“Nuestro espacio político ha sufrido hoy una derrota sin paliativos. Nos toca hacer una profunda autocrítica y aprender de los errores que sin duda hemos cometido”. Así se pronunció Pablo Iglesias, secretario general de Podemos, tras la aciaga noche de su formación en las elecciones en Galicia y Euskadi. Al comenzar la jornada electoral, los morados y sus socios de candidatura ostentaban 25 escaños: 14 en el Parlamento gallego y 11 en el vasco. Al concluir, tan solo seis en País Vasco.

Unidas Podemos tiempo ha que encadena calamitosos resultados electorales, sin embargo, el de este domingo se lleva la palma. En Galicia han pasado de ser segunda fuerza a desaparecer; y en Euskadi han perdido cinco parlamentarios. En ambos territorios los morados tenían profundas raíces, pero los cambios de marca de las mareas y las luchas internas en País Vasco han lapidado a la formación.

Podemos se ha desgastado territorialmente por el afán de la dirección actual de tratar de articular un partido nacional potente desde Madrid

En las pasadas autonómicas, Podemos logró aglutinar y canalizar el descontento social. A partir de ahí, el afán centralista de Iglesias ha provocado el desastre y debiera fomentar una reflexión sobre su estrategia territorial.

A pesar de que cerebros en la sala de máquinas como Juan Carlos Monedero consideran que la derrota es consecuencia directa de que no se han dedicado las “energías” en “construir partido”; resulta evidente que el centralismo con el que Iglesias impregnó la formación tras Vistalegre II ha dejado el espacio libre a la izquierda nacionalista, que lo ha ocupado gustosamente. Monedero, en su tuit, apuntó que “la izquierda nacionalista vasca y gallega se han podemizado. El discurso de Bildu y BNG no se diferencia del que antaño criticaban”. Pero los resultados no avalan esta aseveración.

Podemos se ha desgastado territorialmente por el afán de la dirección actual de tratar de articular un partido nacional potente desde Madrid, olvidando que los tentáculos morados enraizaban en las comunidades autónomas gracias a los movimientos sociales con carácter y personalidad propios que Pablo Iglesias tanto ha tratado de controlar. El ejemplo perfecto son las mareas. En los anteriores comicios gallegos las mareas lanzaron un ultimátum al líder de Podemos: se presentarían con su marca y con sus normas. Los morados optaron por echarse a un lado y disolverse entre sus siglas. ¿Resultado? 14 escaños y alternativa a Feijóo. Ahora, tras tomar el mando de ese espacio y dirigiéndolo desde Madrid, ha perdido todo el fuelle. Y no se puede decir que el candidato a la Xunta no era del agrado de Iglesias, pues Antón Gómez-Reino es su hombre fuerte en la región. Y tampoco se puede decir que no ha contado con ayuda o todos los medios a su disposición, pues Yolanda Díaz, una de las ministras mejor valoradas del Gobierno, se ha recorrido la provincia de cabo.

El secretario general de Podemos y vicepresidente segundo del Ejecutivo se ha volcado en la campaña, presentando a su partido como la llave en ambas regiones para armar coaliciones de izquierda que derroquen a las derechas. En Galicia no ha funcionado, a la vista está; y en Euskadi el PSOE dio un portazo en el momento en que Bildu forma parte de la ecuación.

Los morados no han sacado rédito a la baza de Gobierno y su electorado ha acudido a refugiarse en la izquierda nacionalista. ¿La conclusión? Que cuanto más poder y control tiene la actual cúpula morada sobre los territorios más desastroso es el resultado.

Tras Vistalegre II, Iglesias optó por abandonar la lógica populista (en términos estrictamente académicos) con la que nacieron para armar un partido centralista, que reconoce la plurinacionalidad, sí, pero desde Madrid y controlando las siglas de las candidaturas y cediendo poca autonomía. Ese Podemos, cuya base eran los movimientos sociales y que daba un amplio margen de maniobra a las confluencias en cada región, ya no existe. Iglesias lo ha sepultado bajo toneladas de escombros. Ahora la duda que queda es saber si reconducirá la estrategia (puede que sea demasiado tarde) o si morirá matando.