La remodelación del Gobierno operada ayer por Pedro Sánchez tiene tanto de cambio profundo como de escabechina. Ayer vimos a un Pedro Sánchez ejerciendo más que nunca de Pedro Sánchez, pero menos atento al espejo que a conjurar los riesgos que se avecinan para el Partido Socialista desde la humillante derrota de Madrid, donde todo lo malo que podía suceder sucedió. El funesto titular del 4-M fue: ¡Vaya hostia!

Los presidentes suelen hacer las crisis de gobierno por una razón necesaria y varias razones contingentes. La razón necesaria es la percha de la que se cuelgan las contingentes. Y esa razón primera del ingeniero jefe para sustituir el núcleo del reactor de la Moncloa fue el devastador terremoto del 4-M: desde entonces y merced al insolente impulso populista de Isabel Díaz Ayuso, el PP ha ido escalando posiciones en las encuestas sin que el Gobierno haya sido capaz de neutralizarlas.

Gente JASP

El cambio de Gobierno es principalmente, pues, para no perder las próximas elecciones: la afirmación no descubre precisamente el Mediterráneo, pero permite entender mejor por qué Pedro Sánchez ha hecho un Gobierno más joven, más socialista y más fotogénico: las dos Pilares, Isabel, Diana, Raquel, Félix, José Manuel y Óscar. Una maestra, una juez, tres alcaldesas, dos altos funcionarios y un fontanero experimentado. Todos ellos JASP: Jóvenes Aunque Sobradamente Preparados.

Aunque el adjetivo fotogénico pueda sonar peyorativo y aun remitir a una cierta banalidad vagamente televisiva, tiene en realidad un fuerte componente político en estos tiempos donde una imagen pública agradable multiplica el valor de mercado de cualquier político con talento. Un Alfredo Pérez Rubalcaba fotogénico habría sido imbatible.

Son siete ministros nuevos y un director del Gabinete de Presidencia que en realidad tiene más poder que muchos ministros porque es de las pocas personas que despachan todos los días con el presidente: en política, conviene llevarse bien con quien está cerca del jefe, y Óscar López lo estará a partir de ahora en sustitución de un Iván Redondo que el Partido Socialista nunca vio como ‘uno de los nuestros’, sino más bien como un valido del rey Pedro, un caballero de fortuna sin verdadero compromiso político dedicado a alquilar su espada al mejor postor.

Todos son César

Con la entrada del socialista Óscar por el polivalente Iván, ¿gana la ideología y pierde la tecnocracia? Un poco sí pero no demasiado, pues hoy toda ideología con vocación de gobernar se ha vuelto tecnocrática.

Con esta remodelación/renovación/escabechina, Pedro Sánchez se hace un poco más socialista, aunque no necesariamente menos pedrista. El PSOE no es hoy un partido menos cesarista que ayer; en realidad, lo es desde los años ochenta: González o Zapatero no eran menos cesaristas que Sánchez, solo que procuraban disimularlo. Pedro más bien se esfuerza en lo contrario.

Salvo durante la etapa de Felipe González y Alfonso Guerra, el liderazgo del Gobierno de España siempre ha sido cosa de uno y solo de uno. Lo fue con Aznar, con Zapatero, con Rajoy y, naturalmente, con Pedro Sánchez. El modelo González/Guerra sí ha tenido, en cambio, cierto eco en gobiernos autonómicos como el andaluz, en el pasado con el tándem Chaves/Zarrías y ahora con el de Moreno/Bendodo.

Carne de olvido

Pero no se hagan los nuevos demasiadas ilusiones: los ministros son carne de olvido. Salvo que dejen como legado una ley que lleve su nombre o gestionen un desastre mayúsculo como ha sido el caso de Salvador Illa, la memoria colectiva suele mostrarse displicente con ellos. Pasadas unas semanas de su salida del Ejecutivo, sus nombres se apagan como luciérnagas que brillaron brevemente antes de sumirse en la oscuridad. El presidente es quien se lleva todo el mérito del trabajo de sus ministros, cuya misión es hacerlo bien para que el jefe siga siéndolo durante el mayor tiempo posible.  

Los ministros entrantes no van a hacer nada muy distinto de lo que hacían los salientes; al fin y al cabo, los objetivos están tasados y son los mismos que eran: superación de la pandemia, recuperación económica, aprovechamiento eficiente de los fondos europeos y encauzamiento institucional del conflicto de Cataluña. Y lo más importante: hacer políticas que convenzan a los jóvenes y a los trabajadores de que el Gobierno al que votaron no se ha olvidado de ellos.