Tras Hostel 2 (2007), Eli Roth tardó tres años, en 2013, en volver a dirigir un largometraje, El infierno verde, el cual ha tardado, a su vez, tres años en llegar a nuestra cartelera y, presumimos, lo hará de manera más bien discreta. En breve, igualmente, se estrenará Toc Toc (2015), por lo que vamos bien servidos de Roth en dos semanas, eso sí, con dos trabajos bien diferentes.

En El infierno verde, Roth parece mirar al cine mondo de los setenta y comienzo de los ochenta, con Holocausto caníbal o Caníbal feroz en primera línea, pero sin caer en retrotraer la forma documental, shockdocumentary, de muchas de esas obras; aquí estamos ante una ficción que no emula en ningún momento los modos de la no ficción, pero sí recupera, una vez que la acción se sitúa en el poblado de la tribu, el gusto por el gore de aquellas películas que, por otro lado, no es algo ajeno al cine de Roth, aunque antes hubiera venido dentro del marco del torture porn. En definitiva, Roth no lleva a cabo una película de emulación pero sí toma en gran medida su construcción argumental, que no es otra, por otro lado, que aquella que dio forma a no pocos relatos de aventuras decimonónicos y de la literatura colonial.

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Roth introduce la acción en la actualidad alrededor de un grupo de jóvenes universitarios activistas con el que contacta Justine (Lorenza Izzo) (no sabemos si la elección del nombre es aleatoria o premeditado, pero tiene una relación con Sade muy interesante), una joven, hija de diplomáticos, que ve cómo su idealismo encuentra su sitio dentro de ese grupo que se encamina hacia la selva peruana con el objetivo de detener la expulsión de una tribu nativa de su tierra. El infierno verde tarda casi una hora en narrar todo el viaje, la lucha y el posterior accidente aéreo que dejará al grupo a merced de la misma tribu que han ido a salvar… lástima que sus integrantes no sepan de sus buenas intenciones pero sí que son un regalo del cielo para sus estómagos. A partir de ahí, la película deriva por otros derroteros en los que Roth parece moverse más cómodamente, aunque para más de un espectador algunas imágenes serán insoportables; para otros, a estas alturas, apenas resultarán impactantes. En cualquier caso, Roth consigue inquietar en varios momentos –la llegada al poblado resulta quizá lo mejor y más perturbador de la película- pero no consigue mantener el ritmo ni el tono, quizá por ese regodeo en lo malsano –que acaba por anular su potencial- así como por cierto infantilismo –marca de la casa, por otro lado- o algunas ideas de trazo grueso de una simpleza en cuestiones de guion que evidencia que, llegado cierto momento, todo valía con tal de que la acción avanzara.

Pero bajo toda la parafernalia de casquería que impone Roth, subyace en El infierno verde una idea de trazar un cierto discurso, o incluso varios, que, evidentemente, aparecen más expuestos que desarrollados pero alimentados todos ellos con un humor negro que rebaja en gran medida la tensión de la película. Por un lado, Roth consigue, más o menos, evitar una mirada racista alrededor de los caníbales, quienes, en realidad, actúan ‘simplemente’ movidos por su naturaleza; su contraste con casi todos los miembros de la expedición que acaba sirviendo de alimento para el poblado, evidencia que Roth busca una dialéctica que ponga de relieve la ingenuidad y la tontería de muchos de ellos, frente unos indígenas que, en su terreno, imponen sus costumbres. Esto sirve al director para, por otro lado, lanzar una mirada hacia estos activistas que parecen jugar antes que luchar y, llegado un momento, alguno de ellos incluso desvelar intenciones bastante alejadas a lo que originariamente defendía. No obstante, queda bien expuesto, sobre todo en el personaje de Justine, algunos miedos occidentales, en su caso hacia la ablación… una cosa es saber de ello en un aula universitaria y otra estar a punto de ser víctima de tal práctica. De alguna manera, uno no puede dejar de pensar sino en una suerte de venganza contra ciertas derivas de los cultural study

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Estos activistas de nuevo cuño, que consideran que grabar en el móvil y emitir por streaming a una milicia de mercenarios de contratación privada que defienden a las empresas que están arrasando con el Amazonas es suficiente, usando las nuevas tecnologías como armas, verán cómo sus aspiraciones, en realidad, quedan en nada al enfrentarse a una realidad bastante más cruda y para la que, en verdad, no están nada preparados. Ni ellos ni nadie, diríamos. En cualquier caso, el mensaje de Roth en este caso parece incluso más ambiguo que con respecto a su mirada hacia los indígenas, que, en verdad, salen muy bien parados en la película a pesar de sus particulares gustos culinarios, sino fuera por la forma en la que Roth cierra la película –no nos referimos a sus últimas e innecesarias escenas- y que cada cual deberá evaluar. Pero lo cierto es que El infierno verde, al final, arroja, no sabemos si involuntariamente, una mirada hacia una juventud que, a pesar de sus buenas intenciones, parece perdida, en busca de cualquier forma de lucha para encontrar su lugar en el mundo, como Justine. Otra cosa es que, por momentos, Roth parece decir que la lucha por una causa está abocada al fracaso y mejor es no hacer nada, sino fuera, como decíamos, por un final que crea un discurso muy por encima de lo que el cineasta nos tiene acostumbrados. Aunque para llegar a él hayamos tenido que pasar por todo un itinerario de vísceras y de dolor que bien podría haber reducido en duración.