El discurso navideño del Rey no pasará a la historia como el desencadenante de ningún avance positivo en el conflicto político catalán, un conflicto que detecta el gobierno de su majestad pero que no mereció ninguna referencia explícita por parte del monarca. La defensa de la Transición y de los valores constitucionales cae en saco roto en buena parte de los catalanes, que han hecho, justamente de esta herencia, la causa de sus males. Quim Torra y Roger Torrent despacharon el mensaje real en pocas frases: “no nos representa” y “no tiene legitimidad”.

Felipe VI sigue aferrado a su prosa de estilo velado para referirse al principal problema de su reinado; circunscrito a la elipse política favorece a los intereses del independentismo por su insistencia en no pronunciar el nombre de Cataluña, ni dedicar una palabra propia al estado actual de la tormentosa política catalana o enfrentar abiertamente las relaciones institucionales de la Generalitat con la Corona y el gobierno central. En el acto de homenaje anual ante la tumba del presidente Francesc Macià, los líderes soberanistas pudieron olvidar sus innumerables y serias diferencias internas para responder al unísono al rey.

El fracaso del viernes negro contra el consejo de ministros, el malestar de los presos respecto de su propio gobierno, las amenazas de la ANC a Torra por inoperancia, la división manifiesta del independentismo ante la actitud dialogante de Pedro Sánchez, todo queda en nada en el mismo instante en el que habla el Rey, quien, ni tan solo, apoya indirectamente la modesta brecha abierta por el presidente Sánchez, salvo con una cita genérica del diálogo como valor de la Constitución. La elipse real es de por sí un mensaje, aunque para muchos sea tan solo una obligación, la de ser respetuoso con su papel constitucional al que le están vetadas las cosas de la política cotidiana, aunque en el caso catalán se trate de una auténtica crisis institucional.

El mensaje real subrayó la necesidad de fortalecer los vínculos de los españoles, incompatibles, dijo, con el rencor y el resentimiento de un momento histórico vivido hace cuarenta años que no debe renacer; resaltó y recetó “acuerdo y unión” para salir del conflicto. Pero no entró a localizar el problema de convivencia que denunciaba. ¿Es entre catalanes o entre la mitad de los catalanes y el resto de españoles o entre españoles a cuenta de Cataluña?

Con su apelación a la convivencia como patrimonio de los españoles, tampoco quiso concretar; ¿pensaba en quienes gritan “a por ellos” para derrotar la reivindicación de los partidos independentistas, o en los líderes que niegan el diálogo y quisieran ver anuladas las instituciones históricas de Cataluña?, o ¿temía por las graves desavenencias políticas entre catalanes que condenan al país a la parálisis?, o, tal vez, solamente tenía en mente, a las autoridades catalanes que rechazan por ilegítimos a la Corona y al Estado español.

El presidente de la Generalitat le respondió con el catecismo independentista: no hay ninguna problema de convivencia en Cataluña, no hemos recibido ninguna oferta para el ejercicio del derecho a la autodeterminación, la Corona no nos representa y no aprobaremos los presupuestos del estado. El presidente del Parlament vino a decir casi lo mismo, completando el diagnóstico oficial: el rey avala la represión contra una parte de los catalanes.

El rey, difícilmente dará satisfacción a los dirigentes independentistas diga lo que diga porque nunca va a decir lo que esperan de él, ni va a interceder como mediador con el gobierno central porque esta predisposición contradeciría su canto a la unidad como fórmula salvadora. Sin embargo, la renuncia de la Corona a actuar como garante de la pluralidad de España, aunque solo fuera como complemento discursivo de la unión, beneficia claramente a los partidarios de la secesión y perjudica al tradicional catalanismo político al negarle una perspectiva de futuro que pudiera competir con el viaje a Ítaca como alternativa para Cataluña. Al obviar literalmente la crisis catalana, el Rey no solo se olvida de los independentistas, sino de todos los catalanes.