Pablo Casado se convirtió en el protagonista indiscutible en la segunda jornada de la moción de censura presentada por Vox y le ganó, por goleada, a Santiago Abascal. Pero no sólo se trataba de eso, se trataba de reafirmar su liderazgo en el PP, de recuperar el orgullo herido de los militantes de este partido y de liberarse del yugo (chantaje) de Vox. Ha conseguido las tres cosas. Analicemos las razones.

Discurso bien construido y tres ideas fuerza

Casado hizo un buen discurso y casi es unánime la opinión de que ha sido su mejor discurso desde que lidera el Partido Popular. No fue un leñazo plúmbeo, no se fue por las ramas, fue directo y comprensible tanto para un analfabeto como para un premio Nobel. Se le entendieron hasta las intenciones.

La primera idea fuerza: Abascal no tiene las condiciones ni la formación para ser presidente del Gobierno. Además lo argumentó con razones extraídas del propio discurso del líder de Vox. ¿Cómo va a ser presidente de España alguien que reniega de la Europa que nos va a salvar? Abascal divide, crispa y enfrenta, explicó Casado. Algo que el resto de españoles ya sabíamos pero que los populares se negaban a reconocer.

La segunda: Si Vox es un extremo y Sánchez otro, el PP de Casado es el centro. Jugó esa baza con inteligencia y demostró que no solo va a por los votos de Vox, sino a por los de Ciudadanos. Casado dejó a Inés Arrimadas absolutamente desdibujada especialmente después de que la líder de Ciudadanos -para sorpresa de muchos- repitiera en varias ocasiones en la primera jornada del debate que “compartía muchas cosas” con Vox. ¿Ciudadanos se puede reivindicar de centro compartiendo muchas cosas con la ultraderecha?

La tercera: El PP no es rehén de Vox, es al revés. Más allá de la contundencia del discurso de Casado y los mandobles, algunos durísimos, a Abascal, Casado se permitió ir mucho más allá del “hasta aquí hemos llegado”. Hasta ahora el PP transmitía miedo hacia Vox, el partido de Abascal actuaba y el Partido Popular reaccionaba. No hay más que recordar la penosa campaña electoral de abril de 2019 con un Casado frenético que se retrató en el minuto de los veinte insultos a Sánchez y que se saldó con el peor resultado de la historia del PP: 66 diputados. Es cierto que no fue sólo por eso y es cierto que los casos de corrupción que ahogan al PP de Rajoy y su desastrosa gestión en Cataluña pesaron más pero en esa campaña era imposible ver un líder con proyecto en Pablo Casado. Este jueves, desde la tribuna del Congreso de los Diputados, el líder del PP (ahora plenamente y sin contestación interna) no sólo no se achicó, no sólo dejó de suplicar, sino que retó en toda la cara a Abascal. No soy su rehén, le vino a decir, sino que usted es el mío porque no le queda otra que darme el gobierno de Andalucía, Murcia y Madrid. ¿Cómo podría explicar Abascal que gobernara la izquierda en esas tres comunidades o en el Ayuntamiento de Madrid? Así pues, el PP gobierna con Vox y Ciudadanos gratis. Y lo seguirá haciendo.

Dos vencedores y dos perdedores

Los vencedores indiscutibles son Sánchez y Casado. Hay que ser muy sectario (sectaria) para no reconocer que el presidente del Gobierno hizo un buen discurso este miércoles. No se dejó llevar ni por el desprecio ni por el ninguneo y no sólo fue un discurso en el que se reconocía todo el espectro de la izquierda, sino también el arco parlamentario que representa a la España plural y periférica y que en esta legislatura tiene más escaños que nunca.

Casado es vencedor indiscutible porque, como todos sabíamos y él mismo explicó en la tribuna de oradores, esta no era una moción de censura contra Sánchez, era una moción de censura contra Casado. Tanto en el fondo como en las formas vapuleó a Abascal. Cierto que éste se lo puso fácil con un discurso de muy baja calidad, lleno de soflamas y endeble ideológicamente.

La segunda perdedora es Inés Arrimadas, porque repetir varias veces que comparte muchas cosas y muchos puntos de vista con Vox, además de provocar perplejidad, echó por tierra la primera parte de su discurso más acorde con la Arrimadas centrista que conocíamos.

Y como guinda, ni la díscola y libertaria Cayetana Álvarez de Toledo ni el imprevisible Suárez Illana se saltaron la disciplina de voto. ¿Les llamó Aznar para explicarles que tonterías las justas? Y es que si Aznar, que de política sabe algo, había dicho que el PP tenía que votar que no, y Feijóo -se supone que alejado al aznarismo- también sostenía que había que votar que no, estaba claro que el PP tenía muchas ganas de plantarse ante Abascal y su gente.

Pedro Sánchez, hábilmente, aprovechó el impacto del discurso de Casado para plantearle la primera prueba. Si el PP se aleja de la ultraderecha y reniega de la crispación, que cumpla con la Constitución que tanto dice amar y negocie la renovación del Consejo General del Poder Judicial, RTVE, el Defensor del Pueblo… y por eso aprovechó su derecho a intervenir para anunciar que dejaba en suspenso la reforma judicial presentada por la coalición de gobierno.

Veremos qué pasa, pero aunque el PP cumpla con el mandato constitucional y abandone el antidemocrático derecho de veto que no contempla nuestra Carta Magna, que nadie se llame a engaño porque el Partido Popular de Pablo Casado ejercerá una oposición feroz y utilizará la terrible pandemia del coronavirus y sus muertos para intentar llegar al poder. Casado no es Merkel y no tendrá ningún reparo en gobernar con Vox si les necesita para ser presidente. La CDU de Merkel jamás se consideró heredera de Hitler y el PP nunca ha renegado totalmente de Franco. Merkel prefiere no gobernar un territorio a hacerlo con la ultraderecha y Casado no renunciará por nada del mundo a gobernar Madrid, Andalucía y Murcia. Con la ultraderecha y con el diablo si hace falta.