Los únicos temas que pasan a ser nucleares y a hacer verdadero ruido en la conversación nacional son aquellos y solo aquellos que pueden erosionar al Gobierno: hablamos de inmigración no porque estemos siendo invadidos sino porque la gestión por cualquier Gobierno de un asunto tan endemoniadamente complejo y espinoso siempre es parcial, problemática y hasta contradictoria y es fácil convertirlo en flanco débil del Ejecutivo.
No importan los negros o los magrebíes que arriban en penosas embarcaciones a nuestras costas; ni siquiera importan los problemas que sufren los vecinos de los barrios modestos donde suele concentrarse un porcentaje significativo de esos inmigrantes. Lo único que importa, lo único que enciende los ánimos y moviliza -y contamina- el debate es el daño político que el fenómeno de la inmigración pueda causar al Gobierno. Todo cuenta, todo vale si ayuda a la sagrada causa antigubernamental.
Vale la inmigración y vale Venezuela, aunque quizá en este último asunto las derechas hayan superado todas las barreras éticas y políticas imaginables, como si estuvieran decididas a conseguir que Venezuela pase a ocupar la primera posición entre los problemas que preocupan a los españoles. Hoy, la crisis del infortunado país caribeño ni siquiera aparece citada en las encuestas, pero hay que darle tiempo.
El Gobierno español hace de mediador ante el venezolano para que el líder de la oposición y virtual ganador de las elecciones pueda salir del país donde su integridad está seriamente amenazada para hallar refugio seguro en España, y la oposición intenta convertir esa mediación en ¡¡¡complicidad de España en un golpe de Estado!!!, con los incontables portavoces del PP pugnando entre sí a ver cuál de ellos suelta el disparate más grueso y la barbaridad más disparatada.
"Eso es fascismo"
El presidente Sánchez presenta una batería de medidas sobre transparencia en los medios de comunicación que, sustancialmente, no es más que la trasposición a la legislación española de una directiva comunitaria aprobada con los votos favor del propio PP en la Eurocámara, y el vicesecretario y enésimo portavoz de Génova Elías Bendodo interpreta la iniciativa como “una purga general” contra los periodistas y remata su diagnóstico con la sentencia “Eso es fascismo”, secundando así a su jefe de filas que unos días antes había dicho que esto no pasaba “desde los tiempos de Franco”.
No es que en la conversación pública nacional se orillen los asuntos de relevancia; baste pensar en la vivienda, de la que realmente se habla no poco en los medios y en las instituciones, aunque ni unos ni otras sepan bien qué diablos hay que hacer para hincarle el diente al problema con medidas creíbles y eficaces. Sí se habla de vivienda, claro, pero un poco a la manera en que se habla del tiempo o de los terremotos, a la manera indiferente y desinteresada en que se habla de los fenómenos y acontecimientos de los que nadie tiene la culpa. En nuestro ecosistema político nacional, los asuntos de los cuales no se puede culpar al adversario apenas consiguen hacerse un hueco en el debate público.
Aunque unos más que otros, todos en realidad contribuimos a este estado de cosas. Un ejemplo: salvo quizá Radio Nacional, en las demás emisoras es difícil escuchar una noticia sin que el periodista que la relata incorpore un determinado tonillo que indica al oyente las claves morales o ideológicas para interpretarla. No es ya que el titular de la noticia tenga un determinado sesgo, que eso es inevitable en las noticias políticas, es que a ese sesgo digamos ‘natural’ ya se le añade ahora una inflexión de voz, una modulación acústica con una fuerte carga ideológica sobreañadida.
Una pescadila en el cenagal
No sabemos cómo salir del cenagal dialéctico en que estamos metidos y donde, como era previsible, quienes más opciones tienen de pescar son los partidos de extrema derecha. En España los ultras todavía están muy lejos de los porcentajes de voto de la derecha convencional pero, como esta teme tanto que aquellos puedan alcanzarla, ha decidido parecerse a su enemigo íntimo: las cosas que hoy dice Feijóo sobre inmigración o sobre Venezuela no son muy distintas de las que dice Abascal.
Pero es que también en muchos de los argumentarios del Gobierno pesa más la determinación de desacreditar a la derecha que la voluntad de proponer respuestas serenas, equilibradas y viables a los graves asuntos que verdaderamente inciden en la vida diaria de tanta gente. El Gobierno tiene, claro está, buenas razones para ello, pues si a la verborrea ultra de Isabel Díaz Ayuso no replica echando mano de la brocha gorda sino con argumentos serenos y virtuosos, los medios seguramente no le prestarían atención alguna. Es la pescadilla que se muerde la cola dibujando un círculo cada vez más estrecho que amenaza con asfixiar a quienes estamos dentro de él, que somos casi todos.