Está claro que entraba dentro de lo previsible. No ha habido apenas sorpresas durante el pleno del Congreso de Diputados que ha dado un amplio apoyo a una nueva prórroga de quince días más, por tanto ahora hasta el próxima día 26 de abril, de la aplicación del estado de alarma en toda España. Así lo había solicitado, tal como lo establece nuestra vigente Constitución, el Gobierno de coalición progresista y de izquierdas presidido por el socialista Pedro Sánchez. Se ha superado, pues, el preceptivo trámite parlamentario, ya que cada ampliación del estado de alarma, cada una de ellas de quince días, requiere su ratificación por la mayoría absoluta del Congreso de Diputados.

No obstante, esta nueva prórroga ha puesto aún mucho más en evidencia, como también era previsible, que en nuestro país, por desgracia, estamos muy lejos de contar, en una situación tan extraordinariamente crítica como esta, con un consenso político tan amplio y consistente como el que se da en la práctica totalidad de los estados democráticos, tanto en nuestros socios de la Unión Europea (UE) como en el resto del mundo. Los más o menos escandalosos y burdos intentos de instrumentalización partidista y sectaria del impacto en España de esta primera  gran pandemia global, formulados por el portavoz de Vox desde su habitual inflamada verborrea patriotera y nacionalpopulista, expresados de forma solo algo más matizada por el presidente del PP y también por los representantes de los grupos regionalistas de derechas, han tenido un único y coincidente objetivo político: censurar, criticar, deslegitimar y desestabilizar al Gobierno de coalición de PSOE y UP, que se encuentra sometido desde hace semanas al atosigante reto al que se enfrenta, en plena gestión de una crisis sanitaria, económica y social sin parangón en toda nuestra historia.

Ya he dicho que todo esto era previsible. De un modo u otro, esto era ya lo esperado. Lo esperado y también lo temido. El PP sigue temiendo todavía demasiado a Vox, Pablo Casado siente demasiado cerca de su cogote el impulsivo aliento de Santiago Abascal en su impaciente y desenfrenado galope reconquistador, y se resiste a asumir el papel que en una situación de grave crisis como la que sufrimos corresponde al líder del primer partido de la oposición. Aunque con efectos prácticos muy distintos -tanto el PP como sus franquicias regionalistas de Navarra y Asturias han dado sus votos a la petición de prórroga presentada por el Gobierno-, apenas hemos podido constatar diferencias entre la intervención de Pablo Casado y la de Santiago Abascal. Sí las hemos advertido, por suerte, en las de Ciudadanos, en lo que puede haber sido un primer intento de enmendar los errores más graves de su pasado más reciente, desmarcándose con nitidez de PP y sobre todo de Vox, y abriéndose al diálogo, la negociación y el pacto, con voluntad de sumarse al gran consenso político y social propuesto por el presidente Pedro Sánchez.

Lo más curioso de este nuevo pleno extraordinario es que hemos vuelto a ver confirmada aquella famosa frase de Manuel Fraga Iribarne, “la política hace extraños compañeros de cama”. Porque, incluso más allá de esta coincidencia estratégica y táctica advertida en PP y Vox de aprovechar esta crisis para acabar con el actual Gobierno de España, resulta inconcebible constatar cómo otras formaciones políticas con representación parlamentaria, al menos en teoría en las antípodas de las dos ya mencionadas, han jugado según la misma estrategia, según la misma táctica. No deja de ser sorprendente, y al mismo tiempo sumamente revelador, que las dos únicas formaciones políticas que se han opuesto a esta nueva ampliación del estado de alarma sean dos partidos tan radicales y extremistas como la ultraderechista Vox y las ultraizquierdistas CUP. También han sido muy significativas las abstenciones de los secesionistas catalanes, tanto de ERC como de JxCat, que contrastan una vez más con el sensato ejercicio de responsabilidad política y de auténtico sentido de Estado del PNV.

Vox y las CUP desde extremos incompatibles e irreconciliables, y el PP y sus franquicias territoriales en posiciones solo un poco más temperadas, unos y otros se han esforzado al máximo en intentar manipular y tergiversar la realidad de los hechos y los datos, han llegado al extremo de mezquindad, ruindad y miserabilidad que supone el burdo intento de instrumentalizar a las víctimas directas e indirectas de esta cruel pandemia al servicio exclusivo de sus más inmediatos intereses partidistas. Era lo previsible. Era de esperar y de temer. Pero da mucha lástima, y sobre todo muchísimo asco.