Como el sistema editorial vive (sobrevive) de modas, fórmulas y etiquetas que funcionan, por temporadas las librerías se ven invadidas de un aluvión de obras que se ajustan a un mismo género o a una misma tendencia. Por ejemplo: si un tipo convierte un libro sobre bricolaje en un exitazo, entonces publicarán cientos de novelas y ensayos sobre bricolaje, y nos obligarán a creer que la mitad de los escritores del planeta lo saben todo sobre las técnicas de bricolaje, y los editores exprimirán el tema hasta lograr el hartazgo, la saturación y la caída en picado de las ventas. Quizá el anterior parezca un modelo descabellado, pero últimamente tenemos las librerías repletas de novelas y manuales de jardinería, de gente que regresa al pueblo, de series de televisión que han triunfado y de escritura sobre la naturaleza (que es lo que se conoce ahora como "nature writing"). A muchos de ellos les añaden en la publicidad el término "feminista" para que vendan más, aunque a veces ese sello esté pillado por los pelos y sólo obedezca a una estrategia de marketing.

Los medios de comunicación suelen publicitar y enaltecer estos libros, de manera que discernir el grano de la paja corresponde al lector con intuición, o al menos con cierto olfato. El lector versado en engaños sabe que no todas las obras de gente que se mete unos días en entornos rurales son auténticas y brillantes. Pero tiene que estar muy al loro para que no le den "gato por liebre": a menudo vemos libros por ahí de personas que se han ido dos semanas al campo y ya se creen el nuevo Thoreau (eso sí: con wifi, móvil y demás herramientas contrarias a la naturaleza).

El libro de Mary Austin (1868 – 1934), La tierra de la lluvia escasa, a priori contiene todas esas etiquetas: flora y fauna, escritura sobre la naturaleza y, si me apuran, feminismo. Pero hay varias características que la distinguen del fraude y nos convencen de su excelencia: primero, que el libro es excepcional; segundo, que su autora fue una pionera en estos temas; tercero, que su prosa está tan pulida como la de cualquier clásico que regresa a las librerías; cuarto, que fue una mujer que sabía de lo que hablaba, no era una impostora; y quinto, que la editorial que lo publica es digna de confianza y no publica a timadores. Los paisajes que describe Austin, las cosas que cuenta en estas crónicas o en estos ensayos breves, la profundidad de su pensamiento y el respeto por el entorno natural del paisaje americano, resultan espléndidos y, de alguna manera, serían retomados luego en el cine y en el cómic por autores como John Ford en sus westerns y Giraud y Charlier en sus cómics sobre el Teniente Blueberry. Esa minuciosidad en las descripciones de Austin es lo que posteriormente se reflejaría en las viñetas y en los indios de los citados cómics, no sé si deliberado o no, pero me da lo mismo.

La tierra de la lluvia escasa (Volcano Libros, traducción de Eva Gallud), que este año también ha sido recuperado por Hermida Editores con otra traducción, es un admirable compendio de catorce ensayos. ¿De qué habla Mary Austin en ellos? De montañas. Del curso de los ríos. De buscadores de oro. De los animales que se acercan a beber a las orillas. De las costumbres de algunas tribus y de los dibujos que hacen las indias en sus cestas dependiendo de sus crisis y estados de ánimo. De las tormentas de viento. De la flora y la fauna de algunos valles. De hecho, su libro podría encajar perfectamente en la Colección Frontera de Valdemar: desprende el mismo espíritu, la misma querencia por el Valle de la Muerte, las mismas inquietudes.

Mary Austin era una escritora exigente con el lector. Quiere esto decir, en este contexto, que sus frases están esculpidas con un lenguaje rico y variado, que sus oraciones a menudo se extienden de manera tan sinuosa como los arroyos que describe… La escritora Terry Tempest Williams lo refleja con exactitud en el prólogo a esta edición, escrito en 1997: No podía imaginar lo difícil que sería traducir su lenguaje oralmente. Tenía una cadencia que me era ajena por completo, una narrativa más ornada y elaborada que la conocida prosa desnuda de nuestra época.

Hay mucha belleza en este libro. Es auténtico, es la obra de una persona libre y entusiasta. Despide sabiduría y también la certeza de que, tanto las raíces como los animales como los seres humanos que habitan las tierras que describe están en continua lucha para sobrevivir: esperando el agua de la lluvia, adaptándose a la hostilidad del medio, agradeciendo el aire de la zona, que es el más limpio y divino que pueda respirarse en cualquier lugar de este mundo de Dios.