Los que nacimos en este país durante los años 40 del siglo pasado -yo lo hice en 1947, en Barcelona- habíamos llegado a pensar que el legado político que dejaríamos a nuestros hijos y nietos sería mucho mejor que el que heredamos de nuestros padres, que hicieron y sufrieron la guerra civil y todas sus dramáticas consecuencias. Nosotros habíamos contribuido, cada uno desde su aportación más o menos modesta, a pasar de aquella dictadura militar, fascista y nacional-católica que sojuzgó a España entera durante casi cuarenta años, al restablecimiento de un Estado social y democrático de derecho equiparable a los de nuestro entorno, a la plena recuperación y ampliación de las libertades, a la creación y posterior consolidación de un sistema autonómico cuasi federal, en el caso específico de Cataluña a la tan deseada normalización cultural y lingüística, a la tan ansiada integración de nuestro país en la Unión Europea, a la creación y extensión de unos buenos sistemas públicos de educación, salud y otras prestaciones sociales, al paso de una sociedad subdesarrollada y poco menos que tercermundista a un país con un buen nivel de vida medio… Sobre todo, pensábamos que habíamos logrado romper con el maleficio histórico de una España condenada durante muchos siglos a inciviles guerras civiles, todo tipo de pronunciamientos militares, dictaduras y, por extensión, a la ausencia de unos mínimos periodos de convivencia libre, pacífica y ordenada.

¿Hemos sido unos ilusos? Tal vez sí. Llevamos ya algunos años escuchando a algunos destacados miembros de las generaciones que nos suceden, todos o casi todos ellos nacidos ya en la actual España democrática, que abominan del que desprecian como “régimen del 78” -esto es, el surgido con la Constitución de 1978-, un “régimen” al  que tildan de no democrático y al que incluso definen como una nueva dictadura… Menosprecian por completo el balance de los más de cuarenta años que llevamos vividos desde 1978, en libertad y en paz, el periodo más prolongado de convivencia libre y pacífica que ha vivido España a lo largo de toda su historia multisecular.

Este es el principal fracaso de mi generación: no haber sabido transmitir a las generaciones que nos suceden, a nuestros hijos y a nuestros nietos, que el país en el que vivimos ellos y nosotros ahora es infinitamente mejor que aquel en el que nacimos nosotros, bajo la dictadura de Franco. ¿Perfectible? Sin duda alguna, como cualquier otro sistema político democrático, pero una democracia razonablemente buena. Quizás no hemos sabido explicarles de forma cabal las enormes diferencias existentes entre la España en la que sus padres y abuelos nacimos, crecimos, vivimos, nos educamos y llegamos hasta más allá de la madurez -en mi caso, hasta más allá de los 30 años- sin poder gozar nunca de ninguna clase de libertad ni poder disfrutar de una paz verdadera. Parece que es este un fenómeno que se produce de forma uniforme en toda España. Pero en Cataluña tiene unas características específicas y de mucha mayor gravedad. El adoctrinamiento escolar y mediático implantado en Cataluña desde hace ya casi cuatro décadas, con la divulgación de falsos y manipulados relatos históricos, lingüísticos, culturales, económicos e incluso geográficos, ha dado unos resultados tan evidentes como nefastos.

En los gravísimos incidentes violentos que desde hace ya algunos días llevamos padeciendo sobre todo en la ciudad de Barcelona, pero también en muchas otras poblaciones catalanas, se advierte la abundante y activa participación de personas jóvenes, muy jóvenes, en algunos casos de evidentes adolescentes, incluso acaso de algún que otro preadolescente. Está claro que ellos no son los verdaderos protagonistas de los incendios de contenedores y de toda clase de mobiliario urbano, de mesas, sillas, toldos y marquesinas de terrazas de bares y restaurantes, de coches y motos, de escaparates de locales comerciales, de oficinas bancarias… Tampoco son ellos los auténticos responsables de algunos más o menos graves intentos de agresión física a agentes policiales, y mucho menos aún del lanzamiento de cohetes pirotécnicos que pretendían derribar a un helicóptero de los Mossos d’Esquadra que volaba a baja altura sobre algunos de los concentrados.

No, estos jóvenes, muy jóvenes, incluso adolescentes o preadolescentes, son la simple carne de cañón que los tristemente célebres CDR manipulan y utilizan a su antojo. Algunos de ellos han sido detenidos, y puestos en libertad porque son menores de edad. Otros han resultado heridos de mayor o menos gravedad. Pero todos ellos aparecen felices y sonrientes en las imágenes que se pueden ver en directo en las pantallas de nuestros televisores o en las portadas y páginas de los periódicos. Están tan felices y sonrientes que no paran de hacerse “selfies” y pasárselos entre ellos, convencidos al parecer de que están protagonizando la historia…

¿Es este nuestro fracaso, el de aquellos que nacimos en los años 40 del siglo pasado, de un modo u otro contribuimos a hacer posible la transición de la dictadura a la democracia y no supimos explicárselo a nuestros hijos y nietos? En gran parte sí. Porque hemos sido complacientes con quienes durante tantos años les han adoctrinado con relatos falsos, o que como mínimo hemos sido incapaces de enfrentarnos a estos falsos profetas sectarios.

Estos jóvenes, muy jóvenes, adolescentes o preadolescentes catalanes, tras haber ingerido dosis ingentes de unos relatos manipulados y falaces, llevan años escuchando que les espera un mundo mucho peor que el de sus padres y abuelos, pero que para ellos será un nuevo Edén, una Arcadia feliz, un Paraíso de leche y miel, con la tantas veces anunciada y nunca implantada República Catalana. Confiaron en los falsos profetas que les explicaron estas y otras cosas en las aulas, en los medios de comunicación audiovisuales y también en las redes sociales. Pero han chocado con la triste y dura realidad de los hechos, sus sueños se desvanecen, sus ensoñaciones desaparecen, y salen a la calle a hacer “su revolución”. Han encontrado a su flautista de Hamelín en los CDR y en el recién surgido Tsunami Democràtic, les siguen obedientes, se sienten felices como cuando juegan a cualquier videojuego banalizador de la violencia, se hacen “selfies”, sonrientes. Mientras, Quim Torra, Carles Puigdemont y tantos otros políticos irresponsables se aprovechan de esta nueva “quinta del biberón”.