Jimmy Kimmel es, desde hace dos décadas largas, uno de los rostros esenciales del late night estadounidense. Presenta y coproduce Jimmy Kimmel Live! en ABC desde 2003 y ha llevado cuatro veces la batuta de la gala de los Oscar (2017, 2018, 2023 y 2024), un club de élite al alcance de muy pocos maestros de ceremonias. Antes de aterrizar en la primera división de la televisión abierta, fue locutor de radio y saltó a la fama en el cable con Win Ben Stein’s Money y The Man Show, dúo de programas que fijaron su mezcla de sarcasmo, cultura popular y humor de barra. Ese currículum, con sus luces y sombras, explica al Kimmel de hoy: un cómico que alterna chistes privados y denuncia pública, y que se ha convertido en protagonista de la conversación política en Estados Unidos.
Nacido James Christian Kimmel, se crió entre Brooklyn y Las Vegas y arrancó su carrera en emisoras locales antes de recalar en Los Ángeles con Kevin & Bean, el matinal de KROQ-FM que catapultó a varios humoristas de su generación. En 1997 se estrenó en televisión con Win Ben Stein’s Money (Comedy Central), concurso de preguntas en el que ejercía de sidekick del economista y actor Ben Stein; el formato ganó varios premios Daytime Emmy y le dio visibilidad nacional. Dos años después cocreó y co-presentó The Man Show junto a Adam Carolla, sátira de testosterona que fue un éxito de audiencia y acabó por definirlo —para bien y para mal— ante el gran público.
El gran salto llegó en 2003, cuando ABC le confió la franja nocturna con Jimmy Kimmel Live!: entrevistas de alto perfil, música en directo, bromas recurrentes —de la “guerra” con Matt Damon a las cámaras ocultas— y esa cadencia de monólogo que Kimmel ha ido cargando de comentario político, en especial desde 2016. En paralelo, su prestigio como anfitrión de galas creció hasta conducir tres veces los Emmy (2012, 2016, 2020) y cuatro los Oscar, con una templanza que el público premió tras incidentes como el célebre “Envelopegate” de 2017.
Kimmel también ha sido, en momentos clave, una voz cívica. En 2017, a raíz del nacimiento de su hijo Billy —operado a corazón abierto con tres días de vida—, convirtió su monólogo en una defensa explícita de la cobertura sanitaria para personas con condiciones preexistentes y contra los recortes en salud. Aquel alegato popularizó lo que la prensa llamó “el test de Jimmy Kimmel” para evaluar si una ley sanitaria protegía de verdad a las familias vulnerables. Fue un punto de inflexión: el presentador que había jugado a huir de la etiqueta ideológica pasó a asumir que, en un clima polarizado, el humor también es posicionamiento.
En el terreno estrictamente televisivo, su figura es sinónimo de continuidad: pocos hosts han mantenido un programa diario en abierto durante más de veinte años. Jimmy Kimmel Live! ha sido además taller de guionistas y cantera de colaboradores y ha refinado una identidad de humor doméstico que convive con el zarpazo político del primer bloque. Su habilidad para pasar del chascarrillo al editorial —sin abandonar el tono de vecino de al lado— explica por qué la Academia de Hollywood lo eligió repetidamente como maestro de ceremonias: Kimmel rara vez pierde los papeles, incluso cuando el caos se hace trending topic.
Ese equilibrio, sin embargo, se ha roto a veces con estruendo. Ayer, ABC —propiedad de Disney— anunció la retirada “indefinida” del programa tras un monólogo en el que Kimmel comentó el asesinato del activista conservador Charlie Kirk y cuestionó la reacción del entorno MAGA. La medida llegó después de que Nexstar, el mayor grupo de afiliadas locales de ABC, decidiese dejar de emitir el espacio, y tras las advertencias del presidente de la FCC, Brendan Carr. El episodio cristaliza el choque entre sátira, presión política y modelo de negocio de la TV abierta: una cosa es provocar con chistes y otra, al parecer, tentar a un ecosistema de licencias y afiliadas en tiempos caldeados.