Lo que parecía un anuncio de calado se redujo a un llamamiento para tomar las calles para clamar contra el Gobierno. El líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, anunció, en una declaración institucional y sin preguntas, que retoma la estrategia de presión al Gobierno que inició con la aprobación de la Ley de Amnistía a inicios de la legislatura. Acoso y derribo contra Moncloa a poco más de un mes del gran cónclave conservador que consolidará al gallego al frente de la formación, por lo que calma en cierto modo la sed de sangre del ala más dura del partido y le sirve, además, para ganar tiempo para apuntalar su liderazgo y desnudarlo de esa pátina de debilidad orgánica que proyecta sin quererlo.
Pero estrechar el cerco al Gobierno, sobre todo con una estrategia basada en el ruido y la crispación, supone el reconocimiento implícito de su estrecho margen de movimiento en el tablero político. El propio Feijóo lo reconoció de alguna manera en su declaración institucional, descargando la responsabilidad de la moción de censura contra el Ejecutivo sobre los socios que lo sostienen. Un mensaje, por otro lado, dirigido específicamente a la derecha independentista vasca y catalana que choca con las maniobras del propio Feijóo contra el PNV y Junts: ya sea con el Palacete de París (propiedad de los jeltzales) o el bloqueo en Bruselas a la oficialidad del euskera y el catalán.
Aislamiento…
No es la primera vez que Feijóo entona este mensaje. Lo hizo hace seis meses, pero en aquella ocasión tuvo el Congreso de los Diputados como escenario. Mismo discurso, con palabras incluso calcadas, aunque el corrimiento de tierras que esperaban en Génova no ha llegado. Sobre todo, porque por aquellos meses, Junts se desmarcaba claramente de la línea legislativa del Ejecutivo, despertando el temor en el bloque de la investidura de entregar sus siete diputados a la ensoñación de la moción de censura del Partido Popular. Pero aquella opción se esfumó, en parte por el trabajo de la fontanería del Gobierno, que ha anclado a los de Carles Puigdemont a los aliados de la coalición con su campaña en Bruselas para desbloquear la oficialidad del catalán en la Unión Europea. Entre otras cuestiones.
En su intervención del jueves, el presidente del PP desplegó un lenguaje cargado de dramatismo y con una clara intención de polarizar. A su juicio, España atraviesa una “encrucijada” histórica, un momento decisivo entre “decadencia o limpieza, mentiras o integridad, cloacas o decencia, democracia o mafia”. Un marco discursivo que dibuja al Gobierno como una amenaza directa al sistema democrático y busca galvanizar el descontento social.
“Cuanto más se resista, más será la humillación con que se irá”, llegó a advertir Feijóo, elevando la tensión y dejando clara su intención de señalar a Pedro Sánchez como un dirigente atrincherado frente a la voluntad popular. Acusó además al Ejecutivo de buscar “impunidad” frente a los presuntos casos de corrupción, una actitud que, según él, es “incompatible con la igualdad y con un sistema democrático”.
…y contención
La maniobra también está diseñada para forzar a los socios parlamentarios de Sánchez a tomar posición. Feijóo lanzó un mensaje claro al resto del arco parlamentario, asegurando que “la gravedad de lo que está ocurriendo trasciende a cualquier coyuntura” y “pone a prueba la integridad de un país entero”. En este contexto, reiteró que está dispuesto a impulsar una moción de censura, aunque recalcó que su éxito no depende solo de su voluntad, sino del compromiso del resto de fuerzas que sostienen al Ejecutivo. “Si quieren acabar con esto, el PP está a disposición, y si no lo hacen serán cómplices de esta degradación”, afirmó. Y añadió una advertencia: “Los ciudadanos no lo olvidarán”.
Feijóo, que hasta hace poco evitaba el enfrentamiento directo en estos términos, parece haber asumido que solo una escalada del conflicto y una movilización del electorado más combativo podrá sostener su liderazgo en un momento en que sectores del partido le exigen mayor contundencia. Su llamado a la calle, más que un gesto espontáneo, evidencia un intento de capitalizar el desgaste del Gobierno mediante una estrategia de agitación y presión que busca resultados inmediatos. En lugar de tender puentes, el líder del PP opta por encender la calle.