Jimmy Fallon convirtió la obertura de The Tonight Show en un editorial en toda regla sobre la suspensión “indefinida” de Jimmy Kimmel Live! por parte de ABC. Lo hizo fiel a su estilo: primero, bromeando con las siglas —la cadena ABC, la FCC (Federal Communications Commission) y el exclamativo “WTF!”— para captar la atención del público; después, dejando espacio al apoyo explícito a su colega. “El asunto principal es que Jimmy Kimmel ha sido suspendido por ABC, tras la presión de FCC, dejando a todo el mundo pensando WTF!”, arrancó, teatralizando el desconcierto que recorre el ecosistema televisivo estadounidense desde que Disney/ABC apartara el histórico late night. Acto seguido, compartió una anécdota familiar que resumía el clima de confusión: “Esta mañana me desperté con centenar de mensajes de mi padre diciendo: Siento que hayan cancelado tu programa. Y yo: ¡No es el mío! ¡Es el de Jimmy Kimmel!”.
Tras la carcajada, Fallon bajó el tono para pronunciar su mensaje de fondo. “Para ser sincero con todos vosotros, no sé qué está pasando. Nadie lo sabe. Pero sí sé que Jimmy Kimmel es un tío decente, divertido y querido y espero que vuelva”, dijo, desatando los aplausos de un público que, entre la risa y el alivio, agradeció la franqueza. Con esa frase, Fallon fijó la premisa de la noche: defender el espacio de los cómicos para opinar y satirizar la actualidad, incluso cuando los vientos políticos soplan en contra.
Jimmy reacts to ABC’s decision to suspend @JimmyKimmel after pressure from the FCC, leaving everyone thinking WTF? #FallonTonight pic.twitter.com/v5wLrPEAOM
— The Tonight Show (@FallonTonight) September 19, 2025
El contexto ya es conocido por los espectadores: ABC retiró “indefinidamente” el programa de Kimmel tras su monólogo del lunes, en el que acusó al movimiento MAGA (Make America Great Again) de “tratar de sacar rédito político” del asesinato del activista ultraconservador Charlie Kirk. La decisión se produjo poco después de que Nexstar, uno de los grandes dueños de cadenas afiliadas en Estados Unidos, anunciara que dejaría de emitir el show en sus mercados. El episodio encendió las alarmas sobre presiones políticas y temperatura regulatoria, con Donald Trump elevando la retórica desde el Air Force One, al amenazar con retirar licencias a las cadenas que mantengan una línea crítica hacia su figura.
Fallon no evitó ese campo minado; lo atravesó con una mezcla de humor absurdo y advertencia velada. “Mucha gente está preocupada de que no sigamos diciendo lo que queremos decir o de que nos censuren, pero voy a cubrir el viaje del presidente al Reino Unido, como lo haría normalmente”, adelantó, para a continuación desplegar una parodia de tono: un montaje con halagos grandilocuentes intercalados a su crónica —“Y se le veía increíblemente guapo... y con un pelo perfecto...”— que caricaturizaba el “exceso de deferencia” que algunos esperan ver en la televisión generalista ante el nuevo clima de presión. La broma funcionó a dos niveles: hizo reír y, a la vez, planteó la pregunta de si los late nights deberán autolimitarse para sobrevivir.
El tramo más celebrado de su monólogo llegó cuando Fallon jugueteó con la sombra de la censura como recurso cómico. En otro guiño, recordó que durante el viaje “los manifestantes proyectaron imágenes a ambos lados del castillo de Windsor de Trump junto a su buen amigo Jeff... Goldblum”, sustituyendo con deliberado absurdo al actor Jeff Goldblum por el apellido que muchos espectadores esperaban oír (el del delincuente sexual Jeffrey Epstein, protagonista de una controversia histórica en torno al expresidente). El “cambio de Jeff” sintetizó el mecanismo que Fallon activó toda la noche: decir sin decir, insinuar sin señalar, y dejar que la risa complete el sentido.
La estructura del monólogo, con efectos de voz en off que pisaban sus frases para añadir elogios fuera de lugar al presidente, operó como una metáfora televisiva: si el ruido externo crece, la sátira se ve interrumpida o embridada. Y ese es, en el fondo, el punto que Fallon quiso subrayar: el miedo a convertirse en el siguiente en la lista. Al final del sketch, esa ansiedad compartida en la comunidad de cómicos quedó implícita, sin necesidad de proclamas solemnes: el humor nocturno puede ser el termómetro de la salud democrática de la televisión abierta.
El cierre de Fallon —una sucesión de chistes sobre el viaje y la peluquería presidencial, con la voz en off irrumpiendo para elevar cada cumplido hasta el absurdo— dejó una imagen perdurable: la de un cómico cruzando el alambre entre su responsabilidad editorial y el temor a que cualquier paso en falso sea interpretado como una provocación. En ese equilibrio, Fallon eligió sostener a Kimmel con humor, camaradería y una frase simple que, en tiempos convulsos, suena a declaración de principios: espera que vuelva.
Si el regreso de Jimmy Kimmel Live! depende de negociaciones opacas o de vientos políticos es todavía una incógnita. Lo que sí ha quedado claro es que el gremio del late night no piensa guardar silencio. Y que, al menos por una noche, Jimmy Fallon convirtió su escenario en tribuna para recordar que, incluso en la televisión comercial, la risa también es un acto de libertad.