Oliver Stone se (auto)proclamó hace tiempo como cronista de su país –y de otros- desde una perspectiva tan crítica como patriótica, algo que aunque algunos puedan pensar que no es posible, lo es. Con Snowden, cuatro años después de Salvajes, su anterior película de ficción, y tras unos años más centrado en el documental, Stone parece querer situarse de nuevo en los debates de la actualidad, tanto cinematográficos como políticos. La figura de Edward Snowden, Joseph Gordon-Lewitt en la película, todo lo relacionado con su filtración a la prensa de documentos clasificados de la NSA y, por extensión, lo que él y sus actos significan y el contexto, el nuestro, en el que se producen, son temas de indudable interés para el director. Y lo son para lo bueno y para lo malo, por Snowden se queda a camino de todo, demasiado controlada en el terreno visual, demasiado evidente en el plano discursivo, si bien, no exenta de interés.

Stone estructura Snowden mediante flashbacks que surgen de un centro, el rodaje en la habitación de un hotel de Hong Kong del documental Citizenfour, de Laura Poitras (Melissa Leo). Ese centro o presente para la ficción sirve a Stone para narrar la vida de Snowden desde el momento en el que intenta entrar en el ejército pasando por su entrada en los servicios de inteligencia hasta llegar al robo de esa información clasificada que ulteriormente hizo pública para denunciar de ese modo el espionaje llevado a cabo por el gobierno norteamericano de sus ciudadanos, forma, a su vez, de evidenciar la vulnerabilidad de todos en nuestra intimidad. Y es en este ámbito, el íntimo, el personal, en el que Stone también se introduce para mostrar a Snowden y su pareja, Lindsay (Shailene Woodley), no solo para crear un marco personal, también para que Snowden poco a poco vaya tomando conciencia de que su vida, y por extensión la de ella, pueden estar vigiladas –algo que da como resultado dos de los mejores momentos de la película-.

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A través tanto de la faceta profesional como de la personal, Stone construye un relato que se ajusta a la perfección a otras películas suyas en tanto a que estamos ante una historia en la que un hombre, Snowden, claro producto ideológico post-11-S, quiere ayudar a su país desde una cierta inocencia que irá perdiendo cuando descubra que en la nueva estructura política, prácticamente, todo vale. Aunque Stone articula la película para que esa toma de conciencia termine con un claro aplauso hacia Snowden –como muestran sus últimas imágenes, con el propio Snowden en pantalla en una decisión más que discutible y que rompe en gran medida algunos de los logros de la película-, el director no niega cierta ambigüedad en sus actos, que no crítica abierta, y que sirve para extrapolar la mirada hacia una cuestión general más amplia: a todos los norteamericanos que, tras los atentados del 2001, asumieron un patriotismo posiblemente bien intencionado pero que acabó siendo utilizado por el poder.

Si todo lo anterior funciona dentro de un marco discursivo en el que Stone se mueve a estas alturas con gran habilidad, a pesar de muchos trazos gruesos y enfáticos, no lo hace tanto, o casi nada, la construcción visual de la película, sin apenas inventiva y contando con algunos momentos interesantes, pero poco más. Es decir, Stone se ha centrado más en el componente discursivo-político y no ha desarrollado, como en otras ocasiones, gustase o no, una puesta en escena acorde con lo planteado en pantalla. El director se ha conformado con un trabajo visual bien construido pero sin apenas fuerza, demasiado convencional en conjunto, confiando más en las ideas expuestas en el guion que en la manera de expresar estas en pantalla. Teniendo en cuenta que estamos ante una historia tan reciente, casi en modo presente, Snowden pedía unas imágenes que transmitieran con mayor fuerza lo relatado. La manera en la que Stone lo lleva a cabo, se nos antoja muy pertinente, quizá, hace unos años, pero ahora queda desubicado, fuera de época.

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Snowden es puro Stone, pero  algo dócil y muy contenido. Proyecta la sensación de que querer transmitir un discurso, incluso de llevar a cabo una denuncia a partir de la figura de Snowden, y lo consigue, pero con cierta simplificación en cuanto a la manera de hacerlo. El intento de Stone de resituarse en el centro de los debates cinematográficos es posible que lo logre gracias al tema tratado, pero no lo hará por la forma visual de abordarlo. Es la visión Stone de Snowden, pero no basta con el nombre en los créditos, era necesaria una mirada más incisiva e imaginativa.