Cuando las armas callan los escolares aprovechan para jugar en el exterior

Son las 9 de la mañana y la chiquillería se agolpa a la puerta de la escuela. En unos minutos estarán sentados en sus pupitres atentos a las explicaciones de sus profesores. Es una escena familiar, rutinaria si no fuera por unos ruidos de fondo, roncos, secos, repetitivos. A pocos centenares de metros se escuchan explosiones y disparos. Tampoco ayuda a la normalidad que las clases hayan tenido que cambiar hasta tres veces de localización porque las bombas caían demasiado cerca. O que los pequeños vayan embutidos en toda la ropa de abrigo que tienen porque la calefacción hace mucho que dejó de funcionar, si es que alguna vez lo hizo.

La escuela Zilal está situada en Alepo, en el barrio de Al­Mashad, al oeste de la otrora capital económica de Siria. Ciudad famosa, entre otras cosas, por su casco histórico, Patrimonio de la Humanidad; por su zoco cubierto, el más extenso del mundo, y por sus apreciados jabones de aceite. Todo ha quedado reducido a cenizas. Excepto los jabones, que algún avispado comerciante turco o inglés acaparó antes de la guerra y los sigue vendiendo por Internet a razón de 12 dólares la pastilla.

A la puerta de la escuela y recibiendo a los pequeños se encuentra Abo Bassam. Entrado ya en la cincuentena, Bassam es el supervisor del centro. “Soy administrador, consejero, orientador, profesor a veces y, en suma, padre”, explica a través de una entrecortada y difícil conversación por Skype.

Las aulas han sido blanco frecuente de las bombas

Tras cinco años de guerra el precario sistema educativo sirio se sigue sosteniendo gracias a los desvelos y esfuerzos de héroes como Abo, como los miles de profesores y trabajadores de escuelas de toda Siria que, a pesar de las bombas, siguen tratando de mantener a sus alumnos en una rutina que deje atrás el drama que viven cada día. De hecho, muchos niños que asisten a la escuela Zilal no han conocido otra cosa que la guerra, nacieron con ella y han vivido su corta edad rodeados de explosiones, destrucción, cortes de luz y de agua. Un infierno que les está robando su infancia. Y también su futuro.

 “Tenemos que construir una nueva Siria cuando todo acabe y ellos, los niños, serán la clave”

“Sin educación no hay esperanza –explica Usama Ajjan­ y por ello hay que mantener a toda costa las escuelas. Tenemos que construir una nueva Siria cuando todo acabe y ellos, los niños, serán la clave”. Usama es profesor, como su hermano Ahmad, y tuvieron que dejar Alepo y trasladarse al otro lado de la frontera, a Turquía, concretamente a la ciudad de Gaziantep, convertida en el centro neurálgico de muchas organizaciones de sirios refugiados. Desde allí fundaron hace poco más de un año A Little Help is Enough, una ONG que trata de apoyar a las escuelas que aguantan bajo las bombas.

Los esfuerzos de A Little Help is Enough se han dirigido, de momento, a seis escuelas de Alepo situadas en el barrio de Ansari al Sharqi. Un total de 1.200 escolares, de entre 5 y 15 años, y un centenar de profesores, “que podrían ser más si consiguiéramos más ayuda”. Los fondos para financiar las actuaciones que están llevando a cabo provienen de donaciones particulares, dinero procedente, por ejemplo, de médicos de México, cooperantes de Reino Unido o estudiantes de Japón.

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Los niños sirios se esmeran en estudiar y dejar de lado el terror.

A cambio de 400 dólares se pueden conseguir cuadernos y lapiceros para 200 alumnos. Con ese mismo dinero es posible comprar en el mercado negro un grupo electrógeno que palíe los numerosos cortes de electricidad que obligan, muchas veces, a dar las clases en penumbra. Todo el material se adquiere a nivel local, “nos dimos cuenta que trasladar lo que necesitábamos desde Turquía era mucho más caro y peligroso, por lo que hacemos llegar el dinero a Alepo y allí se utilizar para comprar lo que se necesita y pagar a los profesores”.

Profesores que, según cuentan desde A Little Help is Enough, son “voluntarios”. Es la forma más amable de explicar que trabajan de sol a sol y que sus sueldos, cuando llegan, no justifican en absoluto el esfuerzo y la dedicación que ponen hacia sus alumnos. En la zona no gubernamental los educadores dependen de las nóminas que con cuentagotas consigue hacer llegar el gobierno rebelde pero, en la mayor parte de ocasiones, los sueldos y el dinero necesario para que las escuelas sigan abiertas proviene de colectas populares y de ONGs que trabajan sobre el terreno. Las necesidades que se intenta paliar en los colegios incluyen desde material escolar, como libros, cuadernos o lapiceros, hasta generadores eléctricos, ropa de invierno para los niños o el mantenimiento periódico de los centros reparando una ventana, una puerta o dando una mano de pintura donde sea necesario.

El objetivo es tejer una red de apoyo familiar que permita la vuelta a clase de los más pequeños

Sin embargo, la ayuda que se necesita traspasa las aulas. Demasiadas familias, tras cinco años de guerra y penurias, subsisten en la más absoluta pobreza, y deben elegir entre enviar a los niños al colegio o a buscarse la vida, trabajando en la venta callejera o en algún taller que aún esté abierto. “Tratamos de apoyarles con cosas tan básicas como madera para sus estufas, comida o dinero”. El objetivo es tejer una red de apoyo familiar que permita la vuelta a clase de los más pequeños.

Mientras los profesores enseñan a los escolares en las aulas, Abo, en su despacho, trata de cuadrar las cuentas para que mañana, pasado y la semana que viene las puertas de Zilal sigan abiertas. “Antes de la guerra –cuenta­ fui 10 años profesor en una escuela privada, aunque también he trabajé fuera del mundo de la educación en varias empresas”.

A Little Help is Enough hace llegar material escolar a los colegios de Alepo gracias a donaciones particulares

El supervisor de esta escuela, como el resto del personal y de los niños, guarda recuerdos que serán muy difíciles de olvidar. Los escolares se juegan todos los días la vida para llegar, bien sea a pie o, si viven muy lejos y hay fondos, en coches que alquilan particulares para ganarse la vida como pueden. Una vez en el colegio, el peligro sigue latente. Hace un año una bomba barril lanzada por la aviación de Assad cayó demasiado cerca. 12 muertos y 35 heridos que aún siguen en sus mentes y que obligaron al tercer y, de momento, último traslado de edificio.

Al peligro continuo de vivir inmersos en una guerra, y a la falta de fondos, también hay que sumar la imposibilidad por parte de los profesores de impartir un currículum mínimo anual. En no pocas ocasiones las clases se han tenido que suspender durante semanas por el recrudecimiento de los combates. De hecho, el curso pasado no se pudieron realizar los exámenes finales porque las autoridades locales decidieron finalizar las clases en mayo por los continuos ataques aéreos.

La situación a día de hoy en Alepo, a pesar del alto el fuego y de las intermitentes negociaciones de paz en Ginebra, sigue siendo catastrófica. Según Usama, “el asedio de gran parte de la ciudad continua y tenemos miedo de no poder seguir ofreciendo nuestra ayuda”.

A pesar de todo, Abo confía en el mañana. “Esta guerra terminará y debemos estar preparados para reconstruir nuestro país”. Una razón de peso para seguir resistiendo, junto a su familia, en la Alepo. Las aulas han sido blanco frecuente de las bombas “Ni se me ha pasado por la cabeza irnos, ¿a dónde? Esta es mi ciudad. Estos son mis niños”.

Cuando los fondos y los combates lo permiten las escuelas alquilan turismos particulares como transporte escolar improvisado