Lo peor no es que la presidenta del PP de Extremadura haya incumplido de forma tan obscena su honorable compromiso de “no dejar entrar en el Gobierno a aquellos que niegan la violencia machista, deshumanizan a los inmigrantes o despliegan una lona para tirar a una papelera la bandera LGTBI”. Lo peor es que la próxima vez que María Guardiola concurra a unas elecciones su caudal de votos no sufrirá una merma significativa por haber hecho lo contrario de lo que había prometido solo diez días después de prometerlo.

El tiempo transcurrido entre decir una cosa y hacer la contraria es importante para calcular con precisión la tasa de descrédito y el porcentaje de mendacidad de una persona pública. La ecuación, según sospecha nuestra experiencia, no es aplicable literalmente a las personas privadas, entre las cuales desdecirse suele ser regla más que excepción.

El ángel negro gana la partida

Mantenerse firme en su noble negativa a pactar con la ultraderecha habría tenido un alto coste político para Guardiola en caso de no haber sido capaz de amarrar la Junta de Extremadura tras una repetición de las elecciones. El giro de 180 grados que dio entre el 20 y el 30 de junio le ha reportado grandes beneficios pero también una pérdida irreparable: la hermana Guardiola ha ganado el mundo entero pero ha perdido su alma (Mateo 16, 26).

El príncipe de este mundo ha ganado una vez más la partida, como certeramente atestigua la imagen -ilustración de este análisis- que el fotógrafo de Europa Press Jorge Amestar tomó durante la rueda de prensa en la que Guardiola y el portavoz de Vox Ángel Pelayo Gordillo anunciaron el acuerdo por el cual entraban por la puerta grande del Gobierno extremeño “aquellos que niegan la violencia machista, deshumanizan a los inmigrantes o despliegan una lona para tirar a una papelera la bandera LGTBI”. Observe el piadoso lector los labios vencidos y la mirada perdida de la pobre María y compárelos con el rictus complacido y los ojillos altaneros del ángel de las tinieblas democráticas.

“¿Dimitir yo? Dimite tú”

En nuestros días, la única línea roja que existe en política es aquella que te hace perder o no alcanzar el poder. Esa es la única raya que no cabe pisar. No hay líder que no haya desmentido sus palabras con sus actos, pero tampoco lo hay que haya perdido el poder por hacerlo, pues todo político experimentado sabe bien, con los ojos cerrados incluso, dónde está la línea que puede costarle el poder. Son muchos los que han incumplido su palabra, pero ninguno cuyos incumplimientos hayan sido tan escandalosos e insoportables como para abocar a sus votantes a darle la espalda.

Nuestro tiempo no pregunta a Guardiola por qué no se va habiendo hecho lo que ha hecho, sino por qué habría de irse habiendo logrado el objetivo para el que está en política, que es desalojar a los socialistas para ocupar ella el poder. Llegada la hora de escoger entre la eficacia y el honor, nuestro tiempo plebeyo opta sin pestañear por la primera. A quien se atreva a preguntarle ¿por qué no te vas?, Guardiola le contestaría ufana y entre aplausos de sus seguidores lo que el político y constructor cordobés Rafael Gómez Sandokán respondió cuando le preguntaron que por qué no dimitía:  “¿Y por qué habría de irme? Vete tú”.

Es este uno de los signos de nuestro tiempo, donde los únicos que tienen palabra son esos fanáticos religiosos capaces de provocar brutales matanzas en un rascacielos, un tren o una discoteca para demostrar hasta qué punto estremecedoramente diabólico son fieles a sí mismos. En esta materia, los integristas pecan por exceso y los políticos por defecto. Unos cumplen con su palabra aun a costa de su propia vida mientras que los otros la incumplen aun a costa de su propio honor. Los políticos no suelen tener honor; a los terroristas, suele sobrarles. María Guardiola es una integrista al revés.

La liga de Guardiola

La pregunta no es, pues, si un político incumple su palabra, sino en qué proporción lo hace. Y ahí es donde Guardiola va en cabeza a muchos cuerpos de ventaja a sus inmediatos perseguidores, entre quienes no cuesta identificar al propio presidente Pedro Sánchez, situado en buena posición en la vil carrera gracias a su memorable “No podría dormir tranquilo con Vox en el Gobierno”, si bien el gallego Núñez Feijóo ya le pisa los talones tras la remontada espectacular lograda en sus escasos meses como presidente nacional del PP, durante los cuales ha quebrantado numerosas veces su palabra sin apenas despeinarse.

De todas formas, no es ya que Guardiola los supere a todos, es que juega en otra liga. La extremeña es carne de Champions. Los Sánchez, los Feijóo o los Iglesias son meros aficionados que jamás podrán aspirar al virtuosismo de Guardiola en el menoscabo y falta de estimación de la propia palabra. Será difícil que en el futuro alguien supere su marca, brillantemente coronada con estas palabras que nuestra heroína tuvo el cuajo de proclamar tras consumar su traición: “Mis principios permanecen intactos. Mi palabra no es tan importante como el futuro de los extremeños”. De nuevo, el mejor José Mota viene en nuestro auxilio: “No digo que me lo mejores, solo iguálamelo”.