El descalabro de Galicia en Común en las elecciones regionales ha supuesto un auténtico jarro de agua fría en la sede nacional de los morados. En 2016 consiguieron ser la segunda formación más votada, cosechando 14 escaños y levantándose, junto al PSOE -que les igualó en escaños pero obtuvo menos votos-, como fuerza principal de la oposición a Feijóo.

En unas elecciones marcadas por el miedo al coronavirus, la participación en Galicia no se ha resentido en absoluto. Los gallegos han decidido ejercer su derecho y acudir a las urnas con normalidad, llegando a superar el dato de los comicios de hace cuatro años. Sin embargo, el voto morado se ha perdido por el sumidero, cobrando toda su fuerza el Bloque Nacionalista Galego, que ha pasado de ser la cuarta fuerza en la cámara regional a ser el partido que liderará la oposición con 19 diputados. Le seguirá el PSOE de Galicia con 15.

La crisis interna entre las mareas y las confluencias que aglutinaban el voto morado en Galicia ha supuesto una auténtica losa para las aspiraciones de la formación. Ni en sus peores pesadillas hubieran pensado que se quedarían sin representación, pero ni siquiera la presencia en el Gobierno de una admirada Yolanda Díaz como ministra de Trabajo ha sido suficiente para que Galicia en Común estuviera representada en las urnas.

Cuando apenas había arrancado la jornada electoral, desde Galicia en Común ya se lanzaban mensajes de pesadumbre viendo venir que el resultado sería negativo: “La noche va a ser muy larga”, reconocían los morados, lastrados por una guerra interna que ha sido la tónica general de estos cuatro largos años de oposición en Galicia. Tal fue el desastre interno que a estas elecciones se han presentado por separado Galicia en Común (Podemos, EU, Anova y las mareas municipalistas) y Marea Galeguista.

El líder de la formación, Antón Gómez-Reino, ha sido uno de los primeros en comparecer y dar la cara frente a la prensa. Visiblemente contrariado y apenado. El dirigente ha reconocido la derrota y ha alegado que se analizará lo sucedido y se tomarán medidas en función de las conclusiones: “Los resultados son un fracaso para nuestro espacio político. Son unos resultados inesperados para nosotros y evidentemente nos da pena no poder colaborar de otra forma para acabar con la mayoría de Feijóo y del PP. Son unos resultados muy malos que asumo en primera persona. Vamos a reflexionar de forma profunda y a partir de mañana veremos”.

Las expectativas de Unidas Podemos a nivel nacional no eran muy amplias. Sabían que llegaban cansados a la cita y sin un proyecto que enamorase ni en Galicia ni en País Vasco. Pese a todo, esperaban que la campaña fuese suficiente para ejercer de llave de gobiernos y poder cambiar el rumbo de Galicia, gobernada por el PP de forma ininterrumpida desde que Feijóo derribara a Emilio Pérez Touriño en 2009.

Tampoco ayuda lo sucedido en País Vasco. El análisis en la sede nacional de los de Iglesias deberá ser reposado. Cada cita electoral supone un nuevo revés para una marca que derribó la puerta con su llegada pero que se empieza a desinflar con el tiempo. Dos nuevas citas y dos nuevos batacazos, quedando muy por detrás de sus competidores de izquierdas: en Galicia, arrollados por el BNG y el PSdeG; en País Vasco, donde han conseguido seis parlamentarios (se han dejado cinco en cuatro años), han sido superados por EH Bildu y el PSE.