Electoralmente es una buena jugada; políticamente, puede que no tanto; científica y medioambientalmente ni siquiera hace falta decirlo: una necedad de estirpe arteramente negacionista. Los cráneos privilegiados de San Telmo tal vez habrán conjeturado que el suyo es un envite ganador sí o sí: la aprobación de la ley les dará votos el 28 de mayo en la comarca onubense del Condado pero, si luego es tumbada por el Gobierno, el Constitucional, la Comisión Europea o la mismísima ONU, la culpa de que no salga adelante será suya, no nuestra.
Tan flagrante felonía entraña la ley andaluza que amnistiará centenares de hectáreas ilegales de regadío en el entorno de Doñana que incluso el abundante periodismo que, casi nunca gratis ni de balde, simpatiza con la causa de San Telmo se ha visto obligado a poner el foco no en la defensa de la ley misma, sino en el historial de promesas incumplidas y maldades medioambientales del socialismo andaluz en general y del Gobierno de Pedro Sánchez en particular.
Desviar el foco de los pecados mortales cometidos en el presente por los amigos para trasladarlo a los que cometieron en el pasado los enemigos es una técnica muy arraigada en la política. Está sucediendo con los regadíos de Doñana y ha sucedido con la fuga de Ferrovial a territorios europeos fiscalmente más templados: el PP y los medios conservadores, firmes patriotas, sí, pero siempre dentro de un orden, han eludido defender la decisión de Ferrovial para centrarse en las supuestas iniquidades cometidas por el Ejecutivo socialcomunista contra las empresas españolas.
Ecologista como candidato y negacionista como legislador, el presidente Juan Manuel Moreno nunca ha sido hombre de convicciones recias ni inflexibles. Ecologista o negacionista, la suya acostumbra a ser una fe aguada, provisional, contingente: cree en las amenazas medioambientales derivadas del cambio climático pero no tanto como para sacrificar un número significativo de votos en los altares de su fe. El ecologismo está bien para adornar discursos, no para hacer leyes.
Sea como fuere, anda hoy algo poeta el analista dominical, pareciéndole que el mejor modo de retratar la traición de Juan Manuel Moreno Bonilla a su compromiso de impulsar una “revolución verde” en Andalucía es el verso ripioso y burlón más que la severa prosa. No nos ha quedado, ciertamente, un romance memorable, pero al menos nos hemos divertido y hasta confiamos en divertir al improbable lector.
Romance de la traición de Don Juan Manuel
Ay, Juan Manuel, Juan Manuel,
quién te ha visto y quién te ve,
ayer vestido de verde
de la cabeza a los pies,
verde chupa, ojazos verdes
y arengas de verde fe.
¿Moreno ya no es moreno,
que es negro como la hiel?
¿Bonilla se ha vuelto malo
en este año 23?
Eso supone la izquierda,
mas es mucho suponer.
No es que Moreno sea malo,
es solo que, como tantos,
el pobre ya se ha infectado
con el virus del poder,
un diabólico microbio
que le está haciendo creer
que sacar mayoría lo hace
ser más listo de lo que es.
Ay, Juan Manuel, Juan Manuel,
quién te ha visto y quién te ve,
ayer faro ecologista
de Ayamonte a San José
y hoy líder negacionista
del que halcones y cigüeñas
nada quïeren saber:
“Que no queremos, que no,
que no lo queremos ver”.
Doñana no duerme, no
le llega el alma a los pies
escuchando la coplilla
que el cantaor Juan Manuel
entona en tonos lorquianos
en abril, el mes más cruel:
“Doñana, quiero cambiar
mis promesas por tu agua,
mis regantes por tus patos,
mi gloria por tus entrañas.
Tus ánades y zorzales,
por un saquito de votos
y un montón de concejales”.
Ay, Juan Manuel, Juan Manuel,
quién te ha visto y quién te ve,
ayer posando de humilde
y hoy ansiando más poder
aunque para eso tengas,
un día y otro también,
que inmolar en los altares
del Gran Templo del PP
lo mejor de tus promesas,
lo más noble de tu fe.
Ay, Juan Manuel, Juan Manuel,
quién te ha visto y quién te ve.