En términos psicológicos el escapismo es la habilidad para huir de los problemas, los conflictos y las responsabilidades cotidianas. Una capacidad necesaria en política, apreciable en ruedas de prensa, narrada en los relatos sesudos que imponen en el ideario colectivo los spin doctors y cabezas pensantes que operan tras las bambalinas. Una virtud, sin embargo, que tiene tras de sí el riesgo de ser destapada: de experto en geopolítica a cuarentón despedido con dos piezas de ajedrez en el bolsillo y demasiadas horas de El ala oeste de la Casa Blanca, de Rasputín implicado en el CNI a vicepresidente hundido en elecciones autonómicas, del “Pedro, tú no sabes ganar elecciones” a perder con Juan Espadas, de la convención itinerante para hacer del PP la referencia “a la izquierda del PSOE” a refugiarse entre presidentes provinciales por miedo a ser superado en aplausos.

Este último caso es el de Pablo Casado, quien mezcla el ‘síndrome de Houdini’, en referencia al mítico escapista húngaro del siglo XIX, con el escondite inglés, juego infantil de reglas sencillas popular en todo el mundo. Resulta anecdótico que el presidente del PP se refugie ahora de quien le aupó cuando las encuestas hacían ver que María Dolores de Cospedal se equivocó cediendo sus votos en el momento de suceder al caído Rajoy. Entonces, y pese a que Miguel Ángel Rodríguez [jefe de Gabinete de Isabel Díaz Ayuso] pidió unos minutos a solas para su candidata, Casado decidió escoltar a la madrileña y aprovecharse del rebufo en el balcón de Génova. Medio año después, el líder de los populares espera a ver la agenda de la baronesa para que Teodoro García Egea le compre un par de billetes con rumbo opuesto.

Desde Valencia, donde el pulso de popularidad evidenció que Génova se había equivocado pidiendo a Díaz Ayuso que adelantara su regreso de Washington, el líder de la oposición a Pedro Sánchez ha evitado a la presidenta madrileña en tres ocasiones: el congreso de Puertollano, el congreso de Andalucía y la manifestación de los policías para protestar contra el Gobierno y su renovación de la ‘Ley Mordaza’. A Casado, a quien ya sabemos que le gusta ir a misa -independientemente de que sea sábado por la tarde, haga frío en Granada, sea 20 de noviembre y la FNFF avisase con antelación del motivo de la homilía-, le debe resultar familiar la negación de Pedro a Jesús: “En verdad te digo que esta misma noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces” (Mateo 26:34).

Tres veces que se convertirán en cuatro el próximo 3 de diciembre: mientras Ayuso encabezará en la Puerta del Sol la tradicional recepción en homenaje a la Constitución Española, el líder del partido volará hasta Grecia para acudir al cónclave del partido heleno Nueva Democracia. Bendita llamada de Kyriakos Mitsokaris.

Mientras tanto, quien no se esconde, para desesperación de muchos, es José María Aznar. El expresidente del Gobierno no dudó esta semana en llamar al orden a sus dos vástagos, pedir que cesasen las hostilidades y copar algún que otro titular. Tampoco lo ha hecho Cayetana Álvarez de Toledo, de la escuela indómita del que prefiere predicar antes de atender, describiendo a Génova como un engranaje perfecto de filtraciones anónimas -y, por ende, cobardes- incapaz de filtrar entre quién merece la pena y quién se gana el pan siendo una marioneta que asciende en el escalafón sonriendo y siguiendo la corriente al jefe.

Los “solistas” frente al aparato. Las calles contra lo orgánico. Una fecha sin fijar y un encuentro, el de los dos líderes en liza, que Casado trata de evitar sabedor de que sus aspiraciones para alcanzar La Moncloa pasan por no hacer demasiado ruido. Al menos por el momento.