El lendakari Íñigo Urkullu en su comparecencia milimétrica ante el Tribunal Supremo como testigo del juicio del Procés, despertó los fantasmas del 26 de octubre de 2017, los que explican por qué las relaciones entre Carles Puigdemont y Oriol Junqueras, y entre JxCat y ERC, parecen irreconciliables a día de hoy. El desaire del diputado republicano Rufián al ex conseller Santi Vila, sentado en el banquillo de los acusados, certificó la persistencia del recelo. Urkullu describió aquellos contactos entre Rajoy y Puigdemont, mediante persona interpuesta, como una historia de renuentes que se dejaron llevar hasta el peor de los escenarios por el miedo a sus propios radicales.

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El episodio tal vez no tendrá relevancia para los miembros del tribunal, sin embargo la política catalana y la española pudieron cambiar radicalmente si el entonces presidente de la Generalitat hubiera convocado elecciones en lugar de proclamar simbólicamente la independencia, haciendo caso a la intuición de Urkullu de que tal iniciativa hubiera frenado posiblemente la aplicación del 155. El lendakari ha ratificado ante el TS la versión de Santi Vila, denostado por el independentismo oficial desde que dejó el gobierno Puigdemont horas después de frustrarse la convocatoria electoral.

Puigdemont primero dijo sí y luego se fue atrás, en cuanto comprobó que Oriol Junqueras, que estaba al caso de los contactos con Moncloa, se negaba a salir de la encrucijada vía electoral. Aun resuena en el Palau de la Generalitat la amenaza de la secretaria general de ERC,  Marta Rovira, de recorrer Cataluña pueblo a pueblo para acusar a Puigdemont de traidor a la causa de cambiar la DUI por las urnas. Tampoco olvidará el expresidente el tuit de Rufián en aquella circunstancia: 155 monedas de plata. La paradoja de aquel suceso es que los partidarios de Puigdemont siempre han atribuido a la oposición de Junqueras un simple cálculo electoral, confiado en que realmente el presidente de la Generalitat convocaría elecciones y esta renuncia a la DUI (que él tampoco querría) podría ser capitalizada por los republicanos en las urnas.

Joaquim Coello, uno de los interlocutores del lendakari en aquellas fechas, en Aquí, amb Josep Cuní, en 'SER Cataluña', ha calificado aquella operación como un intento para salvar las instituciones catalanas ante el desastre que se aventuraba de seguir cada una de las partes con sus planes de choque. En el pressing a Puigdemont y Rajoy para lograr que se abriera la brecha de una tregua electoral participaron diversos empresarios catalanes y españoles de primer rango.

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Los dos presidentes, ha explicado Coello, soportaron presiones en sentido contrario al promovido por este grupo y acabaron haciendo lo que decían que no querían hacer. El resultado de esta historia poco edificante en cuanto al valor político de los protagonistas es conocido, hubo una DUI confusa, un 155 inapelable y ahora la mayoría de ellos están sentados en el Tribunal Supremo haciendo frente a una acusación de rebelión.

La contundencia y precisión del testimonio de Urkullu contrasta con el cúmulo de desmemoria y desidia exhibido por Mariano Rajoy en sus declaraciones sobre este asunto. Es muy probable que la intervención del lendakari no fuera la única que se produjera en aquellas fechas, en todo caso parece ser la que más cerca estuvo de materializarse; de hecho así fue por unas horas, las que van de la madrugada a la hora del desayuno del día 26.

El recordatorio del episodio incomoda a todos por lo visto en las reacciones. Al PP, porque en estos momentos su líder Pablo Casado se vanagloria de haber pillado a Pedro Sánchez supuestamente vendiéndose la patria con un relator y la confirmación de aquellos precedentes no le conviene. A las diferentes familias independentistas porque en aquella madrugada se fraguó la desunión política y personal en la que viven todavía.