Aunque el 1 de enero sea el día siguiente del 31 de diciembre del año finiquitado, el comienzo de un año nuevo sigue significando un hito para una gran mayoría de humanoides. L´Any nou simboliza la posibilidad (¿teórica?) de iniciar algunos nuevos recorridos. Dejar de fumar, iniciar un régimen estricto, dejar fuera de uso mi móvil aunque sea media hora al día, ser (intentarlo por lo menos) un tanto más soportable para nuestros congéneres… Algunos triunfan, pero otros (¿la mayoría?) seguimos en nuestros trece. Pero en nuestro subconsciente el futuro, el inicio de un nuevo año, 2018, puede significar algo más, un porvenir más ambicioso y estimulante. Pero coexiste un interrogante abierto ¿es inevitable un futuro sin porvenir?

 La crisis socioeconómica ha sido de tal calado que no se resuelve con movimientos tácticos y alianzas estratégicas o con pequeños cambios en la fachada. La revolución neoliberal ha sido tan arrolladora que ha generado un gran desamparo y desconcierto. Un prolongado estancamiento después de la brutal sacudida de la crisis ha minado la confianza de la gente. Múltiples frustraciones en las clases medias sobre las que se basaba la cohesión social de las sociedades de posguerra. Una sesgada distribución de las rentas y de salarios que refuerza la idea de que las políticas institucionales benefician a los que tienen más. Una sociedad dual y desigual con amplios segmentos sociales en riesgo de exclusión. A ellas podríamos añadir la  sensación de las nuevas generaciones de que están destinadas a vivir en peores condiciones que sus padres. En nuestra en nuestra Comunidad, se perciben (con sus posibles desajustes) iniciativas y propuestas (públicas y privadas) orientadas a superar las causas y consecuencias de una estructura socioeconómica escasamente sostenible, dual y excluyente. A nivel estatal queda por ver y constatar si el PP en minoría, más allá de las buenas palabras, es capaz de pactar y consensuar con la oposición nuevas propuestas (LOMCE, Reforma Laboral, presente y futuro de las pensiones, nuevos parámetros de financiación autonómica…) o si quedará anclado en sus fórmulas “mágicas” practicadas durante su mayoría absoluta. 

Pero además en España malvivimos en una crisis de índole política, cuyo máximo (no el único) exponente es el denominado “problema catalán”. Los parámetros de la Constitución del 78 útiles entonces, exigen ahora reformas estructurales que no parece que todos los partidos estén dispuestos a abordar. Si les digo, ahora, que el camino hacia la construcción de una sociedad, más justa y más solidaria (con sus limitaciones y errores) radica en la política, corro el grave riesgo de que me consideren como un ingenuo (cosa difícil a mi edad), como un provocador (no me gusta jugar con fuego), o simplemente como un simple cínico. Pero, hay quienes (¡haberlos haylos!) consideran posible (e imprescindible) construir una Política radicalmente distinta a la que nos toca soportar. Lo contrario supondría  aceptar la ley de la selva, donde únicamente sobreviven los poderosos, donde la norma es “sálvese quien pueda”, y en su caso refugiarse en falsas salidas populistas dominadas por el racismo, la intolerancia, el odio a los diferentes y las guerras cruentas (y no cruentas!), con múltiples víctimas colaterales. Esta es la Europa (de la que formamos parte) que estamos “deconstruyendo”, y con el gran macho alfa Trump (¡irán apareciendo clones!) como gran líder. 

Es cierto que, como expresión de la profunda crisis que nos afecta, “lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer”. Pero, cuanto menos, el aforismo refleja la posibilidad de que lo viejo muera. No es un dogma que las cosas tengan que ir necesariamente a peor, como vaticinan determinados agoreros; pero tampoco necesariamente a mejor, tal como algunos gobernantes y tecnócratas pretenden que creamos a pies juntillas que inevitablemente saldremos reforzados de la crisis. Ni optimistas vacuos ni pesimismos radicales, sino todo lo contrario: un escepticismo activo que nada tiene que ver con el placer de mirarse el propio ombligo. No se niega la realidad existente, pero no se da por inevitable. La posibilidad de cambio de una realidad (política, económica, social, cívica, cultural…) como la nuestra, compleja y cambiante, solo es posible desde una acción guiada por la lucidez y cierta capacidad de duda, y no desde un despotismo ilustrado (y frecuentemente sin ilustrar). No en vano Daniel Innerarity, insigne analista, afirma que “el escepticismo es la antesala del optimismo”, entre otras razones porque el futuro (incluido el año recién estrenado) no está escrito. ¡Bon Any Nou!