La compositora y cantante Amaia Romero, conocida artísticamente simplemente como Amaia, irrumpe hoy con Aralar, un nuevo sencillo que representa un giro en su trayectoria artística: deja atrás las formas más puramente pop-indie para adentrarse en un terreno de raíces, tradición y misterio, que encuentra su epicentro en la sierra que separa Navarra y Guipúzcoa y en una mitología rica y poco frecuentada en el circuito comercial.
Desde los primeros compases, Aralar destaca por un sonido claramente distinto al habitual en la artista navarra. Amaia incorpora instrumentos tradicionales como el txistu -la flauta típica vasca-, tambores, arpas y panderetas, y lo hace bajo una producción atmosférica y orgánica firmada por Ralphie Choo y DRUMMIE. En poco menos de dos minutos, la cantante construye un paisaje sonoro evocador: su voz se vuelve eco de montaña, el ritmo late como el paso de los danzantes en el bosque, y la letra recupera símbolos de la mitología vasca -el Basajaun (“señor del bosque”), la lengua de sapo, el colmillo de zorro o la uña de vieja- para transformarlos en un conjuro de amor y pertenencia: “Que tú seas mío y de nadie más.”
El lugar elegido para invocar esos símbolos es la sierra de Aralar, “un sitio que siempre he tenido muy presente”, según reconoce Amaia. Su madre le hablaba de ese paraje, de sus historias de cumbres y seres fantásticos, de leyendas que ahora encuentra la manera de transformar en música. Ese vínculo con el territorio se convierte en el hilo conductor del sencillo: no se trata solo de una canción de inspiración popular, sino de una reivindicación personal y artística de sus raíces navarras, de un folclore que rara vez ocupa el centro del panorama musical comercial, y de una sensibilidad que Amaia lleva cultivando desde sus comienzos.
El videoclip de Aralar refuerza esa estética ritual y poética. En las imágenes, Amaia aparece multiplicada, como si fuera un coro de sí misma, bailando y tocando instrumentos tradicionales entre la niebla del monte.
Musicalmente, Amaia juega con la tradición y la modernidad de manera sutil. No busca reproducir el folclore de forma literal, sino reinterpretarlo con elegancia. Su voz íntima, cercana, se envuelve en ecos que parecen venir del viento o de la montaña. El tempo es lento, hipnótico, casi ceremonial. Y la letra, aunque sencilla en apariencia, está cargada de simbolismo. En sus versos conviven el amor, la naturaleza y la tierra:
“En esta noche / noche de otoño / lluvia de estrellas en Aralar / todos los árboles, como en un cuento / bailan movidos por el vendaval.”
Luego llegan los conjuros, los objetos mágicos, los animales, el bosque, y finalmente el deseo amoroso. Amaia fusiona lo terrenal y lo espiritual, lo romántico y lo telúrico.
El impacto visual y sonoro de Aralar también apunta a una nueva dirección estética. Amaia, que siempre ha mostrado un gusto singular por la experimentación y la sutileza, parece más segura que nunca en su búsqueda de un lenguaje propio. La brevedad de la canción -apenas dos minutos- la convierte en un fragmento de algo mayor, quizás el anticipo de un nuevo álbum o un proyecto conceptual en torno al folclore. En cualquier caso, Aralar suena a inicio, no a cierre.
Amaia ya no canta solo sobre el amor o la melancolía; canta sobre quién es, de dónde viene y por qué eso importa. Y lo hace con la sencillez de quien sabe que la emoción no necesita adornos. En tiempos de ruido y algoritmos, Amaia elige el silencio del monte Aralar para recordarnos que lo auténtico aún tiene voz.
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