Siempre dispuesto a utilizar un lápiz, dibujaba mapas de países imaginarios, sobre todo islas, con sus montañas, sus ríos, bahías y ciudades. La estructura evocativa de Los felices días del verano (Errata naturae), de Fulco di Verdura, último duque de Verdura, no atiende a la continuidad sino que se divide en capítulos que son secciones de un mapa, o mapas dentro un gran mapa. No aparecen Coco Chanel, para quien sería su joyero de referencia, ni actrices célebres que portaron sus joyas como Greta Garbo, Marlene Dietrich o Elizabeth Tayor, ni Salvador Dali con quien diseñó unas joyas surrealistas. Estos mapas se centran su infancia, un periodo de su vida que concluyó con la muerte de su abuela, como si finalizara una época. En cierto momento, en esas últimas páginas, revela que quien escribiría El gatopardo, Giuseppe Palma (di Lampedusa), era su primo. Jamás me imaginé que se convertiría en el autor de El gatopardo, obra en la que por cierto, se supone que los personajes de Tancredo y Angélica están basados en mis abuelos. Digo <<se supone>> porque yo encuentro serias discrepancias con ellos, pero, después de todo, un autor goza del privilegio de alterar los hechos al crear una obra de ficción. Aquel sereno y templado estilo narrativo de la adaptación cinematográfíca de Luchino Visconti, en 1963, se puede sentir en el despliegue de estas evocaciones. Es una lectura en la que te meces, como si estuviera tejida con los mimbres de la calma. No está presente el aguijón de la nostalgia. Parece uno de esos desplegables con dibujos, que contemplas con los ojos abiertos, deslumbrado.

Los primeros pasajes se centran en la presentación del escenario fundamental, Villa Niscemi, a unos once o doce kilómetros al oeste de Palermo (la única casa que realmente he amado, con ese amor que no conoce reservas y que sólo puede albergar un niño), sus habitaciones, el espacio como decorado y como presencia, como lugar familiar, pero también a descubrir, ese que incentiva la imaginación, o ya la sitúa en el disparadero de considerar lo posible en cada recoveco o sombra. Al fin y al cabo, la obra se inicia con una cita de Alicia en el Pais de las maravillas, y eso se percibe en la descripción de lo evocado, como si la huella indeleble contuviera aún en sí el solaz del descubrimiento: Yo tenía que cruzar varias veces al día aquel inquietante espacio vacío para ir y venir a nuestras dependencias. Siempre estaba oscuro. Alguien me había dicho que un oso vivía detrás del piano, y que acechaba para cazarme. Así que, si iba solo, cruzaba aquella zona de peligro a toda velocidad, con el corazón a punto de salírseme por la boca, pero era aún peor cuando había gente en la habitación contigua, porque me avergonzaba mi cobardía y no quería que me oyesen ir al galope y cerrar la puerta de un portazo al llegar al otro extremo. ¡Qué edad tan maravillosa esa en la que el único temor lo constituyen un oso inexistente!. El oso inexistente de lo posible y los animales que conformaban su vida. Su mismo padre paseaba por el pueblo rodeado de sus caballos y animales, y si algo no soportaba era cualquier maltrato a un animal. Sensibilidad que tanto él como su hermana compartieron. Cobayas, gatos, ardillas, una iguana, un titi, una mula, un carnero (que una vez persiguió a varios alrededor de un árbol como si conformaran un tiovivo), una mangosta, un par de babuinos o aquella fugaz presencia de un camello, todo un acontecimiento para el mismo pueblo, que el propio Fulco pudo montar durante escasos segundos.

El lector se estará preguntando por qué no he abordado el tema de los seres humanos que habitaban aquella bendita villa hasta no haber pasado revista al reino animal. Volviendo la vista atrás, después de medio siglo, me parece que esas criaturas formaban parte esencial del paisaje y estaban emparentadas con los árboles y hasta con las mismísimas piedras de la villa, mientras que los seres humanos eran independientes, y la mayor parte de ellos, salvo por desgracia mi abuela, siguieron formando parte de mi vida hasta mucho después de haber dejado la villa.

Tras presentar escenario, animales y familiares, e incluso niñeras, ya enfoca entonces en sí mismo (Y ¿qué hay de mí mismo?). El despertar del amor al arte, las primeras operas a las que asistió, los juegos en el parque de La Favorita, donde destacaba particularmente el pabellón chino. Pero su mundo se dividía en variados escenarios. Como si el mapa de su infancia se dividiera en diversas provincias, representadas por otras casas o villas. Aunque Villa Niscemi y La Favorita eran el centro de nuestro mundo, el reino indiscutible en el que ejercíamos el mando supremo, en nuestras jóvenes vidas había otras casas y otros jardines que también nos pertenecían. En algún caso, la relación podía no ser tan armónica, porque confrontaba con otras estructuras de vida, menos luminosas: Después de cuanto he intentado contar no es extraño que no le tuviera mucho cariño a la casa de nuestros ancestros, pues representaba las peores cosas de mi vida: clases, rutina, estar recluido entre cuatro paredes y una cierta sensación opresiva.

Fulco di Verdura   1932

Se suceden acontecimientos singulares. Los que suponían los días festivos, los espectáculos de marionetas, el goce de los helados. Algunos trágicos, como el terremoto que asoló Messina el 28 de diciembre de 1908, y causó ochenta mil muertos: El temblor debió durar sólo unos segundos pero, aún hoy en día, tantos años después, me parece como si el tiempo se hubiese detenido en aquellos segundos para permitirnos entrever la majestuosidad del terror primigenio. Otros cómicos, como cuando describe <<la fritanga de besos>>, las muestras efusivas de los sicilianos cuando se despedían de una hija en el puerto, o cuando impregnaron de pica pica la bandeja, el paño y las vinajeras con agua y vino, durante la celebración de una misa.

En el mapa de la infancia también resultaban relevantes las incursiones en el pasado a través de los relatos de los adultos sobre diversos antepasados, como el duque que había matado a una monja: Como en todas las familias, las historias de gentes y sucesos de otras épocas se contaban tantas y tantas veces que al final parecía como si realmente hubiésemos sido testigos de aquellos hechos y hubiésemos conocido a esos viejos fantasmas. Y también los espacios que están más allá, esos que implican la ruptura con el universo de lo familiar, y confrontan con los territorios desconocidos por descubrir y perfilar: La perspectiva de conocer ciudades y lugares que no había visto antes, de oír diferentes lenguas, de sufrir, tal vez, un accidente de tren o hasta incluso naufragar era algo embriagador. Pero lo insólito también podía irrumpir en la previsibilidad de lo cotidiano, como el inesperado disfrute de la nieve: Sentía grandes ansias de vivir esa maravilla, y si es posible sentir nostalgia de algo que nunca se ha tenido, también sentía eso.

Durante ese tiempo de la infancia parece que todo siempre va a ser así, con esa estructura compartimentada pero compacta, como si duración y entorno fueran una cinta corredera cual película familiar. Los días de mi infancia se sucedían a un ritmo desigual, algunos transcurrían lentos y aburridos, llenos de clases monótonas; otros a todo correr, repletos de emoción; el resto se colmaban con los de anticipación de delicias venideras. Una compartimentación aún teñida de lo flexible, la alternancia de los grises y los colores vivos, una ineluctable variación como si la vida fuera una apacible montaña rusa. Para gozar de los momentos intensos, te entumeces con los que parecen estirarse en el tedio. Y un día llega un cambio radical. Hasta aquellos espantosos primeros días de colegio, yo había creído que mi pequeño mundo, tan feliz, duraría para siempre, o, mejor dicho no había imaginado cómo o por qué cambiaría. Ya adviertes que el escenario de la vida será otro. Y aunque ya había sufrido la primera conmoción de la muerte, con el fallecimiento de uno de sus perros, la muerte de la abuela implica una modificación de escenario de vida, como la mudanza literal a otro espacio, el urbano. Otros escenarios, la vida como sucesión de cambios. Pero eso es ya otra historia. Otros mapas. Los días felices del verano es la inmersión en la celebración de la primera mirada, cuando lo posible comenzaba a deslumbrar con sus engarces, como una joya que aún brilla en la memoria.