Cuando el padre fundador del invento popular fue elegido presidente de la Xunta –por la mínima, pero elegido- 1.300 gaiteros, llegados de toda Galicia le arroparon en medio del fervor de los presentes. La ceremonia se repitió en varias ocasiones, cada vez que Fraga Iribarne repetía mandato. Y repitió con notable abundancia.

Fue Fraga Iribarne, al fin y al cabo, el que convirtió solemnemente a Aznar en su heredero, “sin tutelas ni tutías”, frase histórica para los admiradores del PP, pronunciada por don Manolón en el Congreso de Sevilla, el de la refundación de la derecha, que dejó de llamarse Alianza Popular para denominarse Partido Popular. Este cambio minúsculo fue muy celebrado. Estuvo a punto entonces Fraga Iribarne de presentarse a ser alcalde precisamente de Madrid.

Pero lo que no fue él, sí lo es ya doña Ana Botella, siempre ansiosa de poder, como su insigne marido, el patrocinador de guerras. Un verano de hace muchos años, en Logroño, donde vivía la pareja José María y Ana, ella fue nombrada gobernadora civil en funciones para sustituir durante las vacaciones estivales del gobernador de la época.

A Botella esta circunstancia ridícula la llevó a tocar con los dedos el paraíso de los vencedores. Ser de pronto gobernadora la llenó de felicidad y de sueños. Mientras tanto, Aznar pasó de militante raso de AP a ser nombrado secretario general del partido en La Rioja. En ese tiempo, hacia 1978, Aznar –como es sabido- escribía habitualmente en el periódico riojano criticando la Constitución y exhibiendo su nostalgia del Caudillo.

No en vano Ana fue sobrina del ya fallecido rector de la Complutense, José Botella Llusá, miembro del Opus Dei y vigoroso guerrero contra la píldora para evitar embarazos. Y no en vano fue Aznar nieto de Manuel Aznar, periodista chaquetero que, acabada la guerra civil, ocupó todo género de regalías y llegó a ser periodista de cámara del dictador. Indalecio Prieto, periodista y muy relevante socialista, conocedor de Aznar durante décadas, escribió en su exilio de México un libro sobre él. Su título es impactante: La ficha de un perillán.

Botella, ayer, combinó su toma de posesión con un gesto populista. Entregó las llaves de 145 pisos protegidos. Mientras –en la onda de Esperanza Aguirre-, anunciaba que terminará con las trabas burocráticas y permitirá que se abran negocios en la ciudad de Madrid sin problemas de carácter legal. Se nos ha disfrazado doña Ana de hada madrina. O de una especie de Evita Perón.

También recuerda el episodio a aquellos mandamases de la postguerra que, acompañados a ser posible por el obispo del lugar, repartían llaves de tanto en tanto de viviendas oficiales con el yugo y las flechas visibles, naturalmente. La señora Botella prefiere la caridad cristiana a la justicia social. Así es la alcaldesa de Madrid, tan reaccionaria como su marido.