Junts per Catalunya está donde quiere estar. Ni chantaje del Gobierno ni censura a sus miembros. Las excusas no sirven y basta apartar la vista del horizonte más inmediato, su renuncia a acudir a la mesa de diálogo tras proponer la presencia de tres miembros que no forman parte del Govern -entre los que se encontraban dos indultados del procés, Jordi Sánchez y Jordi Turull-, para corroborar que la apuesta por el diálogo convertida en bandera de Gobierno y el Govern no va con las voluntades de los liderados por Laura Borràs en la Generalitat.

Posiciones alejadas, pero reinicio de las negociaciones. Este es el nuevo eslogan que ayer pretendieron dejar patente tanto Pedro Sánchez como Pere Aragonès. Actualmente las propuestas de sendas administraciones siguen en punto muerto, ni siquiera se conoce cuándo se producirán los siguientes encuentros ni cuál será la sede de la próxima mesa de negociación, pero lo que quedó claro tras las respectivas ruedas de prensa de los dos estandartes de las delegaciones que ayer asistieron al Palau de la Generalitat es que la lucha por el relato sigue importando: mientras Sánchez y su equipo creen que ha quedado patente que el referéndum de autodeterminación es cosa del pasado, ya que las prioridades pasan por aspectos más pragmáticos como las inversiones, los servicios públicos o el reparto de los fondos europeos; su homólogo en el Govern, Aragonès, explicó que lo del miércoles fue la antesala de lo que vendrá, la consecución del primero de los propósitos, el tan ansiado Spain sit and talk, la evidencia de que el Estado español ha reconocido por primera vez que el conflicto independentista tiene un origen político y solo desde la negociación puede encontrar respuesta.

La vía escocesa, tan pretendida por ERC, choca diametralmente con la unilateralidad de los que siguen apadrinando al fugado Puigdemont como voz, única e inmutable, del soberanismo. El ‘no’ a la mesa de diálogo era previsible y bastaba leer entre líneas los mensajes de sus representantes en la última semana. “Ni una sola concreción y tampoco hay ninguna perspectiva que no sea el fracaso. Pedir concreción a los otros cuando eres tan pobre en tus concreciones no es aceptable. Pero la alternativa está: ¡unilateralidad!", manifestaba Laura Borràs, presidenta del Parlament de Catalunya, el pasado 10 de septiembre.

Un día después, la máxima exponente de Junts en Catalunya seguía advirtiendo al Gobierno de sus intenciones. “No nos temblarán las piernas”, decía, añadiendo que, según su forma de verlo, era el Ejecutivo central quien constantemente boicoteaba el diálogo.

Sería Elsa Artadi, vicepresidenta de Junts, quien el 13 de septiembre empezaría con su orquestada campaña de excusas. Si Sánchez no va, la mesa de negociación debería cancelarse, vino a decir. Pero Sánchez fue, se reunió con el president de la Generalitat, dejó marchitas sus pretensiones y hubo que reciclarse. El día 14, 24 horas más tarde del primer intento de boicot de Artadi, Junts evidenció que no perdería un solo minuto en formar parte de un encuentro en el que no creía, en el que no tenía el protagonismo interno del independentismo que deseaba y en el que su presencia chocaba diametralmente con la unilateralidad pretendida.

Jordi Turull, Jordi Sánchez y Miriam Nogueras. Esta fue la alineación presentada para acudir al cónclave, a pesar de ser conocedores de que su propósito de dar un jaque al Gobierno en forma de simbolismo sería rápidamente contrarrestado por un Aragonès que ve en la mesa de negociación su gran oportunidad de erigirse como la voz autorizada para mantener el pulso con Sánchez.

"Nos tiene donde nos quiere: peleándonos por el quién y no por el qué", replicó Borràs, tras conocer que su socio de coalición no incumpliría lo pactado y les daría un ultimátum. Las puertas seguían abiertas, tal y como confirmó el president de la Generalitat. Bastaba hacerlo como tocaba. Queda ver cómo influye este juego trilero en las aspiraciones de un Govern fracturado, incapaz siquiera de fijar una hoja de ruta compartida en su maltrecho brindis al sol.