Las metáforas nos ayudan a entender el mundo porque nos lo simplifican en nuestra cabeza con ejemplos más sencillos de aprehender y manejar. Nos dan certidumbre en la comprensión. Pero a la vez tienen el peligro de simplificar tanto lo complejo que nos puede atrapar en una red de falacias y sofismas que manipulen la realidad hasta adaptarla a la ideología.

Ahora, una vez finalizada la Eurocopa, podemos tirar de símiles balompedísticos para entender que está pasando en la política nacional. Italia se ha coronado. No por una gran superioridad en el terreno de juego. El acierto propio y desacierto ajeno en los penalties le acompañaron en la semifinal y la final. Los españoles lo sabemos muy bien.

Y es que el fútbol, como juego de estrategia y de equipo, tiene grandes paralelismos con la política. En política, como en el deporte rey, hay que saber en que fase se está, en qué tiempo, con que equipo jugar, qué estrategia desarrollar y qué hacer en caso de prórroga y penaltis. Desde el minuto uno hasta los penaltis todo es partido. Todo es estrategia.

Volviendo a la política podemos decir que el 4 de mayo acabó la primera parte de este partido. El resultado fue un gol por toda la escuadra en Madrid. Se lo apuntó el Partido Popular. Lo anotó Ayuso. Los socialistas relajaron la defensa. Pero también los populares se disputan quien es capitán (o capitana) del equipo conservador. Pero el último juego, el arranque del movimiento que provocó el gol, comenzó mucho antes. Y no, no fue Murcia. Fue, como siempre, Catalunya.

Catalunya precipitó los movimientos en el tablero nacional. Ciudadanos había sufrido una debacle. El liderazgo de Arrimadas se resentía. La aproximación a Sánchez había fracasado. La mariposa se puso a aletear. En política hay que tener todo atado y bien atado. Si no, las acciones generan consecuencias imprevistas. Y todo se desató. El PSOE y Ciudadanos pasaron a la ofensiva. El Partido Popular supo defender y contraatacar. Desde Génova, Teodoro García Egea puso en marcha una operación de transfuguismo de manual. Lo llamaron legítima defensa. Desde Sol, Miguel Ángel Rodríguez vio la oportunidad. La táctica ayusista del 4-3-3 atacaba desde la derecha. El gol entró por la escuadra.

Los liderazgos se resentían. Casado había cedido su puesto de entrenador a Ayuso, y Gabilondo a Sánchez. Era el escenario perfecto para los populares. Extrañamente todos se pusieron a jugar a favor del PP: Iglesias concentraba el voto de derecha, disperso al principio de la campaña, y el PSOE jugaba fatigado, a la contra, con un candidato que estaba buscando una jubilación anticipada y una estrategia que cambió a mitad de juego. La demoscopia les cegó. Había partido decían. Nunca lo hubo. Lo peor: se lo creyeron.

El PSOE resultaba tercero en Madrid, tercero en Galicia, tercero en Euskadi. En Andalucía, pese al cambio de liderazgo, permanecía estancado. Había ganado Catalunya pero a la manera de Ciudadanos: victoria simbólica, no efectiva. Solo si eres independentista lo simbólico suma. En Moncloa, lo simbólico es humo. Lo que cuenta es lo real.

Lo real fue el efecto Ayuso. Catapultó al PP. La derecha sumaba y se alejaba en las encuestas. Los indultos ahondaron en la herida. Menos de lo previsto. Lo que no estaba previsto era la debacle en Madrid. De repente, descubrimos que Redondo se podía equivocar, que Sánchez podía ser vencido y que Tezanos erraba como siempre.

Iglesias vio, acertadamente, que había llegado su hora. Ya no sumaba. Se unía a Rivera en el destierro. La nueva política no solo envejecía rápido, parecía morir prematuramente. El PSOE se inquietaba. Las disputas internas en el Gobierno, la pérdida de iniciativa política y una desconexión entre Moncloa y Ferraz comenzaba a pesar como plomo en las alas del presidente.

Y el presidente hizo lo que sabe hacer mejor: resistir. Decidió arreglar todos los problemas de un plumazo. Las encuestas apuntaban a una reducción de apoyos en tres ámbitos: en el generacional, en el de género y en el territorial. Los jóvenes y las mujeres comenzaban a abandonar a los socialistas. El impacto de los indultos era desigual por el territorio. Si quería resistir tenía que sacrificar: aumentar la presencia de jóvenes y de mujeres, de las federaciones y prescindir de todos los elementos de fricción: las del Gobierno de coalición y las del PSOE.

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Si el sacrificio de Unidas Podemos supuso la inmolación de su líder, la del PSOE suponía la de todos menos la de su líder. Para eso es presidente: nombra y quita a dedo. Pero eso no tiene nada que ver con la psicología de Sánchez. Es una prerrogativa cuasi constitucional y una constante en el tiempo. Es el síndrome de La Moncloa. Los líderes (lamentablemente no podemos decir ‘y las líderes’) llegan al poder con un sentido de equipo que va desapareciendo con el tiempo. Y con el tiempo desaparecen hipotecas y favores. Ya están pagados y amortizados. Le pasó a Miguel Ángel Rodríguez en la época de Aznar. Nadie mejor que él empatiza ahora con Iván Redondo.

Es más, el sacrificio de Iglesias ante Ayuso tenía un precio a pagar: los ministros más combativos con Unidas Podemos. Calvo y Ábalos son las piezas que se ha cobrado, indirectamente, el ala izquierda del Gobierno. Entendámoslo bien, Pedro Sánchez y Yolanda Díaz han pactado tranquilidad y sosiego. Un mar de calma interno en el Gobierno de coalición. El océano de las tempestades ya lo pondrá la oposición. La primera parte se cierra con una carnicería sí. Con un equipo renovado. Todos los protagonistas de la moción de censura se fueron. Todos los protagonistas del pacto de izquierdas han desaparecido. Solo queda Sánchez… y los del PNV. Son de otra pasta, férreos, perennes, inmortales…. La mariposa era una apisonadora.

Lo del Gobierno y partido es una dialéctica que tampoco es nueva. Dos pistas de juego: Moncloa y Ferraz. El PSOE recupera el Consejo de Ministros y el Ala Oeste de Moncloa y Sánchez se prepara ahora para recuperar el PSOE y Ferraz. Será la segunda parte de la remodelación. La que dará sentido y nos permitará entender el calado de la crisis de Gobierno. ¿Refuerzo de las baronías o ascenso de las alcaldías? Eso será en octubre. Reserven butaca y hagan sus apuestas.

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Pero antes, en septiembre, se abrirá la carpeta catalana. Dentro tendría que haber una primera hoja de ruta (o no). No será fácil. Intuyo que Madrid irá con una propuesta de mínimos y Barcelona con una de máximos. El camino para cada uno es estrecho. Desde el Gobierno saben que lo máximo que podrían ofrecer necesita al Partido Popular para su consecución. Misión Imposible. El PP es demasiado dependiente de Vox en estos momentos. En todo caso, se precisaría que los de Abascal se adelgacen más. No parece que vaya a ocurrir. La competición en la derecha será ardua. Truenos y tempestades. Por la parte del Govern, ERC se encuentra atrapada en el simbolismo. No puede bajar de la amnistía y el referéndum. Los republicanos son demasiado dependientes de Junts. Necesitan que los de Puigdemont enmagrezcan un poco más. ¡Largo me lo fiais!.

Y eso que Aragonés ha decidido convocar la mesa tras la Diada para que un primer encuentro estéril que frustre alguna expectativa no se les vuelva en contra en la calle (ya se sabe, lo de los botiflers…), pero, a su vez, antes del Debate de Política General, para evitar la aprobación de mociones y resoluciones que mandaten al Govern a ir más allá de lo que la prudencia y el realismo de los republicanos aconseja. En estos momentos Félix Bolaños y Sergi Sabrià tienen nueve semanas y media de pasión para definir un orden del día. De este primer encuentro podremos deducir si estamos ante la apertura de un proceso de diálogo y negociación o ante la firma de la ‘Pax romana’ entre Madrid y Barcelona. Lo veremos en septiembre.

Pero analicemos más profundamente los cambios desde la perspectiva catalana. Más concretamente del PSC. En cierta forma los socialistas catalanes salen reforzados. Matizo. Reforzados en el Gobierno pero no en la mesa de diálogo. Lo primero que sorprende es el cambio de Miquel Iceta. No solo abandona administraciones territoriales, si no que es sustituido por una castellano manchega que, además, se corona con la portavocía.

A su vez, la alcaldesa de Gavà, Raquel Sánchez, asume el ministerio de Fomento y Francesc Vallès pasa a ser el nuevo secretario de Estado de Comunicación. Los socialistas catalanes acumulan dos ministerios, la comunicación del Gobierno y cuatro empresas públicas de profundo calado económico: Indra, Renfe, Aena e Hispasat. Un PSC reforzado… pero en lo económico.

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El mensaje está claro: la referencia del diálogo entre Catalunya y el Gobierno central no va a estar centrada en el modelo territorial sino en el económico: fondos europeos, inversiones y financiación. Es lo máximo que puede ofrecer Sánchez y lo máximo que puede esperar Aragonés. No le va mal a ninguno de los dos. Permitirá continuar al independentismo reivindicando y al socialismo no cediendo, y, a su vez, permitirá a ambos gobiernos centrarse en lo que los españoles (y también los catalanes) más ansían: gestión y recuperación de la normalidad.

El presidente ya no necesita ni mediadores en la mesa ni interlocutores en el Gobierno. Tiene buena relación con Aragonés. A él sí que le coge el teléfono. Illa e Iceta mantienen una entente cordial entre ellos y con el Ejecutivo catalán. Los teléfonos suenan más de lo que nos podemos pensar. El puente aéreo entre Barcelona y Madrid fluye.

Sánchez ni necesita ni quiere que el debate territorial lo monopolicen ni Catalunya ni los catalanes. Lo que vienen son elecciones municipales y autonómicas. Elecciones territoriales en toda España. Comenzará en Andalucía, continuarán en Madrid y en el resto de Comunidades Autónomas y probablemente en Catalunya. En ese escenario es donde Sánchez se lo jugará todo. Será su momentum o será el de Pablo Casado. Monopolizar el debate territorial en Catalunya, importar el procés a Madrid no le beneficiaría en absoluto.

No es un tema baladí. Los acontecimientos de los últimos años ha generado sociologías electorales dispares entre comunidades, sistemas de partido diferentes entre autonomías y modelos de competencia electorales diversos por provincias. El territorio vuelve a tener importancia. Los partidos territoriales avanzan en sus diversas facetas: independentistas, nacionalistas, regionalistas, provinciales. Renacen disputas territoriales y cantonales desde León hasta La Línea de la Concepción, la España ‘vaciada’ clama.

Mientras algunos aún piensan que Madrid es España y España es Madrid, hoy, más que nunca, España son 51 y no una. Quien lo entienda, quien entienda la lógica y las necesidades de los diferentes territorios se llevará el gato al agua, ganará el partido. Pero además en el Congreso la bancada territorial tendrá cada vez más peso. No es un tema menor. En la estrategia política no solo hay que ganar la batalla de los votos. Hay que entender, también, la batalla de los pactos.

No solo hay que ganar, hay que saber tejer alianzas estratégicas que te lleven a Moncloa. Esa es una segunda parte del juego que cuesta entender.

Ahí es donde entran las metáforas futboleras: si algunos no lo entienden desde el plano político que lo analicen desde el fútbol y desde la principal lección que nos ha dejado esta Eurocopa: se puede empatar un partido en el tiempo electoral de las urnas pero perder en los penaltis de los pactos.