La semana previa a las elecciones gallegas y vascas celebradas el pasado 25 de septiembre fue políticamente intensa. De hecho, aunque entonces no salió a la luz, se puede decir que en algún momento, en aquellas jornadas la actividad política tras las bambalinas fue casi histérica. Y no por los procesos electorales, sino por la aceleración en la que entró el proceso de lo que ya por entonces se había popularizado como gobierno Frankestein.

Los acontecimientos se han sucedido tan deprisa en los últimos meses, que es fácil olvidar algunos que ahora conviene refrescar para contar esta historia. Volvamos para ello al 26J, fecha de las últimas elecciones generales.

Un silencio y una quietud engañosos

A partir de aquella noche, Pedro Sánchez prácticamente desapareció durante semanas del escenario político. Entró en un modo silencio que imitaron, en gran manera, los miembros de su círculo más cercano de colaboradores. Una ausencia, plasmada en la nula aparición en los medios que en Ferraz explicaban a los periodistas con todo tipo de símiles (como el del perdiguero congelado a la espera de que salte la presa) y con un mensaje fijo -“calma, mucha calma”-, con el que pretendían dar a entender que estaban en un periodo de reflexión y a la espera de que el PP moviera pieza: “Ahora le toca a Rajoy”, decían. Nada más lejos de la realidad, se ha comprobado después. Ya estaban en pleno movimiento y hablando.

Los contrarios a Sánchez en esas mismas fechas, antes del parón veraniego, se desesperaban ante esa aparente inacción, y hablaban de desastre electoral sin paliativos y sólo veían una salida plausible a la situación, con fechas incluidas: “lo lógico sería que para finales de septiembre, tras las elecciones vascas y gallegas, se entrara en el proceso de buscar un nuevo secretario general, y en octubre se celebre el Congreso ordinario”. Así se lo dijo entonces a este periódico un veterano dirigente socialista, que además apuntaba que si no se había producido antes el relevo en Ferraz era porque lo impedía el encadenamiento de elecciones.

Estas posturas tan divergentes, lejos de relajarse durante el parón de agosto, entraron en un proceso acelerado de enfrentamiento.

Luz de gas como estrategia general

Aunque con una postura personal muy definida, contraria a la que propugnaban desde la dirección, aún mantenían abierto un diálogo frecuente y fluido con Sánchez los referentes del partido: Alfredo Pérez Rubalcaba y Felipe González, sobre todo (la interlocución con José Luis Rodríguez Zapatero se hacía más difícil por el abierto conflicto que el expresidente vivía con el secretario general desde que éste, en noviembre de 2014, denunció la reforma del artículo 135 de la Constitución, y que no había hecho sino empeorarse desde entonces).

En sus conversaciones con Pedro Sánchez, los dos, González y Rubalcaba, recibían por parte de éste insistentemente una doble idea: no promoverían el gobierno Frankestein, por un lado; por otro, en todo caso, y como forma de liberarse del lazo con el que el PP tenía atrapado al PSOE -los socialistas eran los culpables de mantener a España sin gobierno y forzar unas terceras elecciones-, trabajarían en una propuesta para volver a intentar formar un gobierno con Podemos y Ciudadanos. Una apuesta inviable, pero que permitía ganar tiempo.

Primer intento, fallido, de derribar a Sánchez

En realidad, todo una operación de luz de gas que sería la que llevaría a González a decir que Sánchez le había engañado. Bien es verdad que los rivales del entonces secretario general, también se movían.

De hecho, los primeros días de septiembre, según confirman fuentes de toda confianza a ELPLURAL.COM, los contrarios a Sánchez intentan por primera vez su derrocamiento montando una deserción de la mitad más uno de la Ejecutiva. Es decir, forzar un golpe que le obligue a dejar el puesto. Un adelanto de la operación que semanas después tendría éxito, pero que no se logra concretar en esos días por la gravedad que tenía el movimiento, y que entonces aún hacía dudar a miembros de la Ejecutiva que luego sí darían el paso.

Los contrarios a Sánchez intentaron ya provocar una dimisión de la Ejecutiva en septiembre

Sánchez y los suyos, mientras, lejos de estar cumpliendo con su compromiso de no montar el gobierno Frankestein se habían lanzado a acelerarlo. Su estrategia era clara: concretar las alianzas en las semanas siguientes y a lo largo del mes de octubre, cuando no hubiera posibilidad para preparar un candidato alternativo, sacar el proyecto a la luz con una disyuntiva que atrapara y dejara sin libertad de movimiento a sus rivales: la elección que se presentaría a los barones y a los diputados rebeldes sería apoyar un gobierno presidido por Pedro Sánchez, o permitir un gobierno presidido por Mariano Rajoy.

Negociaciones con los nacionalistas de la mano de Colau

La suma de Podemos para entonces ya estaba encauzada y, cuentan con ello Sánchez y los pocos de su entorno que están en el asunto, sería aceptada por buena parte de sus votantes. Más fácilmente incluso, quizás, que entre sus militantes. La cuestión estaba en cómo hacerse con el voto de los nacionalistas, principalmente los catalanes, imprescindible para sumar la mayoría necesaria, pero que están contaminados con la exigencia del referéndum.

Miquel Iceta, el líder del PSC, es quien trabaja para encontrar una solución. Y lo hace con la ayuda del diputado de En Comú Podem, Xavier Domènech y, aún más imprescindible, la propia Ada Colau, que se involucra personalmente en la tarea de convencer a los miembros de la antigua Convergencia. En un primer momento, Puigdemont y los suyos parecen reacios, pero cuando el 10 de septiembre se dirige a los catalanes en su discurso previo a la Diada, recupera un discurso que parecía perdido, el de “referéndum pactado”.

Iceta, que ha llegado a pedir públicamente a Convergencia que no se niegue a ayudarles a echar al PP del poder, da por hecho que pueden contar con los nacionalistas. Puigdemont y los suyos aceptan tapar la exigencia del referéndum como condición imprescindible para lograr su apoyo bajo la urgente necesidad de librarse de un gobierno del PP.

Hay que acudir al PNV

Pero con ERC, igual de necesario en la suma, los partidarios de esta salida no avanzan. Los republicanos no aceptan otra cosa que el reconocimiento expreso del derecho a decidir como condición para apoyar ese gobierno de todos.

Se busca entonces entre quienes fomentan ese gobierno alternativo a alguien que pueda trabajar a ERC, y se piensa en el PNV. Los nacionalistas vascos llevan un tiempo hablando con los socialistas del PSE, y parecen dispuestos a aceptar el juego. Pero cuando les piden su colaboración activa para convencer a ERC, deciden dar un paso que se determinará definitivo: se mueven para comprobar hasta qué punto una mayoría razonable de los socialistas están realmente involucrados en el proyecto.

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El lehendakari vasco, Iñigo Urkullu. EFE

Pocos días antes de las elecciones vascas, desde el PNV entran en contacto con uno de los factótums del PSOE. Quieren disipar cualquier duda antes de entregarse a una operación que en realidad no acaba de gustarles: cuando el nuevo gobierno acabe por aceptar de una manera u otra el referéndum en Cataluña abrirá el melón en el País Vasco, y en el PNV se teme que eso le ponga en una posición muy difícil en Euskadi frente a Bildu, e incluso frente a Podemos.

Los nacionalistas piden a este influyente dirigente del PSOE su opinión sobre lo que está sucediendo. La reacción de éste es de sorpresa y, al tiempo, de alarma. Sabían de los contactos, alguna declaración del propio Iceta, como decimos, los había dejado al descubierto, pero desconocían que el proceso estuviera tan adelantado como les confirman desde el PNV. Y todo se acelera.

Todo entra en modo centrifugadora

Y lo hace por las dos partes dentro del PSOE; unos porque se saben descubiertos, otros porque se asustan al descubrir la verdadera situación en la que están. El día 23 de septiembre, apenas horas después de que el PNV levante la liebre y todo el mundo se dé cuenta de que las cartas, todas, están ya sobre la mesa, el entorno de Pedro Sánchez filtra que Ferraz baraja la convocatoria de un Congreso exprés y la convocatoria de los militantes para elegir un secretario general. El hecho será confirmado en una reunión restringida, sólo la Permanente de la Ejecutiva socialista, el lunes siguiente.

En el lado contrario se vuelve a activar la idea de provocar la caída de Pedro Sánchez mediante la dimisión de la mayoría más uno de la Ejecutiva. Pero esta vez el movimiento viene reforzado por el calendario exprés que han anunciado Sánchez y los suyos, que incluye un Congreso convocado con apenas un mes de adelanto. Algo que se interpreta dentro del partido como un golpe.

Todo es ya una carrera entre las dos partes. Una carrera hacia un choque que tiene un pistoletazo de salida muy sonoro.

El martes 27 de septiembre, desde Cartagena de Indias, en Colombia, donde está de viaje, Felipe González graba una entrevista con Pepa Bueno. Una entrevista que se va a emitir a las ocho de la mañana del día siguiente, miércoles 28, como si fuera en directo. En la entrevista González deja caer la bomba. Se siente “engañado” por Sánchez, dice el expresidente, y cuenta que en sus conversaciones, en concreto en una del 29 de junio, le había asegurado que “no intentaría ningún gobierno alternativo”, y que “en segunda votación pasarían a la abstención para no impedir la formación de gobierno”.

Lo demás, es historia