Galveston fue publicada en 2010, pero el éxito de la serie televisiva True Detective, creada y escrita por su autor, Nic Pizzolatto, ha ocasionado su rápida (y cuidada) traducción. Sin embargo, ¿convencerá a los admiradores de la serie? ¿Hay algo en Galveston realmente interesante más allá del nombre del autor?


La respuesta a la primera pregunta es complicada de responder; a la segunda, resulta más sencillo, sí. En primer lugar, para cerrar lo antes posible el entrar en comparaciones tediosas, Gavelston no tiene apenas que ver con True Detective salvo en su atención a los personajes como motor alrededor de los cuales gira la trama. Sin embargo, quien quiera encontrar en ella algo parecido o similar, quizá quede decepcionado, porque Gavelston se desarrolla en un terreno bien diferente.


En Gavelston, Roy Cody es un matón profesional que, en dos tiempos narrativos diferentes, nos narra su vida, o dos momentos de ella. El comienzo de la novela remite al noir de manera bastante clara, sin embargo, poco a poco va convirtiéndose en una road-novel hasta que la acción queda, en cierto modo, estacionada en un punto estático para, de manera brutal, dar un giro narrativo que nos conduce a ese otro tiempo narrativo desde el que Roy narra/recuerda los sucesos que años atrás acaecieron. La estructura, con idas y venidas en tiempos narrativos, sin ser novedosa, está lo suficientemente bien elaborada y trabajada para que acabe resultándolo. Pero lo interesante no es tanto la acción de la trama, sino como Pizzolatto parte de ciertos tópicos del género y de su construcción para ir mostrando a unos personajes abandonados, huérfanos, enfermizos, heridos, sin un futuro más que la huida. Roy, pero también la joven Rocky, son dos desclasados llenos de secretos, que juegan a las apariencias, que intentan sobrevivir, sobre todo ella, quien debe proteger a su hermana pequeña, Tiffany, personaje que al final pasa de ser secundario a principal, comprendiendo que el itinerario de Roy ha tenido, casi involuntariamente, un motivo.


                Pizzolatto se muestra en su primera novela como un excelente creador de atmósfera, trabajando las descripciones físicas de una manera muy material y directa y con una gran capacidad para, no solo introducir a los personajes en su contexto físico, sino también para hacer que ambos se fundan en un conjunto oscuro, sucio, sin alma. El paisaje se relaciona directamente con los personajes mediante descripciones directas o a través de metáforas, con un cuidado trabajo formal y estilístico en el que parece no sobrar nada. Hay algo profundamente triste en Gavelston, porque sabemos que apenas hay esperanza para esos personajes, incluso si consiguen salir del problema que han creado. Y cuando descubrimos que, en el fondo, sí había esperanza, la dureza de todo lo transitado se hace más pesada, más fehaciente, porque Pizzolatto ha sometido a los personajes a una dureza sin miramientos, con pasajes verdaderamente brutales, no solo por aquello que acontece, sino porque el escritor hace gala de un estilo descriptivo tan físico y seco que impacta en cada línea, como ese momento final en el que asistimos a un momento clave de la narración y sentimos cada impacto en los cuerpos y la crueldad de la situación.


                Es posible que Pizzolatto en determinados pasajes de la novela se deje llevar en exceso por una narración pulp, pero quizá era inevitable. También que sus influencias sean muy patentes, tanto literarias como cinematográficas. Pero también es cierto que es capaz de tomar todo lo anterior para transformarlo a través de un estilo personal y una mirada al mundo propia. Tras los posibles lugares comunes se esconde algo más que un simple simulacro en forma de novela. Una obra sólida y entretenida pero profundamente humanista, que muestra una gran empatía por unos personajes desolados, perdidos y solos, unos misfits que parecen haber venido al mundo tan solo para sobrevivir.