El dirigente izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva, tras salir vencedor de la segunda vuelta de las elecciones brasileñas que se celebraron el pasado 30 de octubre, se convierte este domingo en presidente de Brasil. No lo hace por primera vez, ya que ya fue presidente del país carioca entre 2003 y 2011. No obstante, este regreso largamente anticipado a la primera línea política de Da Silva se produce con su predecesor, el ultraderechista Jair Bolsonaro, en la distancia. Bolsonaro no cumple así con los trámites protocolarios en Brasilia al estar fuera del país.

Durante los mandatos de Lula entre 2003 y 2011, Brasil experimentó una gran presencia internacional, simbolizada en unos inéditos Juegos Olímpicos, y también adoptó medidas para tratar de combatir la pobreza y reducir la desigualdad, convirtiendo así este periodo en uno de los más explendorosos del gigante sudamericano.

Pero esto se vio truncado por los escándalos de corrupción, en su mayoría vertebrados por la trama de la constructora Odebrecht, que marcaron sin embargo su legado en años posteriores. El propio Lula llegó a estar preso, tras una condena que la Justicia anuló 'a posteriori' por irregularidades y en un contexto donde la polarización política se había contagiado ya a todos los poderes del Estado.

Aunque el país ha cambiado en los últimos años, y ha sufrido gravemente las consecuencias de la pandemia y la crisis que se ha desatado por las fallidas políticas de Bolsonaro, los retos de Lula da Silva siguen vertebrándose en torno a la lucha contra la pobreza. Y es que los datos demuestran que más de 33 millones de personas pasan hambre en Brasil, según la Red Penssan. Solo cuatro de cada diez familias pueden cubrir plenamente sus necesidades alimentarias y la ONG Oxfam estima que el país ha retrocedido a la década de los noventa.

Brasil debe hacer frente también a lacras como la inseguridad y, en términos económicos, una inflación volátil -del 6% en noviembre- y una desaceleración del crecimiento aún por concretar. El Banco Central estimó en diciembre que el PIB crecerá un 2,9% en 2022 y que, en 2023, se quedará en el entorno del 1%.

En términos políticos, Lula estará obligado a atender a una ciudadanía que está dividida -muestra de ello quedó con el ajustado resultado electoral (50,9% frente al 49,1%)-. La victoria del izquierdista en las últimas elecciones no fue tan abultada como se esperaba y hubo menos de dos puntos de diferencia con Bolsonaro. De hecho, el mandatario saliente obtuvo 58,2 millones de votos, más de los logrados cuatro años antes.

Así, tras ganar los comicios, Lula da Silva ha conformado un gobierno multipartidista, aunque reserva para el Partido de los Trabajadores (PT) puestos clave, y con mayor presencia de mujeres, si bien dista mucho de ser paritario ya que la balanza sigue decantándose del lado de los hombres con 26 puestos a once.

El Congreso estará dominado además por partidos conservadores, gracias al auge de la ultraderecha, lo que limitará el margen de maniobra del nuevo presidente, que ha prometido una mayor transparencia presupuestaria y recuperar las políticas medioambientales denostadas por Bolsonaro.

Respecto al ámbito, Lula ha dejado claro que marcará distancias con su predecesor, aliado del expresidente Donald Trump y crítico con el multilateralismo. Bolsonaro se quedó prácticamente sólo a nivel mundial durante la pandemia de COVID-19, criticando las restricciones y difundiendo bulos sanitarios.

Tras cuatro años y derrotado por el que ya fuera presidente, Jair Bolsonaro pone fin a su mandato con un nivel de aprobación del 39%, mientras que el 37% de los ciudadanos reprueban su gestión, según la encuesta final de Datafolha. Estos son los peores resultados al término de un primer mandato desde la llegada de la democracia a Brasil.

Presión social

Durante la campaña electoral ya se vivieron momentos de tensión después de que Bolsonaro asegurase que no iba a aceptar una derrota y alentase a un fraude electoral, provocando que sus seguidores salieran a la calle. Después de su derrota, el silencio que protagonizó tras el cierre de los colegios electorales dio pie a una ola de protestas marcadas por el bloqueo de carreteras. Pasaron varios días hasta que el presidente saliente se comprometió a iniciar la transición, aunque lo hizo con la boca pequeña y sin reconocer abiertamente que había sido derrotado.

Frente a ello, Lula ha prometido que en los primeros compases de su mandato tomará medidas contra quienes siguen negándose a reconocer su victoria, en un momento en que sigue habiendo grupos de 'bolsonaristas' reclamando frente a los cuarteles una potencial intervención de las Fuerzas Armadas. También se han llevado a cabo operaciones para desarticular supuestos planes violentos.

En cambio, Bolsonaro no sólo no ha dado muestras de suavizar su posición sino que ha completado su lista de desplantes con una sonada ausencia en la investidura de su sucesor programada para este 1 de enero de 2023. Según el portal G1, los abogados de Bolsonaro le han aconsejado que estuviera fuera de Brasil antes del 1 de enero por el temor a ser detenido.

Pero ha sido también el temor a posibles actos violentos lo que ha llevado a movilizar un amplio dispositivo de seguridad, tanto en la ceremonia de investidura en sí como en las calles de distintas partes del país. El equipo de Lula ha organizado un concierto al que podrían asistir cientos de miles de personas.

La última investidura del 1 de enero

En un hecho histórico para Brasil, convirtiendo a Lula como presidente del país por tercera vez, resalta la presencia de más de una decena de jefes de Estado y de Gobierno, que asisten 'in situ' al arranque de la nueva etapa política en Brasil. Entre estas personalidades destacan el rey Felipe VI, que acude acompañado del ministro de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación, José Manuel Albares, y de la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz.

No obstante, esta será la última investidura que se realice el 1 de enero, pese a que lo estableciera la Constitución. Fue en 2021 cuando se aprobó una enmienda constitucional que retrasa "al 5 de enero del año siguiente a su elección" la toma de posesión del nuevo presidente, algo que ya se aplicará en las elecciones previstas para 2027.

En línea con el socialismo internacional

La figura de Lula da Silva es una de las más apoyadas y respetadas en el marco del socialismo internacional. De orígenes sindicalistas y obreros, fundó en 1980 un partido que tenía como objetivo defender los intereses de la clase trabajadora y se proclamó como el primer presidente del país carioca en proceder del mundo sindical. Cierto es que los éxitos electorales tardaron en cosecharse, pero el tesón, la defensa de la clase trabajadora y las políticas sociales han sido, durante toda su carrera política, los estandartes más valiosos del ya tres veces presidente brasileño.

El programa que ha llevado a la victoria al socialdemócrata está basado en la protección a las minorías y a la clase trabajadora, la subida de impuestos a las élites económicas, el aumento salarial a las clases medias y bajas por encima de la inflación, la protección adicional a la población racializada y LGTBI, una política exterior que aumente la presencia internacional de Brasil y un compromiso con el cuidado del medio ambiente.

Desde nuestro país, tanto el expresidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero, como el actual líder del Ejecutivo, Pedro Sánchez, han mostrado su apoyo a la candidatura del izquierdista, alegando que “el triunfo de Lula será el triunfo del socialismo y el progresismo internacional”.

De este modo, la victoria de Lula es solo un episodio más del triunfo de los políticos progresistas en los últimos años en Latinoamérica, que se suma a las de Gabriel Boric en Chile, Andrés López Obrador en México, Gustavo Petro en Colombia, Xiomara Castro en Honduras o Pedro Castillo en Perú, entre otros.