Marcelo cuenta la historia de Marcelo Hernández, barman de una de las barras más legendarias del universo, el Oyster Bar de Gran Central Terminal, la célebre estación ferroviaria de Nueva York. Por la barra de Marcelo, ubicada en un monumental edificio en el corazón de la Gran Manzana, han desfilado miles de almas, desde el efímero turista a grandes ejecutivos de Wall Street e incluso artistas como Andy Warhol.

Guillermo, pasaste mucho tiempo con Marcelo, preparando el libro. 

Aquí el reto era que, como tantos inmigrantes, Marcelo trabaja todo el tiempo. A veces me escapaba a su casa, a Jersey, y charlábamos en su patio. Él también vino a la mía. Y yo iba al Oyster porque, como sus turnos eran muy largos, tenía dos horas de descanso. Es decir, le robaba la hora de la siesta.  

Este libro tiene un estilo diferente de A 100 millas de Manhattan. Es más narrativo. Pero, ¿el proceso de investigación ha sido similar? 

Es más parecido a un caldo: le pones muchos ingredientes, pero cuando reduces, dejas solo el sabor. Efectivamente yo me documenté mucho, pero quité lo más numérico, lo más aburrido, porque mi objetivo era mantener la sensación. A quien lee le da igual que existan siete tipos de copa de balón, yo quería trasladar lo que se siente al vivir en Nueva York. Que la gente comprendiera y se acercara a la experiencia compartida entre Marcelo y su clientela. Además, a Marcelo le pedí permiso para fantasear sobre algunas cosas de su vida, porque, a veces, inventando cosas cuentas mejor la verdad. Imaginando algo lo visualizas, hace que te funcione como libro. Por ejemplo, me he imaginado toda su infancia, me he documentado sobre los hechos, pero sobre todo me he basado en los recuerdos de la imagen que tenía de sí mismo: cómo se relacionaba en clase, en casa...  

Y tú de cócteles, al principio, nada de nada…  

No soy mucho de cócteles, tampoco ahora. El bocata de ostras me lo tomé con cerveza. Pero he acabado cogiéndole el punto al Manhattan, porque tiene un poco de España y un poco de Estados Unidos: vermut, que es Madrid -allí no hay hora del vermut-, Bourbon y una naranjita, que me encanta. También me gusta el tequila con pomelo, me gusta mucho México. Y el rey, mi preferido, es el Pisco Sour, que es peruano; lleva clara de huevo  con lo cual tiene espumita, y limón, añadido al pisco que es como aguardiente. 

Has reflejado los distintos acentos españoles que se pueden escuchar en Estados Unidos.

Me ha costado. He tenido que hacer dos esfuerzos: por un lado, yo no vivo en Nueva York, no estoy familiarizado con esos acentos. Por otro, cuando tu vida transcurre en un idioma, incluso aunque no sea el tuyo tiendes a contar las cosas que te suceden en el idioma en el que te ocurren, porque pueden no ser fáciles de traducir. Yo he tenido que esforzarme por trasplantar ciertas cosas de la vida de Marcelo al español sin que pierdan la gracia.

Al final, la vida de Marcelo demuestra que, una vez más, el dinero es el elemento diferenciador. 

Estados Unidos se ha debatido toda su vida entre ser un país o un club privado. Hasta los años 80 ganaba ser un país, todavía se intentaba dar cierta cobertura pública. Pero a partir de Reagan se acuñó la idea de que lo quiere el Estado es quitarte el dinero. Que cada uno se lo monte como pueda. Ahora aquello se parece más a un club privado, con una ultraderecha que miente alegremente. Y la desigualdad económica la atraviesan otras formas de discriminación: ser negro, ser mujer…

En el libro defiendes mucho a las generaciones Millennial y Z. 

Fue una meta personal. Para hablar de ellas creé al personaje de Dylan. Marcelo es un personaje de verdad pero novelado. Dylan es un personaje inventado pero basado en personas y comportamientos que he tenido muy cerca. Por eso los dos son muy reales. Yo empecé el libro con prejuicios, nos cuentan que han nacido con la pulsera de 'todo incluido', con muchas ventajas. Eso nos dicen. Pero creo que la Millennial es una de las generaciones más abiertas de la historia. No tiene prejuicios. Y son mucho más compasivos: les llaman ofendiditos, pero entienden mejor a las otras personas. En un mundo como este, una generación con estas características puede ser una vuelta al factor humano. Quizá sea lo mejor que nos puede pasar.