Las polémicas declaraciones del presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, a la hora de relacionar la religión musulmana con el yihadismo siguen dando de qué hablar. El líder de la oposición asumió que el cristianismo no había cometido crímenes “desde hace muchos siglos”, considerando que este tipo de comportamientos extremos se quedaron poco menos que en la época de la Inquisición.

Sin embargo, la religión sí que ha sido motivo de grandes crímenes en las últimas etapas de la Historia, siendo un ejemplo de ello el holocausto nazi, cuyo reconocimiento anual a las víctimas se conmemora cada 27 de enero. Cabe recordar que la máxima expresión de odio del siglo XX y que acabó con la vida de millones de personas (el número exacto de víctimas no está oficialmente registrado) pasó por la intención de Hitler de limpiar del mapa a la etnia judía. Eso sí, hay matices a tener en cuenta.

Es cierto que el antisemitismo del dictador alemán no consideraba los errores de los judíos un aspecto religioso. De hecho, no consideraba que la conversión y el bautismo pudiera limpiar el pecado de ser judío. 

No obstante, no está de más recordar que los estatutos del Nacional Socialismo, antes de que llegara Hitler al poder, ya cargaba contra los judíos, aunque por aquel entonces representaban un 1% del total de la población alemana, mientras respetaba el resto de religiones “en tanto que no pongan en peligro la existencia del Estado ni entre en conflicto con la cultura y las creencias morales de la raza germánica” y se centraba en “el punto de vista de un cristianismo positivo sin atarse confesionalmente a ningún credo en particular”. “Combate el espíritu materialista judío a nivel nacional e internacional”, asumía el documento.

Tampoco hay que dejar de lado el silencio guardado contra los crímenes por parte de Pío XII, quien fuera pontífice entre 1939 y 1958 y cuyos archivos ordenaba recientemente abrir el papa Francisco. Fue también “ante las ventanas del Papa”, como cuenta el historiador Saúl Friedländer en Pío XII y el III Reich, donde Hitler ordenó la detención de los judíos que permanecían en Roma.

El nazismo y Hitler, las únicas religiones de Hitler

El nazismo va tomando tintes complejos de explicar hasta el punto de que la idea de caras más visibles como Joseph Goebbels, ministro de Propaganda, pasaba por hacer del nacionalsocialismo una religión en sí misma. La locura de Hitler fue tal que derivó en un cisma incluso dentro de las distintas facciones del cristianismo, especialmente entre el sector protestante, dentro del cual surgieron a la vez dos ramas: una a favor y otra en contra de una Iglesia del Reich.

Evidentemente, el dictador no tardó en quitarse del medio a quienes le dieron la espalda, como el teólogo Dietrich Bonhoeffer o el pastor Martin Niemöller. Para hacerse otra idea de la intención de Hitler, este mandó escribir una especie de Biblia nazi titulada Los alemanes con Dios. Un libro de fe alemán, para tratar también de integrar a los católicos en el régimen. En una relación totalmente sin sentido asumió que “el golpe más duro para la humanidad es el cristianismo, el comunismo es hijo del cristianismo, son todo invenciones de los judíos”, cargando sobre los hombros a este colectivo el peso de enemigo único.

Concepción racial y social contra una religión

De esta manera, la doctrina del Führer escapa a la del antijudaísmo clásico, asumido por la Iglesia Católica hasta avanzado el siglo XXI. Es decir, en el contexto de la II Guerra Mundial el dictador alemán no defendía que el principal crimen religioso judío era la culpabilidad por el asesinato de Cristo ni bebió de la derrota judía del siglo IV -previo también a lo expuesto-, cuando la conversión del cristianismo en religión oficial del Estado romano selló la derrota de la religión judía.

Hitler, sin embargo, se basaba en el principio de la llamada raza aria, cuya base se encuentra en la nueva concepción darwinista de la humanidad a través de una concepción racial y social. Una especie de ley de la selva en la que solo los más fuertes tienen derecho a vivir y que fue usada por Hitler para justificar su exterminio con el beneplácito de Mussolini o Franco, aunque en el régimen de este segundo sí que cobró más peso la Iglesia Católica.