Lo del ex comisario Villarejo es una señal evidente de la enfermedad social que nos aqueja. Buena parte de los medios de comunicación y del mundo político viven pendientes de un tipo declarado delincuente y no menos reconocido como mentiroso. Pocos cuestionan lo que dice, lo que graba o lo que afirma. En torno a Villarejo se ha organizado un negocio informativo y económico de importante tamaño.

Algunas empresas acudían a él para conseguir datos de sus rivales o defenderse de ellos. La policía sospecha que, en base a estas operaciones para sociedades, pudo conseguir 23 millones y medio de euros cuando, a la vez, era comisario en activo. De ser así, sus jefes en Interior demostrarían haber sido responsables por omisión o por manga ancha.

Porque, aparte de intentar poner en jaque a partidos, a particulares y al propio Gobierno, el caso Villarejo apunta a vergonzosas carencias de nuestra democracia. La falta de control sobre determinados operativos del ministerio de Interior, o la utilización interesada de los mismos por parte de sucesivos gobiernos, indican su incapacidad para limpiar esas tramas o su voluntad de mantenerlas por una posible utilidad.

Desde el terrorismo de Estado de los GAL, herencia indudable de los usos oscuros del franquismo, a la corrupción de un partido gobernante, los individuos como el ex comisario han sido piezas fundamentales para trabajar desde la sombra y allanar el camino al beneficio impropio o la permanencia en el poder.

La periodista Alicia Gutiérrez ha explicado en Infolibre algo que resulta intolerable. Villarejo intervino para intentar la anulación del caso Gürtel, que afecta al PP, a cambio de una sustanciosa cantidad de dinero, junto a Ignacio Peláez, defensor de los condenados. Lo malo es que llueve sobre mojado tras conocer otros asuntos de ese calibre como el denominado caso Kitchen, que tiene abiertas las indagaciones sobre la cúpula del ministerio que presidía el ex ministro Jorge Fernández Díaz en épocas de Mariano Rajoy Brey en la Moncloa.

Aunque ni en la mejor película de espías se podría imaginar una operación tan retorcida como ésa, cuyo objetivo era robar los documentos que pudiera tener escondidos en casa el extesorero del PP, Luis Bárcenas, para eliminar responsabilidades en la formación que hoy ha heredado Pablo Casado.

Como remate, figuran las maniobras para proteger los asuntos del Rey emérito que incluían relacionarse con su famosa amiga, Corinna Larssen. También aquí, se ha ido conociendo que la actuación del policía al final ha supuesto una carga de profundidad para el antiguo monarca. Porque las palabras de Villarejo, aún faltando a la verdad, son capaces de destrozar la fama de aquel con el que se roza.

Ahora, en libertad provisional, una vez agotado el tiempo de reclusión preventiva, el ex comisario aparece crecido y anuncia con absoluto descaro que sigue siendo el boss. Opino que no se debería consentir que un policía de esa calaña intente manejar así a la sociedad. Pero, recién recuperada su libertad, muchos deberían ponerse a buen recaudo. No sea que el barro les acabe salpicando.