Según los estudios, un 3% de la población española tiene algún tipo de dependencia. Concretamente, un millón y medio de habitantes necesita algún tipo de ayuda para poder sobrevivir.

A día de hoy 944.016 personas tienen reconocido su derecho a prestación por dependencia, de las cuales unas 190.000 están esperando a que dichas ayudas lleguen.

La normativa establece que el plazo ha de ser de seis meses como máximo, pero la practica demuestra que la media de espera ronda en torno a los 8 meses, unos trescientos días. Demasiado tiempo para aguantar en muchos casos.

Durante el pasado año la inversión pública que el Estado realizó a las Comunidades Autónomas para atender a las personas dependientes se redujo en 200 millones de euros, lo que supuso un recorte del 14%. Cada día 240 personas pierden su derecho a la dependencia y se ven privadas de las posibles ayudas a las que potencialmente tendrían derecho a optar.

Una vez más caemos en cifras para maquillar realidades de personas que sufren, familias totalmente destrozadas por la incapacidad de contar con la necesaria ayuda del gobierno para poder cuidar a quienes no pueden dejar solos.

Seguramente si no se conocen casos de manera personal, esto no sean más que cifras. El beneficio de la duda me hace pensar que Cospedal no ha estado nunca junto a una familia que sufre la tremenda situación de una persona dependiente.

En mi vida he tenido la posibilidad de compartir momentos inolvidables con familias que han tenido la desgracia de padecer enfermedades degenerativas, accidentes y diferentes situaciones que les han hecho vivir condenados a máquinas. Y digo familias porque aunque normalmente es un miembro de la familia el que padece de manera directa esta dependencia, son todos sus familiares los que la sufren también. De manera especial las mujeres, pues son las madres, hermanas y abuelas quienes suelen cuidar de los más débiles de la familia de manera absoluta. He vivido muy de cerca cómo una madre se entrega en cuerpo y alma para procurar a un hijo todo lo necesario: desde garantizar la máxima higiene, hasta llevar de manera escrupulosa los horarios de cada una de las medicinas, los masajes, los mimos. Mujeres que se han convertido en enfermeras, psicólogas, cocineras, limpiadoras, cuentacuentos, profesoras, haciendo guardia noche tras noche, expertas en maquinaria para respiración asistida, camas especiales, sillas de ruedas. Siempre con una sonrisa en la cara que trataba de enmudecer el dolor que solamente ellas y quienes las acompañan conocen.

Padres pacientes, fuertes, amables que han sacado cariño de lugares que jamás pudieron imaginar. Hermanos y hermanas que han aprendido a vivir siempre pendientes del que sufre, del que no puede jugar, no puede ir al colegio ni salir a pasear. En definitiva, familias enteras que dedican su vida a tratar de hacer feliz la de quienes por diversas razones se ven impedidos de mil maneras.

Se encuentran solos, sin recursos, sin apoyos. Desde las instituciones cada vez más se les da la espalda y se condena a las familias a encargarse de sus seres queridos mientras tengan fuerza y dinero. El temor continuo del "qué les pasará cuando no estemos aquí".

Todas estas dudas, todo este dolor le pillan muy lejos a gente como Cospedal. O eso quiero pensar. Porque si conociera en primera persona un sólo caso de dependencia estoy segura de que no permitiría lo que está sucediendo. Si hubiera dedicado un par de tardes a visitar a Jomián y a su madre, estoy segura de que se habría alarmado al saber que este niño de 13 años, con un 100% de dependencia, recibió la negativa por respuesta a la ayuda de dependencia (por parte de su propio gobierno).

Hoy ya es demasiado tarde para ayudarle, para consolar a su madre ya no servirán las cartas oficiales (si las hubiera). Y tantas personas como él que mueren cada día sin haber recibido la mínima atención que todo ser humano merece en un Estado como el nuestro. ¿Qué le dirían a Cospedal en una de esas misas a las que acude con peineta y mantilla? ¿Es éste derecho a la vida que ella defiende?

Porque la crisis no puede justificar que haya recortes en este tipo de cuestiones. Menos aun cuando se han destinado 36.000 millones de euros a rescatar a la banca privada, ésa que se había jugado el dinero de sus clientes en un gran casino. No hay explicación para lo que está ocurriendo que pueda tener sentido con un mínimo de humanidad.

Los que hoy nos desgobiernan deberían replantearse desde una perspectiva humana a qué están jugando. Estoy segura de que nadie puede dormir tranquilo sabiendo que por sus decisiones hay gente que pierde la vida. Y hemos llegado a esta situación en nuestro país. Los recortes matan, señores y señoras del desgobierno. Su juego ha llegado ya demasiado lejos.

Mientras ustedes amnistían a tanto sinvergüenza, muchas personas no llegan a mitad de mes.

Mientras ustedes recortan en ayudas a la dependencia, hay familias que tienen que elegir entre pagar las medicinas de sus hijos o la factura de la luz.

Mientras ustedes se dedican a vivir en Cigarrales multimillonarios y cobrar más de un salario, hay quienes han perdido cualquier subsidio y no encuentran un trabajo con el que ganarse el pan.

Mientras ustedes tienen coches de lujo en sus garajes (y no tienen ni idea de su existencia), los niños españoles se desmayan en los patios de los colegios porque pasan hambre.

Mientras la gente sale a la calle para decirles de manera pacífica que "ya está bien", ustedes envían policías -que pagamos nosotros- para callarnos la boca con violencia.

Desgraciadamente somos un país que depende de ustedes, señores y señoras del desgobierno. Y más allá de quienes desgraciadamente necesitan de ayuda para poder sobrevivir; todos necesitamos de gente con humanidad y mucho valor para representarnos. Ustedes, desde luego, no lo son. Si realmente son defensores de la vida, déjennos vivir la nuestra con dignidad, márchense.

Beatriz Talegón es ex secretaria general de la Unión Internacional de Jóvenes Socialistas
@BeatrizTalegon