yolanda Díaz se decanta por una izquierda laboralista centrada en el trabajo, Pablo Casado se intenta apropiar de la lucha por la libertad de Díaz Ayuso, mientras que Vox entra en la guerra cultural ultraconservadora patrocinada por Steve Bannon que pretende confrontar, no solo con la izquierda, sino con los populares.

Deseo de cambio. Esta es la pregunta fundamental. Los españoles, como los portugueses, quieren, ansían, exigen cambio. En todos los ámbitos y en todos los aspectos. Hay fatiga: pandémica, económica y política. La nueva normalidad se requiere en todos los sentidos. La pregunta es, ¿quién es el cambio? Y es aquí donde está la dificultad. Nadie lo representa. Ni siquiera la oposición. Casado no consigue materializarse como el cambio al Gobierno. Este será el ejercicio de reposicionamiento más interesante por parte de todos los partidos a partir del verano.

El eje del cambio en la derecha será una lucha entre Vox y PP por representar a la 'España cabreada'. De momento, Vox está sabiendo leer mejor que el PP a esos sectores. ‘Targetiza’ mejor que los populares. Los de Pablo Casado siguen hablando de políticos e instituciones, Vox de ciudadanos y de problemas. En esto el populismo lleva las de ganar.

El eje del cambio en la izquierda será un interesante juego entre la 'novedad' de Yolanda Díaz y su capacidad para articular un mensaje, una oferta y un equipo de mujeres y hombres que ilusione y la facultad de Pedro Sánchez de renovarse a él (nuevamente: ‘Manual de Resistencia’) y al Gobierno, aprovechar la Presidencia para mover el mapa político dominando la agenda y renovando equipos.

Lecciones luso-castellano-leonesas. Volvamos a Portugal para aplicar algunas lecciones. La primera es la necesidad de definir la palabra cambio. Los portugueses la han definido como estabilidad. Quien mejor representaba la estabilidad en estos momentos eran los socialistas.

Una segunda derivada es la voluntad de huir de jerigonças. El experimento de izquierdas ha acabado,  pero el de derechas, es decir, el de la extrema en el Gobierno ha movilizado al electorado a favor de Costa. En Castilla y León (como defendí en mi anterior análisis) se juega la misma carta. Un excesivo peso de Vox en el resultado, una cierta debilidad del PP y un protagonismo de la extrema derecha ayudaría a movilizar a una izquierda que se resiste en las encuestas (2,7 millones en juego).

Y a todo ello hay que añadir que el principal juego será el de cohesionar bloques.

La ruta del presidente pasa por reducir el ruido en el seno del Gobierno, intentar maximizar los 700.000 votos en disputa con Podemos, lanzarse a por los dos millones de indecisos y esperar que la extrema derecha le haga parte del trabajo: movilizando en las urnas e impidiendo una mayoría parlamentaria alternativa más allá de la suma entre PP y Vox.

La ruta de Casado es más complicada. Necesita, primero, consolidar su liderazgo interno, o, como mínimo reducir el ruido, tras eso lanzarse a por 1,5 millones de votos en disputa en la derecha, y, finalmente, a por los dos millones de votos indecisos.

Nada está escrito y nada está decidido. Las encuestas nos muestran los posibles escenarios que se nos vienen encima. Se vienen cositas. Aprendamos las lecciones de Portugal y de Castilla y León. Pero antes tenemos que saber leer exactamente los idus, las tendencias que nos marca la demoscopia.

Apuntes al margen

  • GUERRA CULTURAL Y CHOQUE DE CIVILIZACIONES. Para entender lo que está pasando en Ucrania y cómo afecta a la Unión Europea, hemos de comprender que el mundo está viviendo una lucha política y estratégica en base a dos ejes. Por un lado un cierto choque de civilizaciones en formato 'choque de áreas de influencia' que Rusia y China están intentando conformar. Por el otro, una guerra cultural entre valores tradicionales y postmodernos. ¿Dónde se produce el choque y, por tanto, las contradicciones? En el oriente europeo. Polonia y Hungría huyen, por razones históricas, de Moscú y se aproximan a Bruselas, pero, a su vez, Duda y Orban se asemejan más a Putin en su defensa de los valores tradicionales que a las postmodernas sociedades del occidente europeo.
  • EL RUIDO QUE NO NOS DEJA OIR EL RUIDO. Pablo Casado no está pasando por su mejor momento. Desde el inicio del curso político el PP no ha dejado de caer en los sondeos y si no se está en una situación parecida a la que tenía antes de las elecciones madrileñas es por los dos puntos de intención de voto regalados por Ciudadanos. No acaba de cohesionar su liderazgo interno frente a Ayuso y a Aznar y yerra focalizando su oposición en fortalezas del Gobierno como los fondos europeos. Pero al ruido de la derecha lo ensordece el ruido de la izquierda: la polémica de Garzón y su gestión mediática o la división de la izquierda frente a la reforma laboral. Al final, la política española excede, en mucho, los niveles aceptables y los estándares europeos de contaminación acústica.
  • INDEPENDENTISTAS DE DÍA, CENTRALISTAS DE NOCHE. La política española tiene sus cositas, como todas, sus contradicciones, as usual, y sus conflictos, como de costumbre. Pero la última moda son los políticos oxímoron, aquellos que son capaces de defender una cosa y la contraria sin despeinarse. Resulta que la Reforma Laboral tiene en PNV y ERC unos detractores de primera por ser abusivamente centralista al imponer los convenios nacionales a los autonómicos. Hay que descentralizar. Pero a su vez, pretenden impulsar una reforma fiscal que quite competencia a las Comunidades Autónomas (dígase Comunidad de Madrid). Hay que centralizar. Es difícil combinar las dos posiciones sin dejar de ser coherentes. Pero creedme, lo hacen perfectamente sin dejar de ser incoherentes.