El miércoles 7 por la tarde me llamó Abdel. Lloraba. Noté sus lágrimas antes que sus palabras. Supe al instante que la muerte había pasado de nuevo su guadaña por nuestras gargantas de occidentales. “En esta ocasión ha sido en Paris. Estos asesinos que invocan el nombre de Ala…” Y después de un nuevo llanto, prosiguió: “Lo siento, lo siento mucho querido Pepe, no somos como ellos….” Y volvió a sus gemidos.

 

Olivar libanés Olivar libanés



Mi amigo Abdel, diplomático marroquí jubilado y enamorado de España, sufre con cada bomba y cada bala asesinas que revientan a los hombres, ya sean estos de Kabul, Madrid o Paris, con la misma intensidad, el mismo dolor que debe herir al que despellejan vivo. Desde los atentados de Atocha de 2004, siempre que la sangre de algún occidental es derramada por la furia asesina del islamismo terrorista, me llama, me pide perdón, llora y reza conmigo a través del teléfono. Cuando el cáncer en forma de metralla cae sobre sus paisanos marroquíes, también hago lo mismo. O hacemos, porque a esta singular sinfonía de pésames se añadió hace años nuestro común amigo  Akram, médico libanés que vive y trabaja en Madrid.

paris_charlie_hebdo_attack-Pero Akram decidió un día, después de que un bombardero israelí reventara la vida de su vieja abuela Anisa en Beirut: “que estos perros no le pegarían nunca la rabia”. Desde entonces, cuando el luto se cruza entre nosotros, invita a sus mejores amigos a casa para disfrutar de la bendita comida libanesa que sale de las manos, la paciencia y el amor de su mujer Ariij. La noche del jueves 8 cenamos con ellos cuatro familias amigas.

Nadie bebe vino en esta casa pero siempre hay una botella de tinto para mí. La mayoría no somos creyentes pero todos rezamos sin suplicar nada a ningún dios, sólo para apiadarnos de los muertos y honrarlos con nuestro silencio. Akram cuenta luego historias de su tierra y sus gentes durante largo rato. El monólogo de la ultima cena se refería a cómo conoció  (y se enamoró perdidamente) de su primera novia. Se llamaba Taruh y se encontraron en un restaurante elegante al borde del Mediterráneo. Cuando se cruzaron las miradas ambos decidieron que ya eran sólo uno y lo mismo. Luego vino una peripecia de besos clandestinos y, al final, su huida a España pues en cualquier momento caería aplastado por una bomba de Hamas: Taruh era siria e hija de un dirigente de esta secta.

Ensalada árabeEn atención a Usama, kurdo de Irak y también médico, siempre hay ensalada árabe dispuesta. Ya sabemos: pepino, tomate, pimiento, cebolleta, perejil fresco, aceite… el riego de dos limones. En esta ocasión, a pesar del anticiclón que nos abraza con su polvo pestoso y muy frío, decidieron , además, que habría otra ensalada, a saber, pepino, yogur, ácido, ajos machacados, hierbabuena recién cortada, aceite de oliva … Y su especialidad, Kibe, una especie de croquetas con forma de balón mínimo de rugby  hechas con carne y trigo, que llaman  bulgur, sazonadas con ajo, cebolla, pimienta … Ariij las sirve con rodajas de limón y salsa de tahini (ajonjolí) para mojarlas.

Akram sostiene con pesadumbre inmensa, que nuestras naciones están en guerra, nuestros dioses también y en nuestros corazones crece el odio mutuo. Lo único que nos une todavía es el Mediterráneo y el maná de sus huertos litorales, sus vaguadas interiores y sus templados montes de olivos e higueras. Y tiene toda la razón. No existe producto de la cocina marroquí, o incluso en la despensa libanesa, que no se conozca al menos en Andalucía y en nuestro larguísimo frente litoral que mira a levante. Todos los bienes que cenamos los vi de niño en las casas de mi madre y de mis abuelas. Allí, además, no faltaba la canela, el cilantro, la pimienta molida, los piñones, la menta,  la albahaca… Sólo nos separa la ausencia de vino y carne de cerdo en sus mesas. La perdición de Baco la sustituyen con refrescos, tés, los mejores tabacos del mundo y otros excitantes placenteros. Al cerdo por el cordero.

Sí, Akram es un hombre que sabe abrazar entre el fuego y el plomo.