Los burros están siendo un aliado esencial para la población del Alto Atlas en la comarca de El-Haouz. Cargan con mantas, barras, lonas y sacos de dormir por las escarpadas laderas llenas de rocas. Al quinto día tras el apocalipsis causado por el sismo de magnitud 6,8, junto a las aldeas de tono ocre por el adobe, van creciendo campamentos de tiendas azules y amarillas con el logo del ministerio de Interior y la bandera marroquí.

Los campamentos de autoconstrucción en los que han estado malviviendo las 250 familias de Toulkín, a 15 km del epicentro durante cinco noches, quedarán atrás. Los campamentos están siendo erigidos por los vecinos. Cavan para proteger el cableado, retiran las piedras del suelo, miden las parcelas para cada tienda. “De mi casa no queda nada, hay que darse prisa en levantar todo”, explica Ibrahim, vecino de Toulkín, que está limpiando de piedras la zona.

Este es el primer día en el que los materiales de emergencia sanitaria del Estado marroquí han llegado a esta región. Hasta ahora, la ayuda y la asistencia había llegado merced a la solidaridad de los conciudadanos de otras regiones. “Gracias de corazón”, decían a primera hora de la mañana las vecinas al conductor de una furgoneta que llegó desde Rabat, cargado de ropa, hoyas y mantas.

“Hasta ahora hemos estado solos, ninguna autoridad nos ha asistido”, lamenta Yassín, de 25 años y estudiante universitario. Estaba en Rabat cuando empezó el terremoto. Viajó a Marrakech de noche y siguió carretera arriba hasta Toulkín en autostop. Pero la sinuosa carretera de montaña era impracticable. No había cobertura y no sabía si su familia estaba viva. Solo pudo llegar a su destino en moto.

Yassín frente a lo que queda de su casa. Gonzalo Wancha
Yassín frente a lo que queda de su casa. Gonzalo Wancha
 

Al llegar a su casa, “no podía creer que mis padres estuvieran vivos”. Yassín cuenta que pasó el siguiente día ayudando para rescatar supervivientes con sus manos. Sacó dos cuerpos, el segundo de ellos, el de un niño de dos años al que se le habían desprendido las piernas, “después de eso ya no he podido seguir, no puedo más. Estamos en shock”.

Yassín explica que él, al igual que sus padres, no es capaz de hablar de lo sucedido estos días. Toda su familia sobrevivió, pero su hogar quedó totalmente derruido. “La prioridad es que tengamos refugio, el invierno se acerca, con las tiendas no se puede vivir”.

“Todo este pueblo está en manos de la solidaridad de sus conciudadanos”

El caso de Toulkín no es único. Pasa en toda la región del Alto Atlas, donde no quedan casas que habitar. En las callejuelas repletas de escombros encontramos a dos hombres con casco blanco. Jean Thedenat, que forma parte de un consorcio empresarial en Casablanca, es ingeniero de construcción francés. Visita la zona para inspeccionar el estado de las edificaciones que han quedado en pie.

Con un spray rojo hacen círculos en las edificaciones que quedan en pie. Le preguntamos si la marca que está haciendo significa que las viviendas son aptas y seguras. “Nada de lo que hay aquí sirve, no hay solución. Lo evidente está derruido y es irrecuperable, pero lo no evidente, lo que permanece en pie, también es irrecuperable. Lo mejor es derruirlo todo”, dice resignado. Valora que será más costoso tratar de recuperar y rehabilitar las viviendas que construir nuevas edificaciones, “toda esta gente depende de la solidaridad de sus conciudadanos”.

Casas en pie que hay que demoler en Marruecos. Gonzalo Wancha
Casas en pie que hay que demoler en Marruecos. Gonzalo Wancha
 

Las valoraciones de daños aún están muy lejos de realizarse. Mientras, una máquina excavadora se instala junto a la principal mezquita de la localidad. El alminar se ha desprendido del minarete, de unos 20 metros. La intención es derruir todo, para los vecinos, hay pérdidas que no son evaluables. La vieja Toulkín ha desaparecido, ahora toca habitar en la ‘Nueva Toulkín’ o Toulkín Jadida, una ciudad de lonas de emergencia sanitaria.

Preguntamos a los vecinos si podrán pasar el invierno en tiendas de campaña, en una ladera montañosa a 1.535 metros de altitud, donde las nevadas son habituales, “¡claro que no!”, responde el joven Yassín. La cuestión obvia es cuánto tiempo aguantarán viviendo en tiendas de campaña, “yo no pienso en el futuro, me conformo con que todos estamos vivos en mi familia y en llegar a mañana, solo pienso en cómo dormir esta noche”, responde Yassín.