A estas alturas ya nada de lo que Vox dice o hace no debería sorprendernos, pero reconozco que lo hacen con frecuencia. Al menos conmigo. Lo han hecho una vez más. Los 52 diputados de Vox en el Congreso han presentado ante el Tribunal Constitucional un recurso contra el decreto del estado de alarma; lo han hecho porque consideran que el mencionado decreto vulnera los derechos fundamentales a la libre circulación, residencia, reunión, manifestación, educación y libertad religiosa. Más papistas que el Papa, los diputados de Vox han ido muchísimo más lejos que la Conferencia Episcopal Española, que solo ha criticado que el decreto del estado de alarma no precisaba los términos en los que los fieles podían desplazarse a los templos para asistir a las ceremonias religiosas.

Este recurso de Vox tan solo es un ejemplo -extremo, pero sobre todo ridículo- del comportamiento que gran parte de la oposición al Gobierno de coalición de PSOE y UP viene siguiendo con relación a la declaración y gestión del estado de alarma. Ya no nos extraña en Vox, que con sus posiciones ultramontanos actúa como lo hacen en otros países europeos las correspondientes formaciones  de la ultraderecha nacional-populista. Que grupos como las ultraizquierdistas CUP y la conservadora JxCat mantengan posicionamientos similares les define sitúa en una insólita alianza, que curiosamente no parece incomodarles en absoluto. Pero lo que resulta preocupante es que, con unas adscripciones ideológicas y políticas al menos en apariencia antagónicas, tanto el PP, el primer partido de la oposición, como ERC y Bildu, amenacen al Gobierno progresista presidido por Pedro Sánchez con dejar de votar las legalmente preceptivas nuevas ampliaciones del estado de alarma, sin ofrecer ninguna clase de alternativas razonables.

Cada vez es más evidente que todas estas fuerzas opositoras intentan obtener réditos políticos a costa del deterioro sistemático del Gobierno de España. Poco o nada se parecen sus ataques y descalificaciones frontales a este gobierno con las críticas puntuales, siempre cautas, moderadas y muy medidas, que los partidos de la oposición formulan a sus respectivos gobiernos en los restantes países de la Unión Europea (UE). Lo peor de todo, al menos desde mi punto de vista, es que estos ataques frontales, estas descalificaciones sistemáticas, parten de una instrumentalización obscena de las víctimas de esta pandemia. Actúan muy a menudo como vulgares carroñeros, casi como si deseasen que fuera aún mayor el número de personas contagiadas por el Covid-19, casi como si ansiasen que aumentara el número de ciudadanos fallecidos por este maldito virus.

Por desgracia no es ésta la primera ocasión en la que las derechas españolas recurren a intentar utilizar a los muertos en el debate político. El PP lo hizo una y otra vez con las víctimas del terrorismo etarra, y de hecho todavía lo hace, sin reconocer aún que fue precisamente con un gobierno del PSOE, con José Luis Rodríguez Zapatero como presidente y Alfredo Pérez Rubalcaba como ministro del Interior, que finalmente ETA dejó de existir. La increíble sarta de burdas mentiras sobre la autoría material e intelectual de los atentados del 11-M en Madrid, con José María Aznar todavía como presidente del Gobierno, con Ángel Acebes como ministro del Interior y con Mariano Rajoy como candidato a la Presidencia del Gobierno, pasará a los anales de la ignominia política. Por no hablar también de todo lo acontecido con muchos otros muertos: desde los miles y miles de republicanos muertos durante e inmediatamente después de nuestra incivil guerra civil que yacen todavía en fosas e incluso en el Valle de los Caídos en abierta oposición a la voluntad de sus deudos, hasta los 62 militares españoles fallecidos en el accidente aéreo de un Yak-42 en Turquía, los 43 ciudadanos de Valencia muertos en un accidente del Metro de aquella ciudad…

La necrofilia política de la derecha española parece ser algo consustancial con ella. Resulta insoportable, como lo es siempre el comportamiento de todos los carroñeros, que esperan con ansiedad nuevas víctimas mortales con las que puedan seguir alimentándose.