Marifé Santiago Bolaños, es escritora, filósofa, profesora e investigadora del diálogo entre la filosofía y la creación artística. La protagonista de este diálogo tiene esos méritos, claro, pero me atrevería a decir que es ante todo poeta, buscadora de significados. En este encuentro la creadora madrileña atraviesa el apocalipsis que a diario nos venden, y lo hace confiada en la lentitud y la valentía de la belleza. Su nuevo ensayo, Bailar sobre el demonio del olvido (Ediciones Cumbres, 2020), es una buena excusa para detenerse en sus ideas.

Edgar Borges: - ¿El olvido es un demonio?
Marifé Santiago Bolaños: - El olvido puede ser protector cuando en vez de olvido y ocultación es cambio de actitud, resiliencia. En la tradición india, el origen del mundo se debe a la danza de un dios “que danza sobre el demonio del olvido”. En tal caso, esa danza es transformadora y lo que era demonio se convierte, me atrevo a decir, en lo que fue para el mundo griego, es decir, “daimon” en el sentido de conciencia que nos hace libres. Cuando el olvido es impuesto, por la enfermedad personal o social, es la tragedia del ser humano sin sustento.

E.B: - ¿El baile, y en este caso la danza, es una forma de retar la inercia, acaso la muerte?
M.S.B:  - Hay danza, hay coreografía, baile, dependiendo del ángulo que elijamos para decir, pero siempre con la misma intención simbólica, desde el instante mismo en el que comienza la vida. Hay una tendencia al ritmo, al orden, por tanto, que saca del caos primordial en el que no tenemos, todavía, ni siquiera un remoto atisbo de elección. El cuerpo es retador, y el movimiento que la danza acaba entregando da cuenta de ello. Es suficiente ver a un ser humano en su más tierna edad buscando que el instinto se haga pulsión y la pulsión pueda acabar siendo libertad, conciencia. Todo ello sin la misma todavía, como una entrada en el universo de la existencia. La danza es la manifestación de ese reto. No es extraño, por tanto, que acompañe todas las ceremonias que dan cuenta del paso del tiempo, incluso del tiempo que vendrá cuando ya no estemos, una suerte de danza que cierra una puerta y se despide para que el camino tenga otra dirección.

E.B: - ¿La inercia y el aburrimiento son realidades en crecimiento?
M.S.B: - La generalización, en este caso, requeriría una amplia reflexión previa. Lo que sí me atrevo a aventurar es que se ha aceptado cierto tipo de vida, incluso se ha fomentado llevándose, de por medio, el criterio que pondría límites. Y ese tipo de vida se ha demostrado, como era de esperar, insatisfactoria y frustrante. El aburrimiento social es su primera manifestación. La siguiente es un deseo frenético de salir de ella sin que se cuente con recursos mentales para iniciar el cambio; de modo que es fácil la instauración de extraños acontecimientos distópicos que se aceptan porque llevan disfraces de salvación, de protección egoísta. Los llamamos “populismos”. Y además de los que tienen la etiqueta sin fisuras hay multiplicidad de ecos en demasiadas actitudes que, sí, parece que aceptamos “por inercia”. Si estamos atentas a los síntomas individuales y colectivos es mucho más fácil impedir su posicionamiento exitoso e impositivo. Porque salir de sus redes es complicado. La mente humana huye del dolor, y la frustración y la desesperanza son muy dolorosas, tanto que el cuerpo reacciona también. Se llama violencia. Hace falta la gran danza creadora del pensamiento poético, hablo de un modo metafórico, como expresión de resistencia ética.

E.B: -Si la realidad se convierte en un constante absurdo, ¿qué ocurre con la mirada transformadora del arte?
M.S.B: - Dice la filósofa María Zambrano que el arte guarda una forma olvidada de existencia. Simbólicamente, ese olvido lo es del ser, porque lo que el arte guarda es la semilla de lo humano. El arte, como acción poética y no solo técnica, es decir, como sueño creador, es la constatación de una posibilidad: la de pasar, sin temor, de lo imposible a lo verdadero. Y lo verdadero es muy sencillo: se parece a cada uno de nosotros, seres humanos vulnerables que tenemos mucho más en común de lo que nos separa. Esa máxima tan sencilla y tan fácil de comprobar es la acción más complicada, más difícil de todas las acciones. Porque requiere paciencia, respeto y confianza. Temblar con una música que, en apariencia, lo es “de otra cultura”, detenernos ante un objeto que anula la maldad porque irradia belleza, como un conjuro. Algo como la eternidad que está en ser efímero también, en ser vulnerable también, en estar abocado a la memoria. Esa es la mirada transformadora del arte, incluso entre el ruido y la furia y discursos vanos que nada signifiquen, parafraseando a Shakespeare. Y en el centro, que son centros infinitos, el ser humano y su mirada creadora. Aquel “atrévete a pensar” es un “atrévete a soñar” otra realidad que disipe las nieblas asfixiantes, tantas veces, de la actualidad. Esa es la mirada artística, como forma de estar en el mundo, más allá del oficio o de la realización de algo que se considere, canónicamente, arte.

E.B: -Poesía, narrativa, filosofía. ¿el siglo XXI avanza carente de estas expresiones?
M.S.B: - No, en absoluto. El siglo XXI lo es de la información sobredimensionada, de la confusión entre dato y conocimiento. Esta confusión provoca desidia y ansiedad, ambas cosas, y una tendencia inercial a lo superficial y efímero. La paciencia es una estrategia de la razón que requiere esfuerzo. Y los entornos que se han convertido en tendencia no lo tienen en cuenta. Pero la poesía como necesidad de depositar y depositarnos en cada brizna de vida, de soplar el polvo que pueda ensuciar la grandeza, relatarnos en el tiempo e imaginar, pensar, adentrándonos en la apariencia para llegar mucho más adentro, para que el sueño sea sueño creador son inherentes al ser humano. Requiere descubrirlo, la vida humana es dignidad. Y hacerla crecer requiere altísimas dosis de compromiso. La belleza, dice el maestro Gamoneda, no es un lugar al que van a parar los cobardes. Y esa “valentía” nada tiene que ver con la heroicidad, pero sí con responsabilidades distintas dependiendo del lugar en el que nos corresponde hacerlo posible. Poesía, narrativa, filosofía siempre permanecen en vela. Me atrevería a unirlas y hablar, sin más, de razón poética.

E.B: - El ruido como amenaza, ¿cree que en internet se alimenta un ruido interior?
M.S.B: - Internet es una herramienta, no un fin en sí mismo. Y esto enlaza con la reflexión anterior. Cuando la herramienta se confunde con el objetivo el resultado es una confusión que roza el absurdo cuando no lo angustioso. El ruido interior crece con la pérdida de referentes, con la orfandad de espejos democráticos y democratizadores donde mirarnos, reconocernos, sabernos por cercanía o por rechazo. Y ese crecimiento del ruido, es decir, de lo innecesario que acaba desorientándonos, provoca un miedo atroz al silencio que es espacio de pensamiento claro, y a la calma para enfrentar cualquier situación. Nos intoxicamos de necedades, vivimos en una constante agresividad defensiva, que acaba desterrando cuestiones esenciales. La gestualidad sobreactuada se quiere hacer pasar por eficacia que termina ocultando una suerte de totalitarismo. Y vuelvo a señalar que frente a lo obvio que traería ejemplos múltiples, pero que son fáciles de identificar, se encuentra una amalgama de sutilezas con el mismo efecto, solo que mucho menos perceptible y, por tanto, mucho más peligrosa. El silencio no es la ausencia de palabra, sino la posibilidad de la palabra. Y esa palabra sabe que opinar sin criterio es una red siniestra que acaba atando y encerrando en una jaula de ruido tan ensordecedor como temerario, lo cual lo hace, sí, amenazador.

E.B: - Ya en el siglo XIX Gustave Flaubert habló del crecimiento de la estupidez como enfermedad del ser humano. Incluso se propuso un gran diccionario sobre el tema. ¿Cree usted que la estupidez nos está ganando la batalla?
M.S.B: - En general, pienso que en absoluto; aunque a veces, por un momento, pienso que siempre ha ocupado demasiado espacio. Ocurre que en nuestros días muchas figuras públicas que tendrían que generar criterio han sustituido el pensamiento y el rigor por consignas y titulares. Esto crea disonancias públicas enfermizas, y disonancias cognitivas extremas ante las que se reacciona con impulsos poco sosegados, poco empáticos, antes dije temerarios y lo repito. Pero compruebo cada día, que ahí está el profesorado, en el mundo entero, previniendo enfermedades como la frustración o la desesperanza, empoderando, sanando almas heridas con la cultura, que sostiene la tierra donde se siembran derechos antes soñados, y enseña cómo cuidarlos y cómo recoger sus frutos. Ahí están profesionales de la información como usted, que son generosos utilizando tiempo de su tiempo para enviar preguntas que permitan restablecer tejidos rotos. Yo no sé si he logrado responder a su invitación, pero le aseguro que lo he intentado. Ese acto mutuo de cortesía implica el convencimiento de que alguien leerá esta entrevista y dedicará un tiempo de su tiempo a seguir los hilos de una trama en la que se verá inmerso, como cuando leemos  y acabamos siendo parte de indispensable de la lectura, como cuando transitamos el silencio y acabamos oyendo su voz, como cuando el movimiento preciso nos lleva a palpitar con la misma precisión y, por un instante, tenemos la experiencia de la profundidad y ya no podemos decir que no existe o que no nos pertenece. Vocación musical, la danza del pensamiento creador, con sus “tempos” que se suceden, que se llaman, que se acompañan. Vocación de amor al saber que siempre quiere compartirse, tan pequeño siempre, con tanto que caminar siempre. La estupidez se retira por inanición cuando bailamos sobre el demonio del olvido.