En 2013 el director iraní Asghar Farhadi probó suerte fuera de su país con El pasado adecuando su sentido del drama íntimo a los contornos del cine francés con un estupendo resultado, gracias a que mantenía su personalidad dentro de un contexto que, en apariencia, no era el suyo. Decimos en apariencia porque el cine de Farhardi, a partir sobre todo de su tercera película, Fireworks Wednesday (2006), siempre ha mirado más fuera de sus fronteras que dentro de ellas a pesar de hablar de su país. Es decir, siempre ha denotado una clara ambición de traspasar los límites del cine iraní y llegar antes un público occidental, algo que logró con Nader y Simin, una separación (2011). No es, por tanto, raro que haya realizado en España Todos lo saben, un paso más en esa internacionalización, además, arropado por un elenco de actores de renombre como garantía en su proyección y distribución.

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Salvando muchas distancias, Todos lo saben podría verse como una suerte de remake de su A propósito de Elly (2009), a la hora de usar una desaparición en un grupo reducido como elemento vehicular para explorar a los personajes. Sin embargo, en esta ocasión conduce la trama en gran parte de su metraje por el thriller, después de un arranque que se entiende mejor según avanza la acción. Así, Farhadi presenta una trama que se inicia con la llegada desde Argentina de Laura (Penélope Cruz) con sus dos hijos a un pueblo español para asistir a la boda de su hermana Ana (Inma Cuesta). Su marido, Alejandro (Ricardo Darín), se ha quedado en Argentina por cuestiones de trabajo. Poco a poco iremos conociendo al resto de personajes, principalmente a la otra hermana, Mariana (Elvira Mínguez) y a su marido, Fernando (Eduard Fernández), y a Paco (Javier Bardem) y Bea (Bárbara Lennie), el primero antiguo novio de Laura. Durante los primeros compases de la película Farhadi logra algo que parecía muy complicado, que todos esos actores, y las resonancias que puedan tener, transmitan una sensación real de familia (dentro de la ficción). El director iraní, además, logra absorber bien el color local para ir trazando una narración que, de repente, tomará un rumbo diferente cuando algo suceda y que tiene que ver con el pasado de los personajes.

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Se impone la duda alrededor de todos ellos, y Farhadi sabe elaborar bien el material para cruzar el thriller con el melodrama desaforado -aunque en ocasiones se le va de las manos, es de forma puntual- y crear una duda razonable sobre todos los personajes. La mentira, o la posible ocultación y mentira, se impone mientras Farhadi visualmente se adecúa, en gran medida, a las formas de cine costumbristas para tamizarlas con unas imágenes que transmiten inquietud desde la normalidad, que violentan los contornos de unas casas que guardan rencores y vergüenzas. Que al director iraní tenía más interés en trabajar estos aspectos que en los elementos del thriller lo evidencia una resolución del misterio bastante más apática que todo aquello que ha conducido hacia él, algo que ocasiona ciertos desajustes en la construcción de la película. Sin embargo, Farhadi vuelve a mostrar su capacidad para desde la quietud formal, casi rigurosa de su puesta en escena, introducir en el plano unas emociones desaforadas, extremas, en ocasiones en el límite de lo razonable, que controla en casi todo momento gracias, todo hay que decirlo, a unos actores que están estar a la altura de una película muy ambiciosa y que resulta tan árida como los paisajes que muestra. Tanto físicos como humanos.