Estimado presidente del Grupo Parlamentario Socialista en la Asamblea de Madrid: seguro que estos días cercanos al 14 de abril habrás leído diversos comentarios en las redes o algunos artículos en periódicos digitales, pidiendo que se coloque una placa en vuestra sede de la Puerta del Sol en recuerdo de tantos luchadores por la Democracia que sufrieron lo indecible en los sótanos de ese antiguo edificio de Correos.

Te lo pido yo también como socialista y como conocedor de esos sótanos en el año 1959. Y cuidado, Ángel, que nos estamos muriendo todos. Y no quedará memoria.

Mi historia es mucho menos dramática que la de muchos españoles que por allí pasaron pero, como la puedo contar, creo que estoy obligado a hacerlo.

En el verano de ese año 59 fui detenido por pertenecer a la Agrupación Socialista Universitaria. Meses antes también lo habían sido personajes socialistas como Tomás Llorens o César Cimadevilla. Cuando yo llegué a la Dirección General de Seguridad (Puerta del Sol) ellos ya estaban en la cárcel.

 Cuidado, Ángel, que nos estamos muriendo todos. Y no quedará memoria

Me encerraron en una celda con una cama de cemento y un par de mantas de tipo militar. Las mantas tenían manchurrones de sangre seca por aquí y por allá. Una bombilla iluminaba noche y día la celda. Pero era imposible distinguir el día de la noche: siempre la misma iluminación artificial. Un ciego anónimo me ayudó a entender el tiempo: cuando era de día oía desde mi cuchitril el golpear del bastón del ciego y su cantinela de “los iguales, para hoy”; cuando llegaba la noche el ciego dejaba en silencio una oscuridad imposible de entender.

El responsable de los interrogatorios “formales” era el coronel Eymar, del Cuerpo de Mutilados por la Patria. El secretario de este juez era el soldado Pin, que estaba haciendo el servicio militar obligatorio en ese destino. De los interrogatorios “reales” se ocupaba el comisario de policía, Yagüe. Esos días ejercía su labor con un brazo escayolado. Doblaba el miedo.

En las celdas de al lado estaban, que yo supiera, tres obreros comunistas del sector de la panadería: Simón Sánchez Montero, Eutiquio Tudela y Lucio Lobato. Todos conocidos míos. Nunca olvidaré la visión de Lucio Lobato arrastrado por dos policías por el pasillo delante mi celada perdido el sentido por los golpes de la tortura del comisario Yagüe y sus colaboradores.

Estuve en esos sótanos quince días con sus quince noches y también recibí el interrogatorio violento del escayolado comisario Yagüe. Pero fui un privilegiado. Sí, un privilegiado. Un día (o noche) escuché a un policía comentar: "A este (por mí) no le hostiéis demasiado que es sobrino de Salvador de Madariaga y luego sale en los periódicos de por ahí”.

Estimado Ángel Gabilondo: muchos luchadores por la democracia no te podrán contar ya sus historias porque murieron. Incluso algunos en esos sótanos del palacio en el que tú trabajas como parlamentario. Por favor, añade esta pequeña historia a todas las que se han contado y a las que no se podrán contar y pide a la presidenta Cristina Cifuentes que, aunque sea en un lateral del edificio, cuelgue una placa en recuerdo de tanto dolor. Y tanta esperanza.

En alguna medida, vosotros estáis en ese Parlamento madrileño gracias a que algunos conciudadanos sufrieron días y noches de dolor justo en el sótano debajo de vuestros escaños.