En su tercera película como directora, Frente al mar, Angelina Jolie, también autora del guion, se aleja temática y, en cierto modo, visualmente, de sus dos anteriores obras para entregar una de esas películas que, quizá incluso antes de haberla visto, posicionarán a los espectadores ante ella a pesar que, como ocurría en sus obras precedentes, Jolie deja entrever tras sus imágenes un buen pulso como cineasta.

Dejando de lado las simpatías que pueda despertar Jolie, Frente al mar tiene algo de exhibicionismo privado: ella y su marido, Brad Pitt, la producen e interpretan y, según parece ser, incluso han vertido en sus respectivos papeles y en algunos elementos de la trama ciertos aspectos –preocupaciones- de su relación. Como no sabemos si eso es así, el tema del exhibicionismo puede venir más por el carácter de los personajes, por su componente dramático, por haber construido una película alrededor de ellos dos. Y aunque, en nuestra opinión, resulta verdaderamente inútil el pensar si esos personajes tienen o no algo de la vida real de los actores –salvo la paradoja existente en que uno de los traumas de Vanessa (Jolie) reside en su imposibilidad de ser madre, algo que la actriz en la vida real ya sabemos que ha solucionado ampliamente-, sí interesa en tanto a que estamos ante el terreno de la imagen –en un primer sentido-: aquella que tenemos sobre ellos como actores (figuras públicas) y que, por lo visto en algunos sitios, parece indisociable a la hora de poder acercarse a Frente al mar como propuesta cinematográfica. Cuando, de hecho, es posiblemente lo menos interesante de una película bastante más sugerente y rica en su propuesta.

Estamos ante una película que, con sus defectos, sobre todo en lo referente a las líneas de diálogos, a veces innecesarias y redundantes, supone un notable intento por parte de Jolie de crear un estado anímico mediante las imágenes, es decir, de crear un relato visual que defina el interior emocional de los personajes, principalmente el de Vanessa. Por otro lado, cuando la pareja descubre que puede expiar a sus jóvenes vecinos de habitación mediante un hueco en la pared, se establece otro juego con la imagen que va creciendo según avanza la narración, mezclándose el deseo y la envidia por partes iguales. Desde el comienzo de la película, cuando vemos a Roland y Vanessa llegar en coche a la pequeña localidad francesa en la costa en la que pasaran una temporada, mientras él intenta comenzar su nueva novela, Jolie nos sitúa en un terreno extraño: las resonancias, tanto visuales como sonoras, remiten a cierto cine de los sesenta y setenta, pero no hay en las imágenes de Frente al mar maniobra nostálgica alguna. Jolie utiliza ese momento fronterizo del cine para adecuarlo, como luego veremos, al ‘enfrentamiento’ entre dos parejas y dos generaciones. Es posible, si se quiere, tachar la película de arty, de afectada, incluso de anuncio de colonia alargado. Es sencillo, no obstante, partir de ahí. Y sin embargo, dado el carácter de exploración, de búsqueda, de sus imágenes, la película está atravesada por una atmósfera lúgubre, mortecina, con una luz que no pretende ser del todo naturalista, como el cine al que parece evocar, sino todo lo contrario, evidenciar el artefacto visual y, de paso, crear la atmósfera perfecta para una historia basada en las dudas, los cambios, la inestabilidad de las emociones. De una rabia y una violencia contenida que, poco a poco, va dando paso a un deseo desatado, aunque en el fondo no sea más que una salida provisional para la pareja.

 

Vanessa y Roland, en su forma de vestir, de comportarse, de estar en el mundo, representan una época, un tiempo, que, en aquel momento, se estaba transformando. Y lo evidencia su confrontación con Lea (Mélanie Laurent) y François (Melvil Poupaud), la joven pareja a la que espían y que representan una nueva juventud, la de los setenta. Vanessa, de alguna manera, los vampirizará –en este sentido Frente al mar recuerda en algunos elementos, salvando muchas distancias, a El placer de los extraños-, quizá por deseo, quizá por envidia, en cualquier caso como necesaria reacción al dolor que la paraliza y que poco a poco va dejando que vaya desapareciendo, aunque al final todo esté a punto de precipitarse por el vacío. Porque, en su resolución, la película no deja de ser una mirada elegiaca a una pareja, a un tiempo que no podrán recuperar y cuyo pasado han tenido presente: ese agujero en la pared funciona, en cierta manera, como túnel al pasado, aunque sea mediante los cuerpos de otra pareja. De ahí que, en un recurso muy inteligente por parte de Jolie, siempre vemos lo que sucede en esa habitación cuando uno de los dos miran, exceptuando un momento en el que la cámara sigue enfocando el interior para que seamos testigos de lo que sucede pero, en cambio, ninguno de los dos personajes está mirando. Y lo hace porque, ese momento, es presente. Y porque tanto Roland como Vanessa se han convertido en partícipes, no solo en observadores, de la vida.

Jolie trabaja cada imagen, cada plano y encuadre, con mucha intención, jugando con los detalles –esas gafas que Roland siempre pone del derecho, por ejemplo-, los reflejos en cristales y en ventanas, y creando un montaje, y un ritmo, que se toma su tiempo para ir desarrollando la historia mediante una fragmentación narrativa en la que los días, en ocasiones, transcurren en dos simples planos, creando una dinámica cotidiana en la que poco a poco va dejando atrás la apatía y la desidia del comienzo. Una construcción narrativa que contrasta con la elegancia de las imágenes, o, mejor dicho, la complementa. Ver el trabajo de Jolie como un mero pastiche de un cine sería tan absurdo como inoperante a la hora de poder encontrar el valor de la película. Aunque, sin duda, puede ser el camino más sencillo. Pero si esas resonancias interesan no es tanto porque nos puedan situar en aquella, sino por cómo  Jolie las convierte en un relato actual, da igual la apariencia.

 

Al fin y al cabo, la interpretación del pasado habla no tanto de él como de lo que acontece en el presente, o así debería ser. Y ese trabajo de búsqueda de Jolie a través de las imágenes acaba hablando, precisamente, de una pareja anclada en el pasado, quizá irremediablemente, y que, cuando ven su pasado ‘interpretado’ en la realidad por esa pareja joven, entonces, comprenden cuál es su sitio en el presente. La película se cierra a modo de círculo, no sin un cierto humor, que, aunque la película tenga un sentido sombrío, está presente en muchos momentos.