Adivina adivinanza, desocupado lector: ¿a quién atribuirías las dos opiniones siguientes sobre el secretario general del Partido Socialista Obrero Español, Pedro Sánchez, publicadas recientemente en un prestigioso diario nacional? La primera reza así: el presidente en funciones es “un mentiroso empedernido dispuesto a compincharse con lo más indeseable del espectro —nunca mejor dicho— político con tal de que no le descabalguen del poder”. La segunda es esta: la negociación con Carles Puigdemont “es una vergüenza, una inmoralidad y, lo que es casi peor, una estupidez. Sánchez ha sido el presidente del gobierno que más ha dividido a los españoles”.

Cualquiera diría que opiniones tan de brocha gorda y tan sobrecargadas de ira solo podrían ser obra de un Santiago Abascal o un Federico Jiménez Losantos. Por supuesto, no lo son; de serlo, la adivinanza no tendría gracia. Su (poca) gracia reside en que han sido vertidas en sendos artículos periodísticos por dos reconocidos representantes de la España ilustrada del último tercio del siglo XX y primeras décadas del XXI. Ambos son herederos precisamente de la España que desde principios del XIX defendió, pagando un altísimo precio por ello, la libertad, la tolerancia, la concordia... y la buena educación. Sus autores son Fernando Savater y Juan Luis Cebrián, dos nombres de gran relevancia intelectual y, en el caso del primero, encarnación durante los años de plomo del terrorismo etarra de un coraje cívico y una ejemplaridad moral que pocas veces se han visto entre nosotros.

Atribuía también el exdirector de El País a Sánchez su pretensión de “apoderarse de lo peor de la historia del PSOE y desdeñar lo mejor de su tradición, que es su contribución a la modernización de España, al restablecimiento democrático y a la reconciliación entre vencedores y vencidos de una espantosa guerra civil”. Y añadía: "Tan preocupado como está Sánchez por su lugar en la Historia, ha de elegir pues el relato que le toca interpretar: el de un líder defensor de las libertades y el Estado de derecho frente al supremacismo excluyente, o el de un presidente felón para quien cualquier deslealtad está permitida si es remunerada”.

No sorprende en ambos el hecho de que discrepen con decisiones políticas de Pedro Sánchez tan arriesgadas y controvertidas como amnistiar al expresident de la Generalitat fugado de la justicia Carles Puigdemont, cuyos votos necesita para renovar su mandato presidencial. Lo que sorprende, y desalienta, es el tono en que formulan sus discrepancias, mucho más propio de la España esencialista, intolerante, populachera y cerril que de la noble tradición ilustrada de la que ambos son legítimos herederos. No es, claro está, la primera vez que quienes militaron en el bando de la izquierda templada arremeten contra un líder de esa misma izquierda templada: ya sucedió, de hecho, con José Luis Rodríguez Zapatero. Pero sí es quizá la primera vez que gentes que, para muchísimas personas, encarnaban un cierto ideal de tolerancia y cordialidad republicanas hacen suyos tics verbales y brochazos dialécticos que hasta ahora venían siendo inconfundible marca de la casa de periodistas asalvajados de España o políticos ultras de Hungría, Italia o Polonia.

Ciertamente, Sánchez puede estar equivocándose al negociar con Junts o con Bildu. Si es así, antes que después lo pagará en las urnas. Pero el precio de su error no será, como auguran los profetas ilustrados, el hundimiento de España en los abismos de la indignidad democrática y la indecencia histórica. Si hay amnistía y el independentismo no rectifica la deriva anticonstitucional que lo llevó a los tribunales, la legislatura de Sánchez será la más breve desde la Transición, el PSOE se hundirá en las urnas y Alberto Núñez Feijóo será el próximo presidente de España, con toda probabilidad con los votos de Vox. Por cierto, ¿un Gobierno del PP con Vox supondría un retroceso de democrático insoportable y, lo que es peor, irreparable? Los profetas de la izquierda piensan que sí, pero también habría que verlo, pues es bien sabido que el Partido Popular acostumbra a ser mucho más radical cuando está en la oposición que cuando gobierna.

Actores principales en el ruidoso escenario de la democracia moderna, políticos, intelectuales y periodistas compartimos la tarea trascendental de gestionar conjuntamente el espacio público. No parece que lo estemos haciendo demasiado bien. Lo que ahora ha dado en llamarse ‘conversación nacional’ tendrá mayor o menor sinceridad, mayor o menor precisión y hondura según intelectuales, periodistas y políticos hagamos mejor o peor nuestro trabajo. El tono de los Savater y los Cebrián es un síntoma inquietante. Que discrepen de Sánchez no es preocupante ni, mucho menos, relevante; que lo hagan con tan malas formas, sí. Lo que ambos opinan de Pedro Sánchez recuerda bastante a lo que Fernando VII opinaba de los liberales.