1. En una época en la que, con demasiada frecuencia, publicar un libro depende más de los buenos contactos editoriales que del talento, Rafael Chirbes, uno de los mejores autores actuales no solo de las letras españolas, sino de las letras hispanas, vivía y escribía lejos del bullicio y el postureo, en Tabernes (Valencia), sin más compañía que la de un par de perros. Vivía en esa soledad vinculada a la reflexión que tanto ansían los grandes escritores, de la que habla Paul Auster en La invención de la soledad o Margarite Duras en Escribir. Y el ejemplarizante respeto con el que Chirbes abordaba la profesión de escritor lo llevaba a hablar de él como un artesano, como un orfebre.




  2. Hace poco que dejamos de considerar a Chirbes un autor de culto para ascenderlo a la categoría de súper ventas, por lo mucho que aumentó el interés por él entre los lectores. Eso es bueno, por más que haya coincidido con las adaptaciones de su obra a la televisión y su cambio de temáticas al tema de moda de la corrupción (antes cuestionaba la versión oficial de la historia reciente de España). Aunque ya se ha traducido su obra en Alemania, Italia y Francia, entre otros países; especialmente en Alemania gozaba de un gran reconocimiento. Y esto ha ocurrido, posiblemente, por una confluencia de factores: por el auge de la novela negra –género estrella de este autor-, por la adaptación a serie que los hermanos Sánchez Cabezudo hicieron de su novela Crematorio, y por su reciente cosecha de premios, que incluyen el Premio de la Crítica en 2007 o el Premio Nacional de Narrativa en 2014. Aunque ya con su primer libro, Mimoun, que publicó hace veintiséis años, Chirbes resultó finalista del Herralde.




  3. La capacidad crítica de Chirbes con el desorden económico, político e ideológico de la democracia española, ha conducido al autor de Los viejos amigos, La larga marcha, En la orilla y Crematorio a ser integrado en la corriente del Realismo español. Él mismo señaló a Galdós como uno de sus mayores maestros, y el jurado del Premio Nacional incluso igualó su capacidad de retratar la realidad decadente a la de Charles Dickens o Victor Hugo. Sin embargo, ese compromiso social no debería eclipsar el magistral retrato y análisis intimista del ser humano que constituye el conjunto de la obra de Chirbes. Una mirada original y sabia, una gran enseñanza de la flaqueza de los hombres, recreados en personajes de una psicología compleja y sólida. Tampoco debe pasar desapercibida su excelente prosa, cáustica y sin pedanterías, siempre antepuesta a la trama, y articulada en párrafos largos, monolíticos, escasos en diálogo e hilvanados a partir de un perfecto control de las subordinadas.




  4. El pasado sábado, Chirbes murió, a los 66 años, por un cáncer de pulmón fulminante. Es desazonador para sus lectores pensar que nunca tendremos una nueva obra suya que echarnos a los ojos. Al menos, sí fue consciente en vida, a diferencia de lo que le ocurrió a Andrés Caicedo o Bolaño de su enorme aportación a la literatura en español.