Danny Boyle concibe junto con el guionista Aaron Sorkin, autor del libreto de "La red social" (The social network, David Fincher, 2010), una tan sugerente como profunda disección de la compleja personalidad del fundador de Apple. A buen seguro, un trabajo discutible para algunos, pero un excelente film que no dejará indiferente a nadie.

Ante un film cuyo argumento gira sobre un personaje célebre surge, de manera espontánea, ese primer pensamiento de que se trata de una biografía al uso que narra la trayectoria vital del biografiado. Y si el retratado es un personaje como Steve Jobs quien, junto con su amigo Steve Wozniak comenzó su andadura en un garaje, probablemente el interés aumente, y no sólo por lo que ha significado en sí su figura, sino porque su andadura posee todos esos elementos característicos que encajan en la típica historia de superación de alguien que, de la nada, se convirtió en una personalidad influyente a finales del siglo XX. Sea como fuere, esa idea inicial se vendrá abajo durante el visionado del nuevo trabajo de Danny Boyle por la sencilla razón de que Steve Jobs es de esos films que se alejan de las consabidas premisas del tradicional biopic para ahondar en los entresijos de un hombre que, más allá de la imagen externa que ofrecía en sus presentaciones y de cara a los medios de comunicación, era también un ser de carne y hueso con sus virtudes y sus flaquezas.

Partiendo de un sólido guión escrito por Aaron Sorkin, la trama de la película está estructurada a modo de una pieza teatral en el sentido de que está dividida en tres actos que corresponden cada uno con la presentación de un nuevo producto suyo. La primera, en 1984, en Cupertino, California, cuando presentó el Macintosh, el primer ordenador personal con ratón; la segunda, cuatro años después, en el San Francisco Opera House, cuando lanzó el NeXT Computer, la caja negra que en realidad, como se expone en el film, fue más bien una estrategia empresarial del propio Jobs para regresar a la compañía de la que había sido relegado por John Sculley, interpretado por el siempre magnífico Jeff Daniels; y la última, en 1998, en el Davies Symphony Hall de San Francisco cuando mostró el iMac con el que se convertiría en uno de sus eslóganes más célebres, “Think different”.

 

Pero Boyle y Sorkin sitúan la acción de cada bloque en los momentos previos a dichas presentaciones. Momentos en los que junto al propio Jobs, a quien encarna un espléndido Michael Fassbender, están presentes varios de los personajes más cercanos al empresario. La que será la fiel jefa de marketing de Apple, Joanna Hoffman (Kate Winslet), Steve ‘Woz’ Wozniak (Seth Rogen), su socio y co-fundador de Apple, Andy Hertzfeld (Michael Stuhlbarg) uno de sus diseñadores de software, el mencionado John Sculley, director ejecutivo de Apple Computer cuya amistad con Jobs acabó deteriorándose a causa de sus cada vez más crecientes diferencias sobre el modelo de negocio con respecto al sistema Macintosh, y Chrisann Brennan (Katherine Waterston), la antigua compañera de instituto con la que tuvo una aventura de la que nació Lisa, a quien encarnan respectivamente en cada episodio Makenzie Moss, Ripley Sobo y Perla Haney-Jardine, y de quien Jobs se resiste a reconocer su paternidad.

Sorkin y Boyle ahondan en la compleja personalidad de un hombre contradictorio y de difícil carácter, el de un gran prestidigitador de la palabra, incluso para algunos un visionario, cuyo talento para el liderazgo y la puesta en escena fue, al menos como se le presenta en el film, inversamente proporcional a su incompetencia emocional, no solo por sus reticencias a reconocer a su hija Lisa, sino en las relaciones con los que le rodeaban, generando la animadversión de muchos de ellos hacia su figura. Tres bloques así mismo salpicados por flashbacks como aquel que muestra los comienzos de Jobs junto con Wozniak en el garaje donde surgió todo. Pero un film donde, más allá de diseccionar el temperamento del fundador de Apple, se ponen de relieve muchas más cuestiones como la lealtad, la ambición o las manipulaciones estratégicas que aquel ideaba para promocionar sus productos.

 

Steve Jobs es un excelente film que puede resultar tan apasionante como enervante, al igual que el propio biografiado, en parte por el acelerado ritmo impregnado por la sobreabundancia de diálogos donde no hay un minuto de respiro, pero también porque debajo de la epidermis de la película hay un sinfín de matices y detalles que van configurando el hondo retrato de una complicada personalidad, con sus luces y sus sombras, con sus virtudes y sus debilidades, con sus sueños y sus fantasmas personales como el hecho de que al nacer fue entregado por sus padres en adopción. Porque, a pesar de sus visiones, de sus innovaciones o del estatus que alcanzó, Jobs también era un ser humano.