Enfermería o puerta grande. Suena reiterativo al hablar de Ciudadanos, pero es el mantra al que se abonaron ya en 2019. En este 2022 que ya acaba, los liberales dieron los primeros pasos para un proceso de refundación que -tarde o no- servirá a la nueva dirección del partido para presentar sus credenciales ante el año electoral que se aproxima a toda máquina. Los problemas crecen en Alcalá 253, a pesar del espíritu renovador que impera en el cuartel general de las filas que -de momento- dirige Inés Arrimadas. Arrancaron el curso con la pérdida de Castilla y León, resistiendo Francisco Igea como único representante en las Cortes. El enésimo clavo en el ataúd de una fuerza política que pasa por momentos de total irrelevancia y que, en este último tramo de año, vive inmerso en una guerra civil que espera cerrar a mediados del primer mes de 2023, cuando culmine la mutación liberal. Puede ser -o no- el último estertor naranja.

Lo cierto es que ya en 2021, pintaban bastos para el elenco que lidera Inés Arrimadas. Alfonso Fernández Mañueco, hasta ese momento, socio predilecto de los liberales en Castilla y León, optó por seguir el ejemplo de Isabel Díaz Ayuso en Madrid tras el vodevil murciano: adelanto electoral. O lo que es lo mismo, una OPA hostil en toda regla. El amor en el centro derecha de la Junta castellano y leonesa se rompió, pero no de tanto usarlo. El conservador rompió con un Igea que no dejaba de tensar la cuerda. Decisión unilateral y un golpe crítico en la mandíbula liberal. La región se preparaba para su cita con las urnas, fijada para febrero de 2022.

El toque de corneta conservador, inspirado por la magnética figura de Ayuso, sirvió tan solo para liquidar la herencia liberal en Castilla y León. El constante acercamiento entre Alcalá 253 y Génova lapidaron las opciones de un combativo Igea que se resistió a vender su piel a precio de saldo. Sin embargo, las urnas hablaron y la estrategia del PP de Mañueco salió. Mejor dicho, surtió efecto a medias. Cabe recordar que las elecciones se convocaron por los siempre engañosos cantos de sirena de la demoscopia, que catapultaban a los conservadores hacia una suculenta mayoría absoluta que les permitiría culminar el doble golpe: absorber del voto de centro (Ciudadanos) y neutralizar a Vox. Primer objetivo, conseguido. El segundo hipotecó el futuro de la región, ahora en las manos de los populares y ultraderechistas, que resistieron la precipitada estrategia de sus socios preferentes.

Periodo de reflexión

El desastre de Madrid en 2021 ya aventuraba la imposibilidad del partido para levantarse del varapalo que aceleró la dimisión de Albert Rivera. Castilla y León no era sino una aproximación más hacia el precipicio. Momento clave para el futuro del partido. ¿Cuál es el siguiente paso? Evitar lo inevitable: la desaparición. Los engranajes se empezaron a engrasar en pos de un proceso que tardaría en arrancar y, por supuesto, que no culminaría en este mismo año, sino a principios del siguiente. Ciudadanos empezaba su andadura hacia la refundación.

Ciudadanos siempre ha mirado -o al menos lo ha intentado- en el espejo de los partidos centristas europeos, junto a quienes conforma la familia liberal en Bruselas. Con esas ínfulas, surgió la idea, verbalizada a través de Inés Arrimadas a finales del pasado mes de junio. Con las elecciones autonómicas y municipales del próximo mes de mayo de 2023 en el horizonte, los naranjas sentaban las bases de su renacimiento, aunque en esos primeros pasos la presidenta del partido desdeñaba el término “refundación”. “Llámese como se quiera”, aseguró ante los medios de comunicación.

Arrancó, así, un proceso de escucha “nunca antes” visto en España. Al menos, así se lo vendían desde el partido liberal. Ciudadanos desplegó todas sus huestes a lo largo y ancho del territorio nacional con el fin de empaparse del pensamiento de sus simpatizantes. La refundación se acometería en base a esos criterios, previo proceso de criba y puesta en común en la ejecutiva nacional. De ahí emergió un nuevo modelo de gobierno interno, abandonando el cesarismo imperante en el partido desde su fundación. A la nueva etapa le acompañaría una regencia bicéfala, con una dirección orgánica y otra política, inspirada en las formaciones liberales de Europa.

El germen de una guerra civil

Precisamente este cambio estatutario fue para Ciudadanos lo que el asesinato del Archiduque Francisco Fernando para la Europa de 1914: el inicio de las hostilidades. Las familias se fueron separando. Lo que se asumía como indivisible, ya no lo era tanto. Edmundo Bal, pilar fundamental para Arrimadas, laminó su confianza al cuestionar el nuevo modelo de gobierno del partido, aunque no trascendió hasta unos pocos meses después.

La amistad entre la presidenta y el portavoz -su hombre de confianza- la rompió la política. El abogado del Estado no estaba de acuerdo con los pasos que estaban dando y, sobre todo, con el acercamiento incesante hacia la derecha, pero también a un coqueteo inaudito con la ultraderecha. Las aproximaciones al flanco diestro y la constante subida de tono en sus críticas al Gobierno de Pedro Sánchez, generaron un clima de tensión total en el partido. Tanto es así, que el mayor enfrentamiento entre el número uno y el dos de la formación se produciría tras el estallido por la entrada en vigor de la polémica Ley del solo sí es sí.

Edmundo Bal aunó todas sus fuerzas para atraer a sus compañeros a la aprobación de un articulado que causaría innumerables problemas en el futuro. La entrada en vigor del texto no solo puso en el candelero a la ministra de Igualdad, Irene Montero, sino también al portavoz naranja por su insistencias para aprobar la normativa. La discusión con Arrimadas pasó al siguiente nivel. Tal es así, que poco después, el abogado del Estado anunciaría su candidatura a liderar la formación.

Ruptura total

Los cruces de declaraciones se sucedieron. Edmundo Bal apuntó hacia Arrimadas por su golpe de timón hacia la derecha, llegando a asegurar que Ciudadanos se había convertido en una suerte de empresa matriz del Partido Popular. Un movimiento que carecía de sentido a ojos del candidato.

Entre tanto, Arrimadas se ocultaba en un discreto segundo plano, escondida tras la maleza para diseñar su contraofensiva ante la traición de su “hombre de confianza”. Hasta que decidió responder y lo hizo sin mostrar sus cartas, dejando en el aire la confirmación de su candidatura o un posible paso a un lado para que la savia nueva tomara las riendas del partido. Cogió su rifle, apuntó hacia Bal y le acusó de anteponer sus intereses personales – elecciones generales- a los de la formación. Además, admitió las “discrepancias” entre ambos en virtud de “ciertas leyes”, aunque ni esos encontronazos, según deslizó la presidenta liberal, deben “llevar a un partido a la ruina”.

No había vuelta atrás a pesar de los intentos de ambas partes por reconstruir los puentes. Al rearme ideológico de enero se llegaría enfrascados en refriega interna que se deberá resolver en la Asamblea de este próximo mes. El cónclave elegirá, pero el nombre de Inés Arrimadas no encabezará ninguna lista. En cambio, sí cerrará la candidatura oficialista que liderarán Adrián Vázquez (eurodiputado de Ciudadanos) y Patricia Guasp (parlamentaria liberal en Baleares).

En el horizonte más próximo, el cónclave que pondrá la guinda al proceso de refundación iniciado en el mes de junio. Quizás, la Asamblea más importante de la historia del partido, la que decidirá si el espacio liberal queda huérfano o no tras el año electoral. Las municipales y autonómicas darán las primeras pistas de los éxitos o fracasos de la renovación naranja. Es posible que sea pronto para juzgarlo, pero los tiempos en política son caprichosos y líquidos.