Con su segunda película, La vida en una pecera (2014), el director islandés Baldvin Zophoníasson ya dio muestras de ambición narrativa al realizar una película a partir de tres personajes y tres historias que abordaban la vida de Reykjavik a través de una triple tragedia individual que iba desde el alcoholismo a la corrupción financiera pasando por la prostitución para lanzar una mirada hacia la sociedad islandesa. Una mirada que contravenía, como sucede en su tercer largometraje, Déjame caer (2018), la supuesta idílica sociedad de bienestar de su país.

Déjame caer, de Baldvin Zophoníasson

Con Déjame caer, Zophoníasson se centra en la vida de Magnea y Stella en dos narraciones de diferentes contornos temporales que, al parecer, toma como base una historia real. Una línea narrativa se centra en su adolescencia, cuando las dos jóvenes se conocen y la vida, sobre todo la de Magnea, cambian al tiempo que se introducen en las drogas. En la otra línea, que crea un ritmo muy preciso en la historia a modo de contrapunto, nos muestra a ambas en su edad adulta. De este modo, Zophoníasson, desde muy temprano, muestra al espectador en qué lugar se encuentra cada una de ellas para que se puede apreciar un proceso que, en su último tramo, se centra en la parte adulta de Magnea y Stella.

Zophoníasson parece consciente de estar tratando con un material que no resulta, sobre su base, nada novedoso y que, en cierta manera, podría incluso acabar siendo nada interesante el seguir las dos vidas de las jóvenes en un proceso, más marcado en Magnea que en Stella, de autodestrucción alimentado por un nihilismo sin una base evidente. Sin embargo, el cineasta, y la naturalidad de las actrices, consigue tomar esa historia y a esos personajes para crear un espacio cinematográfico y narrativo que resulta tan familiar en lo relatado como sorprendente gracias al tratamiento visual de su director, con la ayuda de la atmósfera que imprime puntualmente la banda sonora del compositor Olafur Arnalds.

Déjame caer, de Baldvin Zophoníasson

En Déjame caer, Zophoníasson está más interesado en el estudio y retrato de dos personajes que en ahondar en causas -que sí en consecuencias- de su adicción. Algo así ocasiona no una lejanía con respecto a las dos jóvenes, pero sí un acercamiento poco empático de cara a la búsqueda de reconocimiento para el espectador. Podría decirse que Zophoníasson ni busca ser muy trágico ni muy condescendiente; se contenta, y acierta, en mostrar unas vidas que gravitan en todo momento sobre el filo. La elegancia de las imágenes, y algunas decisiones formales de gran impacto gracias a su inteligencia, ayudan a lo anterior y a trascender el clásico relato sobre drogadicción juvenil. Porque lo sombrío de la historia queda bajo unas imágenes que buscan desubicar al espectador, como lo hace también el contexto social en el que se mueven las protagonistas: tan solo en una etapa avanzada de sus vidas y de adicción accedemos a espacios siniestros y vejatorios para ellas, mientras que al comienzo el espectador se asoma a la vida de dos jóvenes que llegan a las drogas de una manera casi orgánica. Porque Déjame caer muestra cómo, en ocasiones, no hay explicaciones sencillas y que, también en ocasiones, una simple decisión, un momento, conlleva un viraje vital de difícil solución.

Y aunque la base de Déjame caer se pueda encontrar en ese proceso de destrucción personal por parte de las dos jóvenes y su ulterior adecuación, cada uno a su manera, en la vida adulta para superar ese pasado, Zophoníasson conduce la historia hacia otros lugares mucho más dialécticos, también emocionales, en el que sitúa sobre pantalla, sin emitir juicios de valor taxativos, las culpas de cada cual en una historia llena de aristas, de decisiones que, tomadas en un momento determinadas y pensando que eran las correctas, pudieron provocar más dolor y daño del esperado.

Déjame caer, de Baldvin Zophoníasson

Con Déjame caer, como decíamos, Zophoníasson muestra una gran ambición narrativa y visual para realizar una película -de más de dos horas, además- que tiene tanto de comentario sobre temas actuales como de mirada atemporal basada en un acercamiento profundamente humano, en el que tiene tanto valor aquellos cuerpos que vemos en pantalla como aquello que queda, puntualmente, fuera de campo. Como ese momento en el que una joven muere en una fiesta y la cámara se acerca a ella con lentitud mientras a su alrededor, en el caos absoluto, Zophoníasson es capaz de transmitir aquello que, quizá, ha ocasionado que la joven haya fallecido.