‘¿Hasta cuándo, Pedro Sánchez, abusarás de nuestra clemencia?’, se habrán preguntado ciertos votantes del Partido Socialista al conocer esta semana el nombramiento como presidente de la agencia estatal de noticias EFE del mismo periodista que ha ocupado la Secretaría de Estado de Comunicación de la Moncloa. Se dirá que antecesores como Miguel Ángel Gozalo o José Antonio Vera, designados uno por Aznar y el otro por Rajoy, no fueron menos partidistas de lo que pueda llegar a ser Miguel Ángel Oliver, pero lo cierto es que aquellos nombramientos no adolecían de las severas contraindicaciones éticas y estéticas, y por tanto institucionales, que sí lastran el de Oliver. Pensará el presidente que qué puede importar una designación que solo interesa a un puñado de enteradillos, casi todos ellos periodistas, cuando está cayendo la que está cayendo en forma de ferocísima campaña que le niega la legitimidad misma para gobernar y, en consecuencia, para equivocarse, pues ¿qué es, al fin y al cabo, ‘el caso Oliver’ comparado ‘el caso amnistía’ o ‘el caso Poder Judicial’

Sánchez es, de eso no hay duda, un hombre de temple. Pertenece a esa clase de políticos que no tienen adversarios sino enemigos. Para estos, Pedro es un arrogante pecador que luce sus pecados como insignias y sus fracasos como laureles. Un dirigente susanista andaluz que lo trató de cerca durante la guerra civil socialista solía comentar en privado: “Pedro es el tipo más frío que he conocido nunca, puro hielo”. A esa sangre fría, sus amigos la llaman clarividencia y sus enemigos cinismo. Para unos, evidencia su talla de jefe de Estado; para otros, la falta total de escrúpulos morales y la poca importancia que da a las disputas ideológicas.

Aunque con las encuestas haya que ir con pies de plomo, y no porque estén trucadas las respuestas sino porque suelen estarlo las preguntas, todas coinciden últimamente: merman las simpatías hacia el Partido Socialista y aumentan las acumuladas por el Partido Popular; hoy las elecciones las ganarían las dos derechas, la normal y la otra, y no tanto por méritos propios como por el elevado número de votantes progresistas cuya querencia por Pedro Sánchez empieza a agotarse porque no entienden ni comparten, ni nadie les explica, lo que está haciendo: “¿Hasta cuándo, Pedro Sánchez, etc., etc.”. 

Rompedores de huevos

¿Y qué está haciendo el presidente? Una tortilla, dirá el Gobierno, y para hacer una tortilla es preciso romper algunos huevos. A lo que, a tenor de lo certificado por las encuestas, muchos ciudadanos contestarían lo mismo que contestaba el decepcionado intelectual comunista Panait Istrati cuando, en su visita a la Unión Soviética en los últimos años 20, le dijeron que para cocinar la tortilla comunista era preciso romper los huevos: “Bien, los huevos rotos los veo, pero ¿dónde está la tortilla”. 

El Gobierno no ha logrado hasta ahora contrarrestar la imagen de una gestión en la que los huevos rotos no acaban de cuajar en tortilla, lo cual está provocando la defección si no masiva, sí preocupante de simpatizantes socialistas. A la tardanza del cocinero ha de sumarse, además, el sabotaje continuo de una oposición cuyo entretenimiento favorito es estrellar contra los muros de España y Europa cuantos huevos caen en sus manos.

Ciertamente, es pronto y hay que dar algún tiempo más al chef para batir los huevos y freír la cebolla y las patatas, pero la verdad es que el votante progresista tiene hambre y le urge comer algo más que la bazofia que los medios conservadores le ofrecen cada día para desayunar, comer, merendar y cenar. Ese publico quiere ver cómo en la sartén gubernamental empieza a dibujarse, dorada, esponjosa y redonda, la tortilla prometida por el presidente. Si de aquí a unas pocas semanas no empieza a verla, el próximo 9 de junio, fecha de las elecciones europeas, Pedro Sánchez hará de San Lorenzo y la urnas continentales serán la ardiente parrilla donde los ciudadanos asarán, vuelta y vuelta, al héroe del 23 de julio.