Egipto vuelve a colocarse en el centro de la diplomacia internacional. Sharm el-Sheij, su conocida ciudad costera a orillas del mar Rojo, acoge estos días una nueva cumbre de la paz que reúne a representantes de más de una veintena de países, con un objetivo que parece tan urgente como lejano: detener la violencia en Oriente Próximo y sentar las bases de un alto el fuego duradero.
El encuentro se celebra en medio de una escalada de tensiones que ha dejado miles de víctimas civiles, desplazamientos masivos y un creciente aislamiento político de las partes enfrentadas. Egipto, que ha ejercido en los últimos años como uno de los mediadores más constantes entre Israel y Hamás, busca ahora reactivar un proceso de diálogo bloqueado desde hace meses, con el respaldo de Naciones Unidas, Estados Unidos, la Unión Europea y varios países árabes.
El contexto no es menor. La comunidad internacional asiste con escepticismo a una nueva ronda de conversaciones tras décadas de intentos fallidos. Las iniciativas anteriores —desde los Acuerdos de Oslo hasta las más recientes mediaciones en Doha o El Cairo— han dejado un rastro de promesas incumplidas y treguas efímeras, rotas casi siempre por ataques, represalias o bloqueos políticos. Por eso, esta cumbre se percibe como una prueba de fuego para medir la verdadera voluntad de las partes.
Según las fuentes diplomáticas, sobre la mesa se encuentran tres ejes principales: la liberación de rehenes, la apertura de corredores humanitarios y la creación de un marco de garantías internacionales para evitar una nueva escalada. Aun así, las posturas iniciales siguen muy alejadas. Israel insiste en condicionar cualquier acuerdo al desarme completo de Hamás, mientras que los representantes palestinos reclaman el fin de los ataques sobre Gaza y la recuperación de control político en la zona.
En paralelo, Egipto intenta mantener el equilibrio que lo ha caracterizado en sus labores de mediación. Su presidente, Abdel Fattah al-Sisi, ha pedido públicamente un “compromiso real y verificable” para aliviar la crisis humanitaria y abrir la puerta a un proceso de reconstrucción. Washington, por su parte, presiona para que el alto el fuego se vincule a un plan de seguridad más amplio, con apoyo logístico internacional. Sin embargo, los analistas recuerdan que sin voluntad política interna —especialmente dentro de Israel y de las facciones palestinas—, ningún acuerdo sobre el papel resistirá mucho tiempo.
La población civil observa con cansancio y desconfianza. En las calles de El Cairo y en buena parte del mundo árabe, la pregunta que se repite es si esta cumbre será diferente a las anteriores o si quedará como otro gesto diplomático sin consecuencias reales. Los medios internacionales coinciden en que la presión social es mayor que nunca, y que el hartazgo por la violencia podría empujar a los líderes a compromisos más tangibles.
Con todo, el peso de la historia y la complejidad del conflicto invitan a la prudencia. Las delegaciones reunidas en Egipto afrontan el desafío de demostrar que aún existe margen para la negociación y que las palabras “paz” y “duradero” pueden coexistir en una misma frase.
Por eso, queremos conocer la opinión de nuestros lectores: ¿Cree usted que esta cumbre de la paz en Egipto logrará un alto el fuego duradero?

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