Aunque su consumo ha disminuido en los últimos años, el pan sigue siendo un alimento habitual en la dieta diaria de muchas personas. Su papel en la alimentación ha generado opiniones diversas, especialmente por su contenido en carbohidratos. Sin embargo, distintos especialistas coinciden en que, al elegir opciones de calidad como el pan de masa madre o el pan integral, puede formar parte de una alimentación equilibrada.

El pan integral

El pan integral, en particular, es valorado por conservar el salvado y el germen del grano, lo que incrementa su aporte de fibra. De acuerdo con nutricionistas, este tipo de pan contribuye a mantener niveles estables de glucosa en sangre y favorece la salud intestinal. Además, una porción moderada encaja dentro de las recomendaciones calóricas diarias.

Los beneficios de congelar el pan

En los últimos meses ha cobrado relevancia un consejo que propone una forma distinta de consumir el pan: congelarlo antes de comerlo. La sugerencia proviene de la doctora Karen Alarcón, gastroenteróloga y endoscopista, quien a través de sus redes sociales ha explicado los beneficios de este método.

Según Alarcón, congelar el pan y después recalentarlo —ya sea en una tostadora o una sartén— produce una transformación en su estructura. “Gran parte de los carbohidratos se convierten en fibra prebiótica, que favorece a la microbiota intestinal y contribuye a regular los niveles de glucosa en sangre”, afirmó. Además, este proceso haría el pan más digestivo y podría reducir molestias como la hinchazón o los gases.

Consejos para su congelación y descongelación

Para conservar su calidad, se recomienda congelar el pan lo antes posible tras la compra, bien envuelto en film transparente o en bolsas herméticas. Esto ayuda a preservar su textura y a evitar que absorba olores del congelador. Lo ideal es consumirlo en un plazo máximo de tres meses.

Al descongelarlo, los expertos aconsejan dejar que recupere su temperatura ambiente cubierto con un paño, antes de calentarlo. Este sencillo cambio puede mejorar no solo la tolerancia digestiva, sino también el perfil nutricional del pan.

El mismo principio se puede aplicar a otros alimentos ricos en almidón, como el arroz o la pasta, lo que abre nuevas posibilidades para aprovechar mejor estos productos sin renunciar al sabor ni a las costumbres culinarias.

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